Algunos de los análisis propuestos luego de la matanza de Charlie Hebdo han abiertos las puertas a cuestionamientos sobre los límites de la sátira y sobre la tolerancia que se debe mantener frente al otro y a sus diferencias El humor común y admitido en Francia sería por ejemplo ofensivo y políticamente incorrecto en los Estados Unidos donde el comunitarismo y la adhesión a una comunidad religiosa han sido la forma de integración a la sociedad y el cimiento del llamado“melting pot” americano.
Las multitudinarias e históricas manifestaciones del domingo 11 de enero, las más grandes en Francia luego desde la Liberación al final de la segunda Guerra Mundial, muestranel apego de una gran mayoría de los franceses al contrato social que une la Nación. Demuestran la diversidad de códigos que rigen la vida de los países y que tienen asideros históricos. La irreverencia ha sido reivindicada por un pueblo entero como una forma de la libertad de expresión y es una cierta forma de excepción francesa que se enraíza en la historia desde el siglo de las “Luces” y los escritos anticlericales del filósofo Voltaire.
En una sociedad abierta y democrática todo está permitido en la sátira. Se puede reir de las religiones, de los hombres políticos, de los poderes. El francés es criticón por esencia y Francia, además de sus caricaturistas acerbos, tiene sus “chansonniers” (cantaautores) irreverentes. Tiene también sus Grandes “Guignols”de la Información, marionetas grotescas de goma que critican en la televisión con agudeza y sin piedad a los hombres políticos, y que han deleitado con su sentido del humor a varias generaciones. Reírse de los defectos más criticables quizás no sea caritativo: sin embargo este humor ha sido y es en Francia considerado como el antídoto al fanatismo y a la estupidez. Los artistas de Charlie Hebdo sabían que corrían riegos al expresar sus opiniones en el contexto que lo hacían.
Nos puede chocar, molestar, pero estas sátiras van dirigidas a todos los sectores de una sociedad que siempre ha tenido polos opuestos, monárquicos y republicanos, católicos y anticlericales, comunistas y extremistas de derecha.
Ahora bien, los problemas que han revelado los últimos acontecimientos no se curan solo con una gran comunión en los valores republicanos en la cual participaron personas de todos los credos, de todos los colores, de casi todo el arco iris político así como niños, jóvenes, adultos, ancianos con una diversidad de intenciones y de emociones pero aferrados todos a una república laica e igualitaria.
Sin embargo una parte de Francia se resistió a comulgar: la Francia del Frente Nacional de extrema derecha que fue marginalizada en Paris por los mismos organizadores de la marcha, una minoría musulmana que rinde pleitesía a los movimientos djihadistas, parte de una juventud frustrada y sin rumbo que se ha hecho oir en las redes sociales y cuyos miembros sienten, como ellos mismos lo proclaman, “la haine” (el odio) del otro.
Una de las imágenes retransmitidas por la televisión el 11 de enero fue la del abrazo de un cura, un rabino y un imán que emocionados decían: “Esta es la Francia que queremos”. La pregunta ahora es ¿Cómo alcanzar esa Francia ideal y solidaria partiendo de una sociedad fracturada y llena de miedos? ¿Cómo lograr un país seguro para todos sin caer en la islamofobia? ¿Cómo hacer para separar los “buenos” de los “malos” cuando el sueño delirante de los islamiststas radicales, que representan una ínfima parte de los musulmanes, es el de provocar una fisura irremediable entre las comunidades, entre los musulmanes y el occidente? En otras palabras ¿cómo ser medido, justo, y a la vez garantizar la seguridad de manera eficaz?