Y esto no es bueno para la democracia dominicana. La exigencia actual de formas de democracia avanzada requiere de partidos políticos con suficiente calidad democrática para instaurarla y sostenerla. La existencia de una larga lista de partidos con escasa calidad democrática sólo podrá generar una democracia de baja densidad, colocada en situación de riesgo. Y ese es el panorama político de nuestro país. Abundan los partidos de baja calidad democrática. Grandes y pequeños. Viejos y nuevos.
Mirados con la lupa conceptual de Sartori y de Huntington, respectivamente, habría que prescindir de muchos de ellos por no superar la condición de “copias falsas” de instituciones políticas verdaderamente democráticas. “La estructuración de los sistemas de partidos de la comunidad política –apunta Sartori– no surgen hasta que el derecho de voto y otras condiciones no llegan a una masa crítica e implican a un sector considerable de la comunidad”.
Huntington, a su vez, destaca que “las instituciones políticas tienen dimensiones morales lo que a su vez requiere de conductas regularizadas e institucionalizadas por parte de las mismas”.
Muy alejados de lo uno y de lo otro, muchos “agremiados políticos” que hoy se hacen llamar partidos, quedan simplemente convertidos en fachadas vacías que sólo logran despertar rechazo, escepticismo y desprestigio hacia la política, abandonándola a un destino poco decoroso en donde “todo se vale”.
Y siendo la política una actividad tan importante para la sociedad como para dejarla solamente en manos de los partidos políticos, bien haría al interés público un “pase de revista con opción a clausura”, ya que luce improbable todo esfuerzo de “autenticación”, ya sea por falta de normas jurídicas más diáfanas, por la laxitud de las escasamente existentes o por la “patrimonialización” de los partidos por cúpulas continuistas enquistadas en sus órganos de dirección.
En nada contribuye a una democracia robusta un paquete de partidos políticos con vocación de “rémora”. Que están al asecho de otros partidos con vocación de poder para hipotecar su escasa militancia arreada mediante mecanismos poco democráticos, alimentados por intereses y prebendas personales propias de un proceso de compra y venta de mercado de pulgas político que no escapa a la corrupción.
No resulta nada saludable para la democracia dominicana una intermediación tan tóxica de los partidos políticos, que trae como consecuencia la desafección ciudadana y la desconfianza hacia un espacio público que se torna políticamente perverso y que tiene como música de fondo el arte de la simulación y la mentira políticas.
Para construir una democracia de calidad es imprescindible que los partidos políticos impulsen procesos formales de rendición de cuentas sobre sus actividades y sobre sus finanzas. El retraso en fecha reciente en informar a la Junta Central Electoral sobre el gasto de los recursos recibidos de la misma constituye un irrespeto a la ley y un acto disruptivo contra la democracia, del cual no escapa ninguno de los partidos políticos.
Los partidos políticos y los candidatos “alérgicos a la calidad democrática” son, además, actores políticos con potencial para influir de forma negativa en las elecciones. Las prácticas ilegales de compra o coacción del voto, el financiamiento ilícito, la difamación durante las campañas, la corrupción en los procesos de toma de decisión en cuestiones electorales o la exclusión sistemática de ciertos sectores de la sociedad constituyen una muestra de cómo los partidos políticos pueden contaminar y amenazar el funcionamiento de los sistemas democráticos en lugar de facilitarlos. Y aquí la democracia está siendo asustada por esos fantasmas.
La calidad democrática de los partidos políticos se logra mediante leyes y regulaciones relacionadas con el funcionamiento de éstos, que transparentan el financiamiento y las campañas electorales y tienen, además, como propósito disminuir el potencial disruptivo de los partidos políticos y garantizarles, al mismo tiempo, un marco adecuado de libertades para competir por el poder en igualdad de condiciones. Pero esto no significa que los partidos se doten a sí mismos de leyes hechas a la medida.
El fortalecimiento y transparencia de la democracia electoral es un activo muy valioso para el país, pero no constituye el final del camino. Es necesario avanzar en la construcción de una democracia de calidad avanzada, asumida “como un régimen legítimo que satisface las expectativas de los ciudadanos sobre su gobierno, en el que éstos disfrutan de una extensa libertad y equidad política y tienen el poder de evaluar a sus gobernantes”.
Con partidos de baja calidad no se logra una democracia de calidad. Sin un mejor entendimiento de la crítica de los partidos políticos, a la democracia representativa tal como existe y a los políticos, será imposible iniciar reformas que puedan conducirlos a mejorar y elevar su calidad.
La calidad democrática tiene sus enemigos. Tratándose de los partidos políticos, toda resistencia a la calidad democrática es un atentado contra la democracia. Lamentablemente, aquí hay muchos partidos y políticos cómplices de este atentado. ¡En estos días se puede ver la sombra de muchos de ellos!