Cantar es una acción social a través del discurso que ha estado presente en las más variadas circunstancias de la vida de las comunidades a lo largo de la historia. Por experiencia, sabemos que el canto, en sentido general, implica una acción cognitiva que incide en la mentalidad y las actitudes de individuos y grupos. Incluso, podríamos afirmar que ha sido la manifestación artística de mayor impacto directo en la sensibilidad de las personas. Asimismo, es la que ha tenido mayor arraigo en el devenir de la humanidad. En términos generales, los períodos neurálgicos a nivel local y global han estado marcados y testimoniados en canciones. Ya en el siglo VIII a. C. Hesíodo, el poeta cantor griego, reconocía este impacto en su texto Teogonía (Acción de las musas entre los hombres) donde manifiesta que quien se encuentre afligido y escuche el canto de las gestas de los antiguos y de alabanza a los dioses del Olimpo olvidará sus penas y desgracias. De manera que el canto siempre ha jugado un rol clave en los distintos ámbitos de la vida social y personal (política, memoria colectiva, festejo, espiritualidad, placer).

Queda claro que desde la antigüedad hemos sabido muy bien del poder del canto y la música sobre las personas para propiciar experiencias vitales de disfrute, adhesión, cohesión y moverlas a actuaciones en múltiples ámbitos de la vida. Por ejemplo, los cantos védicos antiguos, con una perspectiva intimista y mística, vigentes hasta nuestros días a través del hinduismo, el budismo y la práctica del yoga, han buscado impactar en la mente de las personas y sus emociones. Quienes asumen esta práctica consideran que los cantos tienen una función mágica y espiritual capaz de generar sanación y prosperidad económica. Así el canto toma forma de mantra, concebido como sonido, voz cósmica, energía sonora que, a su vez, activa la energía interna de la persona y la vincula con las divinidades a las cuales se alaba. Esto evidencia la capacidad transformadora del canto como experiencia sensorial y corpórea, no solo en el plano personal sino también en los ámbitos sociales y políticos. Sin dudas, el canto es una de las más eficaces manifestaciones discursivas, con carga ideológica capaz de influir nuestro modo de pensar, de tal manera que puede incidir en las decisiones que tomamos y cómo actuamos. Esto bien lo han sabido en las religiones, las organizaciones políticas y movimientos sociales. De ahí que el canto, en concreto la canción, no sea una manifestación literaria ajena al poder de dominio conductual sobre un grupo determinado, así como de su conformación de identidad.

Es por esto que no haya sido casualidad que temprano en la historia los Estados se plantearan regular lo que se cantaba en las cortes y las plazas. Luego, con el desarrollo tecnológico de finales del siglo XIX, la emergente industria del disco tomó control de lo que se grababa, difundía y hasta del tiempo que debía durar la obra. Este dominio empezó a relativizarse en las décadas recientes, a partir del auge de los medios surgidos por los avances en la tecnología de la información y la comunicación con múltiples vías de difusión que permiten cierta autonomía de los artistas. Desde luego que las religiones han hecho lo propio, condicionando el canto, no solo en su ámbito ceremonial sino también incidiendo en el conjunto de la sociedad.

Ahora bien, la canción, propiamente dicha, constituye una expresión creativa en versos, de carácter popular, cargada de emociones y sentimientos diversos que alberga aliento poético en mayor o menor proporción, bien sea con aire épico o lírico. En ella se articulan dos lenguajes vitales para el ser humano: el lingüístico-poético y el melódico-musical. Esto último, junto a la estructura versificada, le impregna un ritmo y le posibilita vehicular, a veces metafóricamente, las distintas experiencias de vida, las emociones, sentimientos y aspiraciones en la interpretación, además de toda la creatividad posible del ser, generalmente brindada como un relato cantado. Por consiguiente, la canción constituye un acto de enunciación artístico, contextualizado, por medio del cual se busca expresar las emociones surgidas en el convivir, a partir de una cosmovisión, unos intereses personales y grupales, en fin, un posicionamiento ante la vida y lo desconocido. Con la canción se tiene la intención de lograr empatía con interlocutores que comparten como referente la misma realidad o que, aun no siendo así, pueden identificarse con ella o apreciar y valorar su cualidad lingüístico – musical. También puede ser destinada a una divinidad depositaria de la fe de un individuo o colectividad.

Dicho lo anterior, no tenemos dudas de que todo discurso tiene una carga – función ideológica, en ocasiones más explícitas que otras. Y las canciones como acto de discurso no escapan a esta situación, sin importar su temática u orientación. En este sentido, las canciones que abordan contenidos de interés ciudadano, como las relativas a situaciones de injusticias, reivindicaciones, críticas al poder, asuntos concernientes al folclor, identificación con una comunidad local o la patria, incluso el amor de pareja haciendo referencia a su entorno social, han sido denominadas de muy diferentes maneras de acuerdo a los contextos sociopolíticos, movimientos culturales y épocas en que hayan surgido. Así oímos hablar, principalmente, de canción protesta, canción de autor, nueva canción, canción social. Otras denominaciones son: canción de denuncia, canción de compromiso, canción contingente… Todas estas denominaciones siempre en oposición a las llamadas canciones de consumo.

