La historia de la humanidad es una serie de pugnas entre clases sociales. Siempre ha existido la explotación del hombre por el hombre, del amo contra el siervo, dueño y esclavo, ricos y pobres, dominados contra dominadores; realidad que inspira la locución latina “Homo homini lupus”. Dicha expresión nace como una creación retorica de Plauto, conocido como comediógrafo romano del año 254 a.c. De él sabemos que murió en el consulado de Plauto Claudio en el 184 a.c, periodo conocido por la ocurrencia de la II Guerra Púnica entre Roma y Cartago. Su frase, utilizada incluso en nuestros días, refería más o menos lo siguiente: Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre cuando desconoce quién es el otro. Luego Tomas Hobbes, filosofo ingles considerado uno de los fundadores de la filosofía política, vendría a popularizar la frase partiendo de un argumento detractor contra la condición humana y resaltando lo que para el filosofo fuera una de sus principales características: El egoísmo. De ahí que Hobbes justifique la necesidad de una monarquía absoluta, favoreciendo esencialmente a la convivencia para mitigar los efectos de ese egoísmo que hace al hombre autodestruirse.
El instinto de dominación por parte del hombre se trata por consiguiente de una característica fundamentalmente animal, que se mantuvo a pesar de la evolución humana, consistente en un impulso primario que hace al hombre buscar el poder sobre la base de un estado de enajenación al prójimo. Sin embargo, en medio de esta realidad existente a lo largo de la historia, a subsistido un sentimiento de igual valor y jerarquía, tan primario como el anterior: El sentido de libertad, el deseo de no ser explotados, aunque cueste enfrascarse en situaciones de riesgo.
En nuestra isla, uno de los ejemplos más reveladores de lo anteriormente dicho fue el largo proceso de colonización que vivimos a partir del año 1492. Se le llamó descubridor de tierras al extranjero, calificativo curioso si tomamos en cuenta que en nuestra América ya había habitantes, y habitantes organizados. A través de la historia nos damos cuenta de que la llamada colonización constituyó todo un proceso de explotación que produjo la liquidación casi completa de nuestros nativos. Basta repasar la obra de Manuel de Jesús Galván, novela del género indigenista que cuenta una de las revoluciones mas hermosas y heroicas vivida por nuestra tierra: La insurrección del cacique Enriquillo. Dicha colonización se produjo gracias a un sistema de explotación casi esclavista que llevó a Guarocuya años después a revelarse, cuando los efectos del abuso comenzaron a afectarle. Cristóbal Colon, tal como lo hemos referido en el articulo titulado 12 de octubre, no hay nada que conmemorar, se había dado cuenta que la isla contaba con recursos auríferos e impuso a nuestros nativos el pago de un impuesto trimestral consistente en un cascabel lleno de oro o una arroba de algodón para aquellos que no vivían cerca de las minas. Mas adelante, aquel sistema “recaudatorio de impuestos” instituyó las llamadas Encomiendas, sistema abusivo que consistía en el tributo obligado por parte de los tainos a un encomendero, súbdito de la corona española. Los tainos no eran salvajes, sino más bien una civilización inofensiva sometida al saqueo, el abuso y la vejación. En medio de todo aquello surgió Guarocuya, a quien Galván da vida en su magnifica obra Enriquillo.
Es así como las revoluciones son tan antiguas como el estado opresor, tan vetustas como el sentimiento humano de querer controlarlo todo. Allí donde ha imperado la opresión, ha surgido la revolución. Contrario a lo que se piensa, las revoluciones no siempre han nacido tejidas por un ideal especifico, sino que su consistencia a versado sobre la necesidad de poner fin a una situación de injusticias. La palabra Revolución, sin embargo, nos lleva a pensar en un movimiento insurreccional que tiene por propósito desplazar un orden por otro mediante métodos violentos. Pero la revolución es mas que eso. El verdadero revolucionario esta motivado por grandes sentimientos de amor, busca el bien común en virtud de su incapacidad de ser indiferente. La revolución es un acto contundente de cambio, el cual puede ser violento o pacifico, como lo aprendimos de Mahatma Gandhi, Nelson Mandela o Martin Luther King.
A las revoluciones las orienta la desesperación y las motiva el fuerte deseo de reivindicación. Cuando las revoluciones no tienen una dirección o al menos un líder que la dirija, se convierten en simples pobladas que no pasan de ser hechos violentos sin resultado alguno. De ahí que para que haya una revolución exitosa tiene que confluir en un mismo escenario histórico el revolucionario líder y las condiciones adecuadas, ya que mientras ha existido solo las condiciones se generan solamente implosiones o simples manifestaciones de descontento.