¡Cuán desgarrador! “Seis mujeres parturientas o postcesárea en una misma cama; la mortalidad se ha elevado, hasta el punto que del viernes 23 de junio al domingo 25 fallecieron 14 niños recién nacidos”. La firma es de la periodista especializada en salud, Altagracia Ortiz y de Soila Paniagua. Algo lacerantemente ignominioso que refleja la brecha de inequidad e iniquidad que acusa la sociedad dominicana y el compromiso social humano de la elite política.

Es la visibilidad palmaria de una elite política indolente, infame, pérfida, que ha construido un Estado para succionar vorazmente, bestialmente, los recursos que deberían ir a salud, a la seguridad, al saneamiento, al agua potable, a las viviendas. El indicador no requiere palabra: 1.8% del PIB en el sector salud y la inversión en el Gasto Social, de las más bajas de la Región.

Es, de nuevo, el termómetro social que se refleja en la tasa de niñas y adolescentes embarazadas: 20.5% embarazadas de cada 100 mujeres. Tenemos 97 nacimientos por cada 1,000 mujeres con edades entre 15 y 19 años, no obstante, en el horizonte latinoamericano es de 64. De cada 100 jóvenes que deberían estar en el bachillerato, apenas 50 llegan allí; sin embargo, el panorama social es más grávido en las niñas y adolescentes: de cada 100 en esa cartografía social, solo 9 llegan al bachillerato.

Una mirada desde la perspectiva de visión, a mediano y largo plazo, nos bosqueja el sombrío cuerpo social. La dinámica social, ya que tenemos más mujeres que hombres y las femeninas tienen una tasa de escolaridad 25% superior a los hombres, la conclusión es la ausencia cada vez mayor del Capital Humano, tanto en cantidad como en calidad y con ello, un Capital que no agrega valor, que no puede transformarse en Talento Humano. Un Capital Humano que no puede galvanizar el saber, el saber hacer, el aquilatar el buen juicio y construir la magia de la actitud.

En República Dominicana tenemos una pésima cobertura en Educación Inicial. Mientras en América Latina la tasa bruta de matriculación es de 73%, en nuestro país es de 44%. La Tasa de Mortalidad está en 109/100,000, en cambio en la Región es de 67/100,000. ¿Por qué ese termómetro social es tan desolador, desalentador, que hace que la Gobernabilidad democrática se tambalee, a través de los elementos nodales de la Cohesión Social?

Para Eddy Tejeda, la Gobernabilidad democrática es “la capacidad de las sociedades para orientar y organizar sus instituciones públicas y sociales de modo que ofrezcan a las personas más y mejores oportunidades para llevar el tipo de vida que valoran, incluyéndolas en las decisiones que les afectan”. La Gobernabilidad permea indisolublemente al Capital Institucional, que recrea la Efectividad Gubernamental, la Capacidad Regulatoria del Estado, el Imperio de la Ley y la Corrupción.

Ese conjunto de ausencia del Capital Institucional pronuncia desvergonzadamente nuestra fuerte debilidad institucional, que coadyuva a la poca calidad de los servicios públicos. La corrupción nos arrincona, porque no hay nada más relacionado que la perversión de lo mío siendo público y la pobreza. Dicho de otra manera, la corrupción es el tinglado más feroz para el mantenimiento de la pobreza. Ella repercute en la eficiencia, en la efectividad de las inversiones públicas y desarmoniza las necesarias prioridades que ha de tenerse en cuenta para hacer más con menos.

La ausencia de prioridades va mellando la necesaria convivencia democrática; la sincronización medular entre gobernantes y gobernados. De ahí que la elite política no priorice el gasto y su calidad. Mientras más distorsiones y desviaciones existen, mientras más discrecionalidad cubre las decisiones y acciones, más posibilidades hay para la depravación en lo público. Por ello asistimos a una gobernabilidad democrática más alicaída, más insustancial, más sin cuerpo. Una democracia que ni siquiera nos permite elegir a los gobernantes de manera competitiva, de manera realmente libre. La limitada democracia económica-social, ahuyenta la gobernabilidad democrática, puesto que el termómetro social está generando un producto social desafiante por su exclusión, por su marginalidad.

Por esa referencia inaudita que, día tras día, golpea la vida cotidiana del dominicano, una pésima modorra gravita sobre su cuerpo, haciendo que la vida sea tan pesada, que más que vivir, sobreviven. Ríen para no llorar; juegan para olvidar y otean el futuro en clave externa que no saben descifrar. La esperanza de tanto esperar se convirtió en síndrome. Por eso, porque de tanto tropezar han perdido la fe, han perdido la confianza en el quién creer. Por ello, crece el suicidio y los homicidios al mismo tiempo. El síndrome de la desesperanza, los lleva a dormir eternamente, porque el drama de un día cualquiera es como la hoguera sin el viento que la apague.

Mi lucha termina cuando vea que la impunidad no cobra cuerpo, que la soberbia que trae consigo no se anide en ningún estamento del escenario público. Abogo por una sociedad donde el funcionario público y sus hijos tengan que ir a las escuelas y hospitales públicos. Sueño con una sociedad donde al menos, como diría ese gran poeta Neruda “Y si nada nos libra de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”. Anido el amanecer de un nuevo futuro, que se forje en la lumbrera del despertar de la solidaridad, del ruiseñor que canta para decirnos que un país mejor es posible, que la decencia de lo público sea recuperada.

Vayamos desgranando el entusiasmo y la confianza en esta crisis de legitimidad, en este patibulario sin memoria.