“Dar solamente aquello que te sobra, nunca fue compartir sino dar limosna, amor”, Alejandro Sanz.
En tiempo de crisis y período especiales, conceptos como donación, solidaridad, asistencialismo y caridad, se ponen en boga. Lo preocupante del caso es que sean usados como sinónimos; sin tomar en cuenta las diferencias que existen entre uno y otro.
El término donación supone la entrega voluntaria de un bien o recurso de una persona a otra, sin esperar premio o recompensa alguna. Cuando se hace una donación en presencia de los medios de comunicación o si se publica en las redes sociales, cosa muy común hoy día ¿realmente no se está esperando algo? Si la respuesta es no, entonces también deberíamos responder ¿por qué se publica?
Aunque lo que se dona debió antes pertenecer al donador, en países como el nuestro, es muy común ser caritativo con lo ajeno. Es por ello que muchos funcionarios utilizan los recursos públicos para realizar este tipo de labor y así promoverse como filántropos de nuestro tiempo.
A nivel empresarial tampoco es el humanismo o la nobleza la que inspira a los donadores, sé de empresarios que donaron par de millones de pesos y al mismo tiempo cancelaban a todos sus empleados. La pregunta obligada allí es: ¿quién realizó la donación realmente, el empresario o los empleados despedidos?, ¿acaso no son los salarios de los trabajadores despedidos lo que están cubriendo esas donaciones? Eso sin ahondar sobre quién genera la riqueza, una discusión para la que muchos no están preparados todavía.
El concepto caridad desde su nacimiento fue adoptado por las religiones, en algunas se considera una virtud teologal que consiste en amar a Dios y al prójimo como a sí mismo, aunque sus promotores la llevan a la práctica en forma de limosna. La solidaridad en cambio, no es aquella que viene en la tarjeta asistencialista que da en gobierno, ser solidario supone un apoyo incondicional a otros o abrazar una causa que se considera justa.
El escritor y pensador uruguayo Eduardo Galeano, establece el antagonismo que existe entre ambas, cuando plantea: “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”.
Aplatanando un poco lo explicado por el autor de “Las venas abiertas de América Latina”, la realidad nos dice que nadie ha logrado superar la barrera de la pobreza por la caridad que recibe, los caritativos empresarios tampoco descienden su nivel de riqueza por más que dan.
El negocio de la caridad es uno de los más rentables el mundo, genera millares de millones de dólares. Miles de instituciones, agencias y ONG hacen de esta práctica su modus vivendi. Las estadísticas revelan que han contribuido poco o nada para mejorar la calidad de vida de los receptores; contrario a quienes administran esas ayudas, que están entre ese ínfimo porcentaje de la población mundial que cuenta con ingresos privilegiados.
Si el negocio de la caridad contribuyera a dignificar la vida de las personas, países como Haití o ese grupo que forman parte de la llamada África Subsahariana fueran paraísos terrenales, pues todas las instituciones de ayuda mundial ejecutan programas benéficos en esas empobrecidas y saqueadas naciones.
A pesar de todo lo que la desigualdad social les ha arrebatado, los descamisados poseen esa increíble virtud de ser agradecidos sin importar de dónde ni cómo llegue la colaboración. De todas las formas en que se puede colaborar con el prójimo, la solidaridad es la más humana. El que es solidario no exige derecho de autor y cuando firma lo entregado, lo hace bajo el sello del anonimato.