Hoy celebramos el Día de Reyes. Por eso ayer, me tocó soñar, dejé volar el niño que hay en mí sembrando utopías para caminar, en la construcción de un Estado de Derecho. Un soñar que no es una mera ilusión, pues es tan cercano, dado que lo tenemos en nuestras propias leyes. Es la cristalización del sueño de la legitimidad. Legitimidad en la asunción del cuerpo doctrinario de las leyes y legitimidad en el ejercicio de su concreción.

Parafraseando a Arturo Victoriano quien nos recreaba diciéndonos “Mientras sigamos comportándonos como el país que tenemos, nunca vamos a tener el país que queremos”. Una hermosa reflexión que nos sitúa en un contexto para validarnos en la medida que auguramos una praxis y una convicción de la sociedad totalmente diferente a estas olas de hipocresía, cinismo, de simulación y ausencia de verdades.

Una hipocresía oficial que regurgita todo fuero interno. Añoro, en mi hermoso sueño que el engaño como política de Estado sea desterrado y que los delincuentes de cuello blanco y los delincuentes políticos, sean juzgados atendiendo a un Estado de Derecho y no al Poder, que es generador de doble violencia y de exclusión.

En este descanso de ensueño, toda mi ilusión se vislumbra a desterrar con miles de manos humanas abrazadas, encadenadas, la MEGA CORRUPCION que nos acogota y que hiere la pobreza y la miseria que nos aturde y nos abate. En mi sueño, avizoré la certitud de rupturar la cultura “dónde está lo mío”. Ahogamos con pasos firmes la decrepitud de los actores políticos, que siguen mirando al Estado dominicano como fuente eterna de acumulación originaria, haciendo una reconversión del mismo, donde se ha convertido en el único puente de hacer política, en un nuevo neocaciquismo, sustituto en el Siglo XIX del Caudillismo. El Estado hoy, con sus actores principales, es mero rentismo, clientelismo y patrimonialismo.

Esa concepción del Estado en nuestra larga utopía debemos destrozarla. Seres humanos que arriban a la Dirección del mismo no para crear más riqueza humana, por encima del PIB, sino para materializarse ellos, al tiempo que se lastran por el suelo en el contenido esencial de nuestra historia. Los últimos gobernantes nuestros, parecería que sufren de Trastorno antisocial de la personalidad, que se caracteriza “por un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás…” En medio de sus trastornos, juegan a esa bipolaridad social, que es la expresión de la inestabilidad emocional, consecuencia, en gran medida del umbral de vulnerabilidad en que se encuentra un 42% de la población y de las condiciones materiales de existencia; y, otros de querer mantener los encantos de la sociedad de consumo, pierden la fisonomía real de la honradez, de la honestidad, de la dignidad y la virtud.

Es tanto lo que quisiera soñar, como que no existieran 600,000 Ni Ni, ni murieran 183/100,000 mujeres por muertes maternas, ni que la Tasa Global de desocupación se encuentre en 50.5% de toda la población en edad de trabajar. ¡Una verdadera fractura social! Mi sueño es corto. Mi utopía se puede alcanzar. Es solo que una parte de la sociedad deje atrás la indiferencia (no expresar ni decir lo que piensa) y aunemos esfuerzos compartidos, colectivos, en aras del Estado de Derecho y no el estado de poder. Valoremos el cumplimiento de las leyes y de desmadejar a los corruptos en su estado de anormalidad, de amoralidad y pestilencia. Queremos un nuevo liderazgo que nos invite a soñar más, a aprender más, a hacer las cosas mejor y ser mejores personas. A construir una mejor gobernanza. Una gobernanza que abra ventanas en el surco sugerente de la esperanza redimida que troca y destruya la hipocresía oficial y reivindique la lozanía del amor.

Por eso, siempre me pregunto como Mario Benedetti, ¿para qué sirve la utopia?

… Yo también

me lo pregunto siempre.

Porque ella

está en el horizonte.

Y si yo camino

dos pasos,

ella se aleja

dos pasos.

Y si yo me acerco

diez pasos,

ella se coloca

diez pasos más allá.

¿Para que sirve la utopía?

Para eso sirve,

para caminar.