Uno, dos, tres, cuatro… Contar es reconocer unidades dentro de un conjunto. Es una operación elemental y anterior a cualquier ejercicio aritmético. Nos da idea de cantidad pero también relaciona proporción, medida, peso, área, magnitud, potencia, tiempo… El ocio nos pone a contar: los segundos del reloj, las losetas del piso, las manchas del techo, los lunares de la piel, los zapatos del clóset, los romances vividos. La rutina también cuenta a su manera: los días para que llegue el viernes, las horas de trabajo, las tareas de la agenda, las semanas sin sexo, las promesas que nos acercan al primer beso.
Hace unos días, en turno en un corredor de pago y para amortiguar la espera empecé a contar nombres como quien musita una letanía: Leonel Fernández, Danilo Medina, Reinaldo Pared Pérez, Francisco Domínguez Brito, Carlos Amarante Baret, Gonzalo Castillo, Temístocles Montás, Francisco Javier García, Andrés Navarro García, Margarita Cedeño, Carlos Peña, Abel Martínez, Luis Abinader, Hipólito Mejía, Miguel Vargas, Guillermo Moreno, Ito Bisonó, Amable Aristy Castro, Federico Antún, Ramfis Domínguez Trujillo, Minou Tavárez, Max Puig, Elías Wessin Chávez, David Collado, el loco Karim, Porfirio de Jesús Rodríguez Nieto, Fidel Santana, Pelegrín Castillo, ¡uf!… ese es hasta ahora el reparto de intenciones declaradas o supuestas a algo menos de dos años para las elecciones. Los espejismos prometen contagiar más mentes; la lista se hará inmensa. Nadie sabe qué proponen aunque la mayoría ha presentado su nominación más de una vez en el pasado. Quisiera contar planes, propuestas y programas, pero no nos dejan ¿desde cuándo eso es necesario?
En el deporte se valora el rendimiento; en el trabajo, la eficiencia; en las artes, la creación; en la ciencia, el conocimiento, y en la tecnología las soluciones. ¿Y en nuestra política? ¿Votar por qué? ¿Qué me hace decidir por uno y no por otro?: ¿Logros y carrera? Todos pueden válidamente acreditarlos. ¿Seriedad? Lo somos hasta prueba en contrario. ¿Capacidad? Nadie deja de presumirla. ¿Currículo? Amable Aristy Castro tiene mejor hoja de vida que todos juntos ¿y?…. ¿Empatía? Quizás, pero eso sería muy trivial. Nos quedamos sin razones hasta que nos las den, aunque nos marearemos en la sofocante espera.
Se supone que un candidato ofrece algo más que su nombre o persona. Se vota por algo que alguien tiene u ofrece. Aquí la única diferencia aparentemente atendible es que unos están gobernando y otros no. Votar para sacar a los que están o impedir que otros suban tiene un nombre: ¡primitivismo! Rafael Nadal sin raqueta no es el mismo; una oferta sin propuesta es una excusa. Pero lo más deprimente es que ellos no saben sumar; la mayoría ha salido de divisiones o restas, sin capacidad para multiplicarse más allá de su ego. Ninguno entiende que el otro puede hacerlo mejor.
Nadie merece ser presidente; la presidencia no es un título nobiliario, gracia, don, designio ni premio; es una opción abierta en una competencia de ofertas. ¿Pero de qué? ¡Quién sabe! Lo que sí está claro es que todos prometen no hacer aquello que terminan haciendo cuando llegan. Los programas de gobierno son libretos armados a prisa para probar alguna credibilidad. Son avales.
Nos obliga el momento. Debemos pensar creativa y colectivamente. Nos cuesta a nosotros, los ciudadanos, presentar y negociar las propuestas porque los actores políticos están ocupados en venderse ellos. Pasar de una democracia sujetiva (basada en el quién) a una objetiva (fundada en el qué) seguirá siendo un reto remoto. Cuando se sabe lo que se quiere sobran los nombres, los egos y los dioses. ¡Por Dios! Demos el salto.