La artista gráfica cubana Teresita Jiménez  presentó en 1995 su tercera exposición individual en la República Dominicana en los Salones de la Biblioteca Nacional. Se trataba de cincuenta diseños de Títeres para Adultos.

Teresita  nos sorprendía con una magnífica colección de títeres de inspiración poética, referida a su visión crítica,  interpretativa, fluyente, nueva, mágica, de  gran belleza y, acaso nostálgica, de Cecilia Valdés,  la mujer de tono ficticio, mítico, literario, presente en el texto villaverdiano.

Al observar los dibujos  de la muestra visual me pregunté: ¿hasta qué punto puedo ella “homologar” el pensamiento político-realista y el discurso narrativo  del autor, a partir de esta representación inhabitual planteada como “guignol”  y, quizás, como vaudeville, para descodificar la identidad de la sociedad esclavista  y esclavizada  de Cuba en las primeras décadas del siglo XIX?

Decía Imeldo Álvarez García en un estudio titulado “La obra narrativa de Cirilo Villaverde” insertado en la reedición publicada en 1977 en La Habana por la Editorial Arte y Literatura que: “(…) hay que ver en Cirilo Villaverde al hombre síntesis del siglo XIX, porque nace a inicios de la segunda década y muere en las vísperas de la segunda guerra de independencia (…)”.  Más adelante afirma que: “Villaverde mete en la memoria lo que ve y mira siempre a partir de un ser de carne y hueso a quien ponía asedio de letra, de veracidad e imaginación”.

Entonces ¿Es acaso Cecilia Valdés la novela recurrente, de umbral realista y lúdica materialidad fónica un juego de espejos, una visión simétrica, desconstructiva del teatro convencional, cuyo funcionamiento conceptual-estético tiene un doble referencial: la visión del autor y la oscuridad vacía, alucinante, desmembrada de una sociedad ambigua?

¿Acaso es Cecilia Valdés dos intertextos de paradójico significado, de recepción participativa de la Cecilia que desliterariza su experiencia erótica y registro de lo amoroso en una metaforización de ilusión y percepción de sí, compleja y sublime a la vez?

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Villaverde (1812-1894) colocó en yuxtaposición o confrontación “dos Cecilias” como signo de su recuerdo o biografía invertida en un tiempo cronológico habitual, para luego regresar sobre ella reversiblemente como historia abierta.

La primera versión de Cecilia Valdés (1839) fue escrita por el autor entre 1837 y 1846 en la etapa que correspondió al boom de la narrativa colonial cubana, en la época reformista y donde el “argumento queda atrapado en las mallas del costumbrismo”, más aún si recordamos que la guerra de los Diez Años (1868-1878) tuvo enormes consecuencias para la estructura económica y social de Cuba, lo cual trajo como resultado la identificación de la nacionalidad y de la cultura cubana con un modo de producción determinado.

La segunda versión corresponde a 1882. Es una refundición renaciente, un texto-pintura que mantiene en su existencia y funcionamiento tres niveles de realidad: un nivel extradiegético, un nivel diegético o intradiegético y un nivel metadiegético que producen una metalepsis.

A partir de esta re-escritura,  Villaverde rompe con el devenir.  Es la época de la independencia, de la idea separatista, de la amorosa visión patriótica, de las sedimentaciones políticas, de las reflexiones teóricas sobre el arte de escribir novelas.

Screen Shot 2015-02-16 at 14.23.39Sólo el círculo de las “mujeres-ángeles” de Villaverde se cierra cuando crea el símbolo de la “mujer síntesis”, afirmada no como mujer del mundo en sus reminiscencias ni idealizada sino en la ausencia llamada por la memoria como simbiosis de sí-misma.

Teresita Jiménez ha registrado y elaborado con una escritura gráfica la dualidad de estas Cecilias. Sus  títeres son -desde una perspectiva atmosférica- contigüidades de su mirada pulsional, revertida y expresiva, ya que su mirada obedece a una presencia inasible, a una alteridad poética fragmentada, demultiplicada, sin extravíos o desmesuras del otro y de lo otro.

Jiménez “corporiza” los enigmas intersubjetivos de Cecilia Valdés a través de una cogitación fenomenológica, donde el espacio aparece explorativo y heterogéneo. De ahí, que sus Títeres para Adultos son la imagen retiniana del que mira, conciencias o presuposiciones de conciencias, un carácter funambulesco y suspensivo de la mirada donde se recupera el destino histórico, el antes y el después exorcizado en la fluidez de lo vivido.

Cada títere es una cita textual sobre papel, una visualización del símil temático, un diálogo lírico entre texto-títere, enunciativo, asombroso, de cara a la luz, a la mítica figura de la Valdés,  con una dimensión casi táctil y efectiva.  Jiménez se ha dejado atrapar y seducir por los mundos previstos de Villaverde, haciendo que la textura del mundo sea  infinita y se encarne en las líneas a través del color, de la mirada que registra la impresión visual subjetiva, lo abstracto, lo metonímico del deseo humano.

Teresita Jiménez ha creado con variaciones y gradaciones de colores la tragicidad inmediata del teatro representado en guiñol: el mundo desilusionado desde un prisma crítico; el mundo gradativo, ingenuo; el mundo de espejos, autocrático, donde la virtud sólo está en la imaginación, oscilando en los ejercicios ideológicos, el colectivismo afirmado y el cuestionamiento verosímil de un espectador que dirige su atención a la realidad.

No sé cómo determinar o definir el arte de Teresita Jiménez, si colocarlo en una nueva especificidad del género de vaudeville, si percibirlo desde su origen con un código de contemplaciones, donde el instante es afligido por el des-ocultamiento, por el ritmo cósmico del silencio, por laberintos donde las flores son extrañamente rosas de ensueños, palmeras de resonancia telúrica, mariposas de “suplicio”, almas de alondras o un cielo que llora en los nudos de la noche.

… He vuelto a recrear mi mirada en la Cecilia Valdés de Villaverde. He leído, asechado la epifanía de su cuerpo, el éxtasis de su vivir, “el estar”  como algo que participa del misterio, de lo innombrable.  Es formidable cómo Teresita Jiménez nos “narra” a Cecilia Valdés, como fábula elíptica, como exaltación de los otros, de los muchos otros que son el conjunto de esta historia.