Como toda crisis de profundo calado, la provocada por el Covid-19 ha sacado a flote lo mejor y lo peor de las sociedades y de los singulares individuos. Mucho se ha escrito sobre el devastador impacto de este flagelo en las esferas de la salud, la economía, la política y cotidianidad de la gente en áreas urbanas y rurales. La pandemia del covid-19 ha sido demoledora para determinadas actividades productivas, pero potenciando otras y produciendo serios desafíos para el futuro y al mismo tiempo, grandes oportunidades para la organización del territorio y la reorientación de las ciudades y sus entornos rurales.
Según la Organización Mundial del Trabajo, en varios países de nuestra región, el 20 y 30% de los trabajadores asalariados que permanecieron trabajando durante la pandemia, lo hicieron en domicilio. En ese tiempo, se incrementó en un 27 las empresas que venden online, antes del 2019 esa cifra era inferior al 3%. Todo indica que la venta online seguirá incrementándose, lo mismo que el teletrabajo independiente a domicilio, como el vinculado al proceso productivo de empresas, que seguirá difundiéndose en el territorio. Un 37% de la masa laboral, 1300 millones de personas a nivel mundial, es móvil y buscará los lugares que ofrezcan, seguridad personal y tecnológica, además de significativos atributos naturales, históricos y culturales.
Esa tendencia de la virtualización del trabajo crece desde hace décadas, y el desarrollo de la internet lo impulsará a su máxima expresión. Diversos países lo están potenciando, preparando legislaciones para su ejercicio e identificando los mejores lugares en el territorio para su práctica. En nuestro país, es cada vez más frecuente la práctica del teletrabajo en zonas de montaña, como Jarabacoa y en algunas de playa, lo cual se conjuga con el incremento de sectores que buscan segunda vivienda en esas zonas, disparándose los costes del suelo urbano y rural, el número de la población flotante y la expulsión de la población originaria de los centros urbanos.
Aquí se legisla sobre el teletrabajo, pero hasta el momento no están claras ni visibles la incidencia de las autoridades nacionales y locales para corregir esas y otras externalidades negativas que este pueda tener sobre el territorio y en los espacios urbanos y rurales. Tampoco, se manifiesta una visión sobre las oportunidades que este pueda tener para el incremento de las economías locales y todo cuanto esto pueda significar para mejorar las condiciones de vida de la gente, cosa que sí se nota en otros países. Ciudades como Santo Domingo, Santiago, por sus atributos históricos, provincias como: San Cristóbal, Moca, El Seibo, Barahona, entre otras, por sus atributos naturales podrían ser lugares para la práctica del teletrabajo de nacionales como de extranjeros.
El casi millón y medio de masa laboral móvil que existe en el mundo, propenso a la práctica del trabajo fuera de los centros fabriles, educativos, de oficina etc., que huyen a la congestión del tránsito y del colapso de muchas ciudades, constituye un valioso activo potencial para el desarrollo local rural o urbano que bien puede ser aprovechado para esas áreas atraigan población que, generalmente, por su preparación puede contribuir a que el territorio sea cada vez más competitivo diversificando y potenciando sus atributos. Dado las diferencias del desarrollo de los asentamientos urbanos entre los países ricos y pobres, esa masa laboral móvil irá hacia los territorios mejor dotados de infraestructuras, de mayor seguridad jurídica y menor o casi nula criminalidad.
En ese tenor, es importante llamar la atención a lo siguiente: se calcula que para el 2025 los países pobres tendrán cerca del 80% de su población viviendo en las zonas urbanas generalmente degradadas, un porcentaje parecido al escenario que tendría nuestro país para esa misma época. Eso significa que de seguir la actual tendencia de concentración de la población en grandes centros población en el Gran Santo Domingo y en menor medida la conurbación Santiago-Moca-La Vega, sin una política urbana de carácter nacional que oriente las de los entes locales, serán escasas las posibilidades de aprovechar la presente virtualización del trabajo, tendentes a hacer más eficientes los procesos productivos a nivel mundial.
Tampoco podríamos aprovechar una industria turística, entre las cinco más potentes de la región, que se desarrolla básicamente para ganancia de las grandes corporaciones hoteleras y del sector inmobiliario, sin estar acompañada de políticas urbanas de carácter integral de parte del estado ni de las autoridades locales donde esta se desarrolla. Podrían matar la gallina de los huevos de oro El teletrabajo constituye un plus para el desarrollo de esa industria, pero también una oportunidad para los gobiernos locales y un desafío para el impulso de políticas de desarrollo local de parte de los sectores políticos y sociales que se baten por la inclusión social.
Desafortunadamente, estos sectores, al igual que las autoridades nacionales y locales, parecen no haberse enterado de que desde hace más de cinco décadas las mejores posibilidades de que la gente mejore sus condiciones de vida reside en el territorio, en la lucha por el control de sus atributos naturales, históricos y culturales que este tenga, no en la explotación de esos recursos para engrosar las arcas de los poderosos y de los especuladores. La suerte está echada.