Los sucesos del 5 de abril en la oficina de la Fiscalía, donde decenas de juristas, jueces y abogados fanáticos del PLD se convirtieron en turba pública para defender al ex presidente LF y rechazar de forma violenta la denuncia en su contra por alegada prevaricación y corrupción presentada por el ex fiscal, Guillermo Moreno, del Partido Alianza País, habla muy mal de un país que gradualmente se aleja de la civilidad desde casi todos los ángulos del tejido social.
¿Por qué apelar al insulto, a la descalificación y al sectarismo, pisoteando los más elementales principios democráticos de respeto y tolerancia para defender lo indefendible? ¿Por qué ofender el derecho de un ciudadano, garantizado en la Constitución, a cuestionar la función pública presente o pasada de un mandatario, con un odio, una perversidad y una maldad pública pocas veces vista en la opinión pública?
Lo que más sorprende de este episodio es que haya sido protagonizado por un grupo de ciudadanos en teoría “honorables” –de cuello y corbata blancas, con toga y birrete–, que se supone administran y hagan cumplir las leyes, y a la vez se prestan a imponer por la fuerza su criterio por lealtad política fanatizada, salvo algunas excepciones, mandando al carajo el estado derecho. ¿O es que olvidaron que el derecho a la protesta pacífica y organizada también está garantizado por la ley?
Muchas opiniones horribles se han dicho de la justicia dominicana. La mayoría ciertas. Corrupción, venalidad, reenvíos miserables, compra y venta de sentencias, favorecer a narcotraficantes y poderosos, tráfico de influencias, sobornos, “mordidas” y un largo etcétera, en el ejercicio de las funciones de ciertos jueces y abogados idóneos, analfabetos y cuestionables inclinados al trueque con el bajo mundo.
Pero de ahí a pretender linchar de manera mediática a un ciudadano por ejercer su derecho a cuestionar la labor pública de un ex presidente, a quien también le asiste el derecho a defenderse pero prefiere evadirse por razones desconocidas, dice mucho del estado de corrupción, involución y pudrición en los que avanzan ciertos sectores políticos y sociales de la sociedad dominicana.
¿Por qué LF ignora los cuestionamientos que les imputa Moreno y opta por no dar la cara, en vez de ratificar y demostrar su inocencia más allá de toda duda razonable? ¿Es ese el ejemplo que pretende dejar como legado? Sólo él tiene la respuesta. ¿Hay necesidad de propinar un golpe de efecto mediático creando un tumulto dentro de una institución pública, violando las leyes para imponerse por la fuerza de la presión y dando un ejemplo censurable y peligroso ante el país y a las nuevas generaciones?
Resulta obvio que la República Dominicana lo tiene todo, como dice el eslogan de Turismo. Cada vez más somos un país escatológico, no en el sentido de la definición de la palabra como pornográfico o excremento, sino en el concepto del caos, el desorden y el objetivo último con los que ciertas fuerzas oscuras del PLD pretenden llevar a la nación hacia un modelo de pensamiento único y de máximo líder, con un fuerte sabor, color y olor de dictadura.
Ante estos hechos y en el transcurso de este capítulo, la fiscal Yeni Berenice Reynoso tiene una cita con la historia, entre la gloria y el infierno. De ella dependerá, en primera instancia y a nivel nacional, deslindar los matices entre su función, la lealtad al líder y al partido, la fe institucional, el estado de derecho secuestrado por la ley del más fuerte y los desmanes de una mafia corporativa en la ominosa jungla política nacional…