Lo cierto es que las distintas denominaciones permiten una aproximación al fenómeno de la canción social o ideológicamente comprometida, como diría Iglesias Botrán: “… aquella canción o conjunto de canciones que cumplen, no solo la función artística  de divertir y entretener, sino que también presentan un contenido textual que versa sobre los participantes e interlocutores situados en un contexto determinado, y cuya función ideológica tiene como objetivo defender las causas injustas y vulnerables, protestar contra una determinada situación, acción o persona considerada contraria a los intereses generales o de la ideología del autor de la canción, o que apoye o rechace cualquier aspecto relacionado con el ámbito de la política y de los políticos”. (1) De modo que este tipo de canciones implican la proyección de un posicionamiento ante la vida, además de situarse y dar cuenta de los contextos socio-históricos en los que han sido generadas.

En particular, por canción social entendemos aquella que aborda, directa o indirectamente, relaciones, situaciones de la vida en sociedad de interés común para colectividades y aunque esté imbuida del particular espíritu creador de un individuo, trasciende el marco intimista y lírico para conectarse con identidades, espiritualidades y sentimientos compartidos en una narrativa que muchas veces cuestiona las relaciones predominantes, tanto en el ámbito público como en el privado o sugiere nuevas formas de concebirlas. En este sentido, resultan reveladoras las palabras de Tite Curet Alonso, uno de los más grandes autores de canciones de América Latina, cuando expresó: “Canción social es también un tema amoroso que descubra el conflicto de los sentimientos en una sociedad que nos castra para amar, o por lo menos lo intenta”. (2) Silvio Rodríguez concuerda con esto, al considerar que “La canción política puede ser hasta la canción amorosa. O sea, que si nosotros damos una visión más perfecta, más humana y más revolucionaria de las relaciones entre el hombre y la mujer esto también es político y esto también influye en la formación de los jóvenes, de la gente”. (3) Como se puede apreciar los conceptos canción social y canción política se usan indistintamente, para referirse a la canción no solo que cuestiona el régimen político sino también unos patrones culturales determinados.

Por lo tanto, el canto en su dimensión de discurso público, con capacidad de incidencia, se convierte en objeto de regulación, control y confrontación, a partir de los intereses establecidos y los emergentes. Y es que, generalmente a través del canto se manifiesta todo aquello provocado por el ejercicio arbitrario del poder que afecta directamente a individuos y colectividades humanas, bien como reacción de angustia o indignación o como canto que legitima el orden establecido y oculta las contradicciones existentes. Por ello, desde esferas de poder censuran unos cantos e imponen otros, como modelo social. Además, vale decir que también se canta para sí, en momentos de soledad o de desarrollo de alguna labor, como una manera de reconectar con emociones y sobrellevar una situación determinada. Lo cierto es que la expresión de sentimientos ante todo tipo de situaciones que vivimos, generalmente han sido canalizadas a través del canto en los más variados ritmos y fusiones musicales. Esto se verifica en las distintas regiones del planeta y, sobre todo, en Latinoamérica como territorio de grandes desigualdades sociales y de hibridación cultural, en el sentido planteado por Néstor García Canclini, que va más allá del mestizaje y el sincretismo abarcando el entrelazamiento entre lo tradicional y lo moderno, lo culto, lo popular y lo masivo. (4)

De modo que resulta relevante la aproximación al estudio de la canción y su impacto en la sociedad, pues como ha dicho Jacques Attali, en un texto escrito a finales de los años 70: “Desde hace veinticinco siglos el saber occidental intenta ver el mundo. Todavía no ha comprendido que el mundo no se mira, se oye. No se lee, se escucha”. (5) Estos planteamientos del economista y músico francés nos proporcionan pistas para avanzar en una perspectiva de abordaje de la realidad a partir del ruido, sonido y dentro de este, la música con especial atención a la canción. A pesar de que a esta no se le ha reconocido apropiadamente sus condiciones de género literario, en sus múltiples vertientes y variantes musicales, se ha instalado en la cotidianidad de las sociedades, a través de la industria y fuera de ella, expresando el alma de la gente.

Notas:

  1. Iglesias Botrán, Ana María, 2014: Y lo cantábamos por ti: Historia de Francia a través de sus canciones. Ediciones Universidad de Valladolid, Valladolid.
  2. Tomado del documental: ¡Sonó, sonó… Tite Curet!, dirigido por Gabriel Coss e Israel Lugo. Popular Inc, 2011. Puerto Rico.
  3. Hernández Bernabé; et al. 1976: Documental Sobre la canción política. Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.
  4. García Canclini, Néstor (1997). Culturas híbridas y estrategias comunicacionales. Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, III (5),109-128. [fecha de Consulta 2 de Febrero de 2021]. ISSN: 1405-2210. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=316/31600507
  5. Attali, Jacques, 1995: Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música. Siglo XXI Editores, S. A. de C. V. México D.F.