Siempre he sentido el amor y el dolor con mucha nostalgia y tristeza; por eso escribo soliloquios, como una manera de revelar mis distintos temperamentos, disyuntivas, necesidades afectivas, situaciones de aislamientos, con celebraciones de decires, subversiones de dogmas y mitos, fluctuaciones existenciales, re-afirmaciones de utopías, presagios, peregrinajes que se refractan, y aprendizajes sobre la desdicha llenos de subjetividades.
Los soliloquios son mi manera de confrontar a la duda y a la nada, hablar con el signo, procurando hacer que las máscaras que no permiten a la mirada descubrir las cavernas del alma, puedan caer… Estando el mundo al revés, creo que es así, a través de mis soliloquios persigo descubrir en el bosque ese habitad donde se fragmenta la identidad de todos los que no viven con desapego a lo banal, y donde se re-encuentran los que huyen de la sorda multitud agonizante y de la orfandad que trae el desconcierto.
En el bosque se conocen las carencias y el entorno de las apariencias, la abyección humana a las valijas del oro, porque ante la rebelión reprimida desde la edad de la inocencia, en el bosque la metáfora es un diálogo con el asombro o una escritura de expectativas, de impulso vital, de honestidades sin prejuicios donde el itinerario de lo que somos o creemos ser no se prevé.
Cada soliloquio que escribo trae un “pendiente”; un mundo que se rompe o un mundo negado que una no desea contemplar, y que literalmente es buscar el sin-tiempo para hacerlo personaje del sin-lugar con infinitos matices y como reverso de la realidad.
Siendo así, mis soliloquios son para entrever el desconcierto y la angustia; comprender los márgenes de ese código del “deber-ser”, las culpas que escondemos cuando nos confiamos al yo, y no enfrentamos cualquier cosa que se parezca a lo que llamamos destino.
De ahí, que he llamado Dentro del bosque a lo que he querido construir en mis entregas de nostalgia cuando escribo, como si fuera una tarjeta postal que me dispongo a enviar. Es por ello que hoy les presento -como un soliloquio visual- a esta niña adornada su cabeza de flores tiernas, de sonrisa ingenua, inocente, que se sienta a orillas del bello bosque de la vida para ir tejiendo sus sueños ante el porvenir, a la derecha de un árbol que alienta su entusiasmo, y de espalda a un río que propiciará los cambios o las transiciones que traen las edades, ya que todos somos espectadores de cada una de las escenas que encontramos en el sendero de nuestro bosque interior.