Sor Hortensia, pasadita de 50 y avispada religiosa, llegó más temprano que nunca a su misión de aseo, desde hacia varios años debía atender aquel rincón de la parroquia que llamaban “Sacristía”; la habitación privada que custodia el sacristán donde se tienen y purifican los objetos necesarios para la misa y otras ceremonias y festejos, donde suelen guardar en herméticos armarios las coloridas y oficiantes vestimentas.
Los cálices, el “acetre” con su hisopo, el conopeo, el copón, la patena, las vinajeras, el corporal, el manutergio, la palia y otros tantos instrumentos sagrados que debían ser higienizados cuidadosamente en el “Sacrarium”, especie de “lavadero sagrado” (no Banco Vaticano) que debía descargar sus aguas directamente al “subsuelo” para evitar profanación: unir “desperdicios divinos” con aguas cloacales.
En aquel “Sacrarium”sor Hortensia solía deshacerse de los casi invisibles elementos de hostias y vinos consagrados que recogía el oficiante en su paño “Purificador”, el que sobaba con vehemencia sobre el metal para brillar los cálices misales.
Asombrada, no entendía cómo, aunque minúsculas, aquellas partículas sagradas veneradas podían luego ser “despedidas” sin respeto alguno y ceremonia hacia los mundos subterráneos dantescos de la iglesia, en una humana y grotesca actividad propia de una cocina hogareña.
Pero esa mañana, al acercarse a la puerta de la sacristía, escuchó algunos quejidos extraños que salían de la conocida garganta del sacristán que decía con sofoco y repetidamente:
“¿Te lo saco o lo dejo adentro?”.
Conturbada, pensó huir del lugar, sin embargo decidió entrar y descubrir la verdad sobre el misterio de aquellas sugerentes y profanas oraciones que escuchaba.
Pero gracias al Señor aquello no se trataba de algún acto vergonzoso acostumbrado por la Iglesia, ni siquiera algo parecido, era el sacristán que, por ayudar al medio sordo y viejo cura a revisar la vestimenta sagrada que más tarde usaría en la misa mañanera, le preguntaba:
“¿Te lo saco o lo dejo adentro?”.
Oremus:
Domine, ne diabolus ad sacristiam et cogitationes nostras.
(OH Señor, no permitas que el demonio acuda a la sacristía y se apodere de nuestros pensamientos)
Coro:
Eum a me Dominus, tueri servus Hortensia.
(Aléjalo de mí Señor, protege a tu servidora Hortensia)