“En el fondo de todo jardín hay un jardín” (Alejandra Pizarnik).
Hemos llegado a una etapa de la historia humana en que predomina el espíritu del cálculo en la sociedad. También la adicción al trabajo, la idolatría del poder y del confort y la ansiedad por la eficacia. No estamos preocupados en las consecuencias de nuestro andar y desandar, ante todo está lograr nuestros objetivos a cualquier costo para el presente.
Miles de eventos pasan desapercibidos sin que le brindemos la importancia requerida. Bastaron los focos de incendios en la Amazonía, hasta desbordar las redes sociales para que millones de personas sintieran preocupación por la situación que es pan nuestro de cada día y que nadie mira. Aparecieron los ecologistas de las redes y de los domingos, luego se esfumaron como el humo, pues en nada les preocupa los desechos que lanzan en las calles como habitantes de la sociedad de consumo, las aguas residuales que mandan a las cañadas, calles y ríos, y que desbastan bosques aniquilando especies para construir mansiones y habilitar fincas para ganados y actividades agrícolas sin que les duela el crimen. Lloran por la amazonía y no vierten una sola lágrima por el camino que nos lleva a la desertificación y el exterminio con sus actuaciones particulares y su indiferencia.
Hemos perdido la ternura, esa capacidad de relacionarnos con “el otro y los otros” de mi entorno sin la ambición de dominarlos y explotarlos, sino de conocerlos, amarlos, ser sensibles frente a ellos y cuidarlos. “El esprit de finesse (espíritu de la finura) –según Leonardo Boff- es el espíritu de finura, de sensibilidad, de cuidado y de ternura. El espíritu no sólo piensa y razona. Va más allá, porque añade al raciocinio sensibilidad, intuición y capacidad de sentir en profundidad. Del espíritu de finura nace el mundo de las excelencias, de los grandes sueños, de los valores y de los compromisos a los cuales vale la pena dedicar energías y tiempo…La relación de ternura no envuelve angustia porque está libre de la búsqueda de ventajas y de dominación. El enternecimiento es la fuerza propia del corazón, es el deseo profundo de compartir caminos. La angustia del otro es mi angustia, su éxito es mi éxito y su salvación o perdición es mi salvación y, en el fondo, no sólo mía sino de todos”.
Ante la sombra de la hamartiosfera (esfera de maldad), que cubre todo lo que nos rodea, tenemos tiempo para revertir el desastre creado. Nada de construir muros de las lamentaciones y lloriqueos. Debemos descentralizarnos del viejo paradigma en donde nos creímos “los dioses del universo”, demorarnos en la existencia de lo diferente, establecer comunión sin posesión bajo la premisa azarosa de “lo mío y lo tuyo”. Obviar nuestra llegada a lo que parecería la antesala de la queja del poeta salvadoreño Roque Dalton, cuando decía “…Yo que sólo pedía un poco de ternura, lo que no cuesta nada, a no ser el corazón. Ahora es tarde ya. Ahora la ternura no basta. He probado el sabor de la pólvora.” Aun así, el mismo poeta en otros de sus tantos versos desparramados en sus libros escritos se corrige y nos consuela… “Y aunque el corazón no sea el brioso animal que presentíamos basta para beber apasionadamente el amor y los cuchillos que nos rodean”.
Todavía nos queda el corazón y la ternura… “huir de la peste, organizar encuentros, aumentar la capacidad de actuación, afectarse de alegría, multiplicar los afectos que expresan o desarrollan un máximo de afirmación…convertir el cuerpo en una fuerza que no se reduzca al organismo, convertir el pensamiento en una fuerza que no se reduzca a la conciencia” (Gilles Deleuze).