“Quien refiere la transparencia tan solo a la corrupción y a la libertad de información desconoce su envergadura. La transparencia es una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio”. (Byung- Chul Han: La Sociedad de la Transparencia)

Desde el 2005 nuestra sociedad comenzó a vivir años de inercia, anquilosamiento vívido, profunda indiferencia y un dejo de cinismo y simulación para adentrarnos a la psicología del autoengaño. La fecha constituyó la eclosión de un proyecto de hegemonía y dominación donde la teorética gramsciana jugaría su papel en toda su dimensión.

Los aparatos de hegemonía cultural fueron cooptados y capturados una tarea ciclópea y hercúlea sin referencia. La nómina pública sería redimensionada en su tamaño, los medios de comunicación seguirían apareciendo independientes, empero, la publicidad del gobierno y los periodistas en una inmensa silla giratoria canalizarían la agenda del gobierno y la impugnación de los adversarios, tenidos estos últimos como enemigos.

La persuasión en su rol de hegemonía cultural construiría un consenso, sin disenso y los académicos y los intelectuales marcaban la ausencia, en un juego de poder sin oponentes. Las universidades se enclaustraron y su rol de antonomasia de criticidad las sumergirían en el silencio. En 20 años vimos crecer la sociedad en un manto de harapos, cristalizada en la penumbra moral, en la vileza de que en política se hace lo que conviene. Una miseria humana colapsada en la oscuridad y sombra de un cuerpo social que crecía de manera paradojal: crecimiento sin que el desarrollo humano fuera acompasado con el mismo espacio y el mismo nivel.

La alianza del clientelismo, patrimonialismo y padronazgo reverdecerían con la corrupción como articulación en el mantenimiento en el poder. La ambición, la codicia incontenible se dibujarían en esa disfunción como las personas logorreica en el plano verbal. Todo ello traducido en una sociedad que trilla la descomposición social anidada en la anomia social e institucional. Las inobservancias de las normas son las reglas y el cumplimiento de las mismas, la excepción. La vida social y económica de muchos funcionarios no tiene arquetipos referenciales ni siquiera en los países del primer mundo. Solo los reyes del mundo árabe y los africanos son sus pares, sus colegas, sus homólogos en el llanto desesperado por la exhibición de la opulencia

Esa sociedad del cansancio caracterizada por la frustración y el cansancio, que al decir de Byung-Chul Han “es que hemos pasado de luchar contra otros, para luchar contra nosotros mismos y nuestros límites, empujándonos al agotamiento, la frustración y la depresión en una sociedad de rendimiento”. Se dan nuevas subjetividades. El modelo hegemónico, de dominación, que irrumpiría en el 2005 solo pudo tener éxito como diría Rebellato “un modelo solo puede imponerse en la que coloniza las conciencias y domina desde dentro creando nuevas subjetividades en el caso del paradigma dominante.” ¡El progreso!

La clase media, antorcha social del paradigma de dominación pelediana se encantó y devino el síndrome de las expectativas crecientes, más allá de su materialidad, encontrándose con la frustración, el agotamiento, en el campo de la corrupción, de la impunidad, de la seguridad y de la institucionalidad. El síndrome de un alma agotada, quemada, de una responsabilidad que agobia por la búsqueda de rendimiento, que se traduce en 2 y 3 trabajos, se revela en toda su vastedad, sobre todo en medio de un relevamiento por encontrar aquellos que exhiben su opulencia sin el trabajo que lo concita.

A partir del 2012 siguió prevaleciendo la atomización social y política. Al amparo de esa dominación, el espacio de participación y construcción de consenso se fue evaporando. El hiperpresidencialismo se agigantaría como una consecuencia de la vocación autoritaria del presidente Medina, concomitantemente con las limitaciones para enfrentarse a actores contrapuestos. La verticalización y la imposición se constituyeron en el eje nodal en las relaciones de poder. Todo esto implica exclusión y menos democracia.

Con un presidente que no nos interpela, salimos de la sociedad del cansancio “muda que aísla, divide y aniquila a los demás” a la eclosión de otra sociedad que mira, reconcilia, que inspira confianza, dando lugar a una introspección que nos permite encontrarnos con nosotros mismo. Tiempo para el sosiego y replantearnos nuevos horizontes. En esta oportunidad más colectivos

El mes de enero de 2017 fue el momento crucial de la partida: Marcha Verde. Sintetizaría el grito de esperanza de un nuevo amanecer. Irrupción de un nuevo panorama social. Salimos y en contraposición a la Caverna de Platón, la burbuja se abrió de manera amplia y muchos comenzaron a impugnar esa forma de exclusión, de imposición y del grave y despreciable contenido de la corrupción, con su vahído espeluznante. El vértigo de la putrefacción, de la inmoralidad y del retroceso institucional ha motorizado a seres que ayer estaban indiferentes al compromiso de contribuir por el dar el salto de una sociedad más decente.

La crisis del 6 de octubre trajo la oportunidad del 20 del mismo mes. La fragmentación del partido gobernante coadyuvaría al éxito del partido que ganaría las elecciones del 5 de julio. El presidente actual ha sido, de los tres presidentes que hemos tenido en los últimos 24 años, el menos institucional, el que menos visión de estadista alcanzaría sin que los dos restantes hayan alcanzado ese pedestal.

El triunfo de Luis Abinader, más que del PRM, es una vía de transición, compelido a tener que asumir los desafíos de la sociedad, como expresión y bríos que los pueblos en esa subjetividad colectiva logran conectar para crear una dimensión social y política distintas. El candidato ganador se convierte así en el catalizador y canalizador de un nuevo desafío, que a su vez, marca una nueva agenda que la sociedad apela y convoca. Un país más transparente, una sociedad más decente. Una sociedad donde ser funcionario público no sea una patente de corso para hacer lo incorrecto. Una sociedad donde una amante no trace pauta en cualquier ministerio y en cualquier oficina.

En fin, una sociedad donde desaparezca el tipo nación, donde un hermano de un funcionario pueda hacer y deshacer sin que ello implique consecuencias. La sociedad que apelamos a partir del 16 de agosto es aquella que se olvide “de usted no sabe quién soy yo”. Una sociedad que privilegie el empleo formal, la salud, las viviendas, el agua potable, la seguridad, la institucionalidad, las reglas de juego para todos y todas y que el ser humano sea valorado por lo que es y no por su perfil demográfico.

Como nos señalaría Byung-Chul Han en su libro La Sociedad de la transparencia “La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual… el tiempo transparente es un tiempo carente de todo destino y evento. Las imágenes se hacen transparentes cuando, liberadas de toda dramaturgia, coreografía y escenografía, de toda profundidad hermenéutica, de todo sentido se vuelven pornográficas”. ¡Este 5 de julio la microfísica del poder se expandió por todo el cuerpo social-político-institucional para darnos una bocanada de alivio, como escalera en ascenso de otros peldaños de la historia. Transición sin retorno y nueva trayectoria epocal!