“No son los deberes los que quitan a un hombre la independencia: son los compromisos”-Louis De Bonald, político, filósofo, escritor y publicista francés.

En cinco ocasiones hemos sido testigos de transiciones gubernamentales.

En estos días, por sexta vez, estamos en lo mismo. El Ministerio de la Presidencia impartió instrucciones a los ministros, directores generales y demás autoridades para que respondieran de manera eficiente a los requerimientos de información de las nuevas autoridades. La verdad es que no recuerdo que en el pasado esta orden se cumpliera de una forma tan organizada, detallada y precisa como está ocurriendo en estos momentos.

En 2000, 2004 y siguientes períodos los ministros y directores generales, en el mejor de los casos, se limitaban a presentar al personal en funciones, haciendo verbalmente una somera descripción de los asuntos más importantes en curso o pendientes de iniciar. Ceremonias formales donde usted decía lo que entendía y convenía, sin que mediara la entrega de documentación ordenada sobre políticas, programas, planes, proyectos, acuerdos, convenios de cooperación, recursos humanos, presupuestos, tecnologías y acreencias. Hoy vemos que se hace el esfuerzo para que toda esta información aparezca organizada por ejes temáticos, incluida la normatividad correspondiente, conforme a las competencias de cada institución. Al parecer, el PNUD tiene mucho que ver.

Siempre los servidores públicos han percibido la transferencia de mando como un período muerto o de ocio, lleno de expectativas y ansiedades. No se recibían instrucciones superiores para preparar memorias rigurosas de rendición de cuentas y pocos se acordaban de los méritos institucionales que debían defenderse ante los recién llegados.

Parece estar ganando terreno la convicción de que las responsabilidades en torno a las iniciativas importantes del predecesor deben continuarse como si fueran propias, con entusiasmo y compromiso. Los nombres ni los partidos importan cuando las políticas iniciadas han sido bien concebidas y sirven al desarrollo, importando poco si están en carpeta o en proceso de ejecución.

El funcionario capaz y visionario no ve personas ni partidos, ni autorías que solo pueden molestar a los egocéntricos y soberbios; solo ve los efectos posibles de la producción pública que recibe.  Aflora la convicción de que la alternancia del mando político es irrelevante cuando hablamos de políticas de Estado de impactos importantes para el desarrollo.

Para ayudar a la continuidad del Estado es preciso que las autoridades rindan cuentas sobre sus ejecutorias más importantes. Están obligadas a evidenciar no solo avances, sino también problemas, restricciones y límites. Tal comportamiento demuestra la militancia en la verdadera transparencia. Además, nos parece un buen atisbo de compromiso con una Administración moral.

Hoy más que nunca es necesario ese proceder: las nuevas autoridades que emergen del PRM o de la sociedad civil necesitarán información veraz, precisa, detallada, abarcante y correctamente discernida en uno de los peores momentos de la historia reciente de la economía dominicana. El más difícil y retador.

Este será el gobierno de los retos complejos y tremendamente desafiantes. El altísimo endeudamiento externo consolidado con su servicio oneroso y desmedido, en combinación con un enorme déficit fiscal y una crisis sanitaria que conoce su primera fase de apogeo, derivarán en consecuencias muy duras para los que menos tienen, especialmente. Pero hay consecuencias para todos, no importa su condición social.

Todo esto, como bien ha dicho el presidente electo, Luis Abinader, pone a prueba tanto la capacidad de respuesta de las autoridades como la educación de la población. Esa respuesta debe provenir también de los funcionarios salientes: suministrando información confiable, exponiendo con objetividad los puntos prometedores y neurálgicos de cada gestión e informando sobre los asuntos concluidos y pendientes. Es importante comenzar ya a olfatear las posibles rutas a seguir en una situación que no puede calificarse de otro modo que no sea de excepcionalmente crítica.

El conocimiento, la experiencia y la pericia técnica de los servidores en funciones, honestos y formados, pueden y deben contribuir a configurar los cimientos del buen inicio en una situación de crisis.

Generalmente en los sistemas clientelistas siempre se apuesta al fracaso de las nuevas autoridades. Pero hoy la situación reclama el esfuerzo consciente, sistemático y consciente de todos para alcanzar una gestión de gobierno de calidad, moral, responsable, comprometida, imaginativa, innovadora y productiva. Esta es una apremiante exigencia de la nación, no de partido alguno.

Halar la carreta en una misma dirección o sucumbir en el barrizal de la desunión nacional sobre el tapiz de una gran crisis económica. La clase política debe, en esta especial coyuntura, negarse a sí misma (para bien de todos) o desaparecer.