Recién se empieza a hablar del proyecto de presupuesto que corresponde al próximo año y entre las partidas destinadas, las de seguridad ciudadana y salud deben ser de las más debatidas como necesarias y urgentes. No es nuevo que para esta fecha todas las instituciones del Estado lleven a cabo la misma campaña para exigir un aumento de los fondos que destinan a cada una de sus carteras. Esa debe ser de las luchas interminables que parecen echarse ya como por inercia, como quien anda en automático.

Educación dejó de ser tema tras el aumento de aquel 4 por ciento que aún no termina de rendir frutos y que solo se ha traducido a la construcción de más escuelas. La preparación de los educadores, los sueldos y la calidad de la enseñanza siguen perdidos en el mismo limbo de toda la vida.

Salud, de otro lado, sigue librando la batalla y aunque se encuentra enfrascada en conversaciones con el gobierno que por primera vez parecen conciliar acuerdos y términos medios, es innegable la urgencia y la necesidad en la que el proyecto de presupuesto encuentra a este sector.

Sin embargo, y sin restar importancia a todos los sectores de la vida nacional, es la seguridad ciudadana en estos momentos uno de los peores fallos de la sociedad dominicana. Aquí el que no muere por falta de atención médica o por precariedad, lo matan los delincuentes.

Pero hoy, apartada de señalar errores, quiero echarles una manito a las autoridades para que resuelva una problemática que se perfila como una seria amenaza. En caso de que no se hayan dado cuenta, no lo vean o no les cuenten a los jefes lo que se vive cada noche en casi cada esquina de la ciudad capital.

Sin ánimo de jugar con el moro de quienes salen a la calle dispuestos a todo en nombre de lograr la vida dignamente, ni menos robar el pan a aquellos menos privilegiados de la sociedad a quienes no les llegan las escasas oportunidades de estudiar y trabajar; pero como en todos los oficios, hay quienes se dedican a manchar la labor y usarla como coyuntura para cometer sus fechorías. Los limpiavidrios de la ciudad no son la excepción de la regla.

Si bien es cierto que se trata de un trabajo informal, que se ha convertido en parte hasta de la misma estampa de las calles dominicanas, que es la vía de muchos para buscar el sustento mínimo para vivir, también es cierto que muchos de ellos se han convertido en una amenaza sin control para quienes transitan las calles, especialmente por las noches.

Basta con detenerse cualquier día de la semana en la intersección de la avenida John F. Kennedy con Máximo Gómez para entender de qué estoy hablando. Ruegue, prenda velones, tírese de rodillas a rezar y eleve sus plegarias a todos los santos para que el semáforo de esa esquina no lo castigue con la luz roja si anda por esos lados en la noche.

El dilema de la luz roja allí se debate entre la negativa casi histérica para que no le limpien el cristal; la insistencia de un hombre que se le echa de medio cuerpo casi entero sobre el cristal del vehículo pidiéndole aunque sea cinco pesos; otro que le rodea el vehículo por el lado del pasajero pegado del cristal de la puerta pidiendo que le den lo que sea; uno de ellos que termina limpiando el cristal a pesar de la negativa del dueño y finalmente la disyuntiva de pagarle algo para salir del paso o evitar bajar unos centímetros el cristal con el riesgo que representa abrir una ventanilla a esa hora, en esa intersección y con la actitud desafiante de estos muchachos.

Ni hablar el talante violento que asumen algunos cuando uno sencillamente no tiene el menudo para pagarles. Si bien es sabido, son incontables los casos de gente que ha sido maltratada por estos muchachos y de enfrentamientos que han terminado en baños de sangre.

Ojalá las autoridades correspondientes hagan caso al llamado, escuchen a la gente y pongan ojo en algo que a simple vista parece tan sencillo y hasta inofensivo pero que de a poco se convierte en el terror de las esquinas.

Si van a estar, que estén. No pretendo quitarle el trabajo a nadie, pero al igual que todos los que llevamos esta comparsa en paz, que se les regule también. Hace muy poco sentido un limpiavidrios en una esquina pasadas las 11 de la noche en plena ciudad un día de semana. Como andan las cosas en este país y con el azote de película con el que nos castiga la delincuencia en este país, sólo hay que sacar la cuenta.