“Tras cualquier acción de un político se puede encontrar algo dicho por un intelectual quince años atrás”.
(John Maynard Keynes).
Hoy en día no tenemos opción frente al cambio, es una obligación, tenemos que aceptar la responsabilidad de coadyuvar a modificar esta modorra que nos esgrime y hiere, este pesaroso status quo que nos poda aun fuera de las normativas establecidas. La aceptación social ha sido el coagulo de un síndrome que ha generado el silencio, el miedo, el cinismo, la hipocresía y la simulación. ¡Un protocolo social frente a esa pandemia de la simbología!
La corrupción se asentó como la joven de 18 años en el salón del gran club, sobre todo a lo largo de los 19 años transcurridos desde que Transparencia Internacional comenzó a medirnos en su Índice de Percepción de la Corrupción. Desde el 2001 al 2019. A lo largo de esa estación hemos sido percibidos con una alta corrupción, ya que nuestras evaluaciones han “caminado” de 28 a 33 puntos de 100. En medio de esa horrida catástrofe social-institucional no hemos convertido ese gran problema en una oportunidad. Peter Drucker señalaba “la excelencia de un líder se mide por la capacidad para transformar los problemas en oportunidades”.
Lo que ocurre es que, en la formación social dominicana, la corrupción es un blasón y un eslabón al mismo tiempo del sistema político. Es el diseño y construcción del sistema político lo que jalona la corrupción. El sistema político es el esqueleto de la corrupción. La corrupción es el cuerpo. Es el sistema político que la crea y recrea, sobre todo, con la pérfida impunidad. En ese periodo (2001-2020) la corrupción ha sido un teatro sin telón, una máscara abierta, solo anidada en los oídos, con los ojos, la nariz y las cejas al descubierto. Ha sido toda una exhibición de la simbología social, al tiempo que se enseñorea de su superficialidad social. La Sociología visual asume su rol para ayudarnos a entender la complicidad social, la aceptación social, de algo que destruye todo el cuerpo social de nuestra sociedad.
La Encuesta Mark Penn/Stagwell sitúa la corrupción como el tercer problema que acosa a los dominicanos en su vida social, económica e institucional. El primero, según la referida encuestadora, es la delincuencia seguido del desempleo. En gran medida, los dos principales problemas vienen como consecuencia de la corrupción. Es un eje transversal negativo que desarticula todo el andamiaje sostenible del desarrollo. Según el BID, en Dominicana se pierde el 3.8% del PIB, esto es alrededor de RD$167,000 mil millones de pesos en corrupción, malversación, dispendio. Oxfam estableció que solo en el 2019 las expectativas de pérdidas en irregularidades desbordarían la suma de RD$154,000 mil millones de pesos, lo que significan 3,4% del PIB.
A través del presupuesto ejecutado de los años fiscales: 2014, 2015 y 2016, pudo esa importante organización social auscultar, institucionalmente, una pérdida de RD$41,000 mil millones de pesos anuales en corrupción. Esto visto con la más palpable objetividad, con un rastreo significativo por instituciones, por ejecuciones y por presupuesto. Si pudiéramos desbrozar la corrupción del soborno, del tráfico de influencia, de la información privilegiada, de la estafa, peculado, ratería, los montos sencillamente, serían más que monstruosos, execrables, abominables, como son actualmente.
Veamos el cuadro de Transparencia Internacional en su Índice de Percepción de la Corrupción 2001-2019: República Dominicana:
La corrupción crónica, permanente, extendida, ha estado a lo largo y ancho de todo el tejido social; sin embargo, su eclosión a partir del 2005 tuvo una singularidad, una especificidad sin parangón. Ella es el eje nodal del control de dominación del partido gobernante. No se puede entender su hegemonía de los últimos 14 años sin considerar todas las modalidades y dimensiones de ese flagelo, de esa plaga. En el 2018 ocupamos el lugar 129 de 180 países y obtuvimos 30 puntos de 100, mientras en la Región el promedio fue de 44. En el transcurso de todo el año 2019 sacamos 28 puntos de 100 y en la Región el promedio fue de 43. Quedamos en la posición 137 de 180 países y tuvimos por debajo del 78% de los países de la Región quedando solo por encima de 5 países (Guatemala, Nicaragua, Honduras, Venezuela y Haití).
El brote de la corruptela es explicada a la luz de la Sociología visual. Cifras, datos, tablas, aparatos digitales, dimensión de los teléfonos inteligentes, Facebook, Twitter, Instagran, Whatsapp. Hoy en día los sociólogos utilizan cada vez más programas de televisión, fotografías, películas, video. Verbigracia: Ver las fotografías de Ángel Rondón con una parte significativa de la elite política, es un indicador de su fuerte influencia con el poder político y hasta donde llegaban sus relaciones de poder; lo mismo con una parte de comunicadores y periodistas. Su brazo “empresarial” se deslizó por las distintas redes del poder.
La Sociología visual nos explica el cambio de modos de vida en el interregno de estos 23 años de la capa más sólida de la militancia del PLD. ¡Cambio ciclópeo en su mundo social-cultural. Una metamorfosis desmesurada, simplemente, colosal, estentóreamente gigantesco! Si el testaferrismo no existiera sabríamos de personeros políticos que tienen villas en los Mogotes, en Constanza, en Metro, en Romana, en Punta Cana, en Miami; y, por supuesto, en la Capital.
Los viajes, las vacaciones de la familia, los vehículos, los relojes, las carteras, los trajes, constituyen ilustraciones gráficas que usa la Sociología visual para entender y comprender cómo una parte de la clase política anida la política como forma de acumulación de riqueza, vía la apropiación de lo público, para fines privados. ¡La mayoría de los políticos que están en el poder y gran parte de los que se fueron el 20 de octubre no fueran ricos si no es por la escalera de la política como fuente de negocio y de corrupción!
La Sociología visual podríamos definirla como la grafía, la cartografía, el dibujo, el teatro, la musicalidad, la fotografía, el video, el internet, la visibilidad televisiva, en función de un hecho, de una acción, en un contexto, que expresa la cultura general o la contracultura, vía la innovación, el ritualismo, el retraimiento o la rebelión. Como nos dijera Berger, “la buena sociología agudiza nuestra percepción de lo evidente o transforma completamente nuestro sentido común”. ¡Saltemos de la aceptación social de la corrupción al rechazo social por los daños que inflige, por sus consecuencias negativas en las esferas económica-social-institucional y política y por la terrible asimetría con que nos asalta en su latrocinio y perversidad!