La inequidad, las injusticias sociales y la corrupción forman parte del mundo del siglo XXI y no son ajenas a la ola de gobernantes y candidatos ultra derechistas que se lanzan a la conquista del poder para traernos más desigualdades y nuevas calamidades.
En nuestro país deberíamos reflexionar sobre estas tendencias y entender que el sistema político no puede seguir haciendo promesas que los sistemas económico y social no pueden satisfacer, provocando el surgimiento de peligrosos demagogos.
No recuerdo haber escuchado un dirigente o un candidato haciéndose una autocrítica sincera, o haberlo visto remangándose realmente las mangas para afrontar los males que nos afectan.
Prefieren formular promesas imposibles de cumplir, desentendiéndose de las fatales consecuencias que esa actitud irresponsable terminará acarreando. O siguen repitiendo, como papagayos, que “este es el mejor país del mundo”, mientras le siguen mamando la teta a la vaca.
Si no queremos que la situación se escape completamente de control, sería tiempo de aterrizar y darnos cuenta que si bien en muchos países existe también la inequidad social, en nuestra media isla caribeña ella se hace más patente que en muchos otros países, porque “somos un vecindario”, todos emburujados, mansos con cimarrones.
Los contrastes chocantes están a la vista. Nos enteramos que ocupamos el quinto lugar en la industria del turismo de salud en América Latina y el décimo quinto a nivel mundial, según los resultados del primer estudio de Competitividad en Turismo de Salud.
Entre 30,000 y 35,000 pacientes internacionales llegaron al país en 2017 en busca de asistencia médica. Seguramente estos pacientes no saben que nuestras “élites” toman el primer avión que encuentran, para ir a Cleveland o al Mount Sinaí, huyendo de nuestros hospitales, para hacerse tratar por cualquier dolencia que sufran.
Los turistas de salud que acogemos no están enterados que figuramos en la lista de los países de más elevados porcentajes de muertes neonatales. Tampoco saben que nuestros hospitales públicos carecen de profesionales en número suficiente, de insumos, de personal de limpieza, y que los pacientes sufren de penosas esperas y de otros males.
De la misma manera, vale la pena referir el caso del poblado de Verón, en la provincia La Altagracia. Este es el distrito municipal con mayor concentración turística del país. Cada año este dinámico pueblo recibe mas de 3 millones 500 mil turistas y tiene como meta acoger unos 4 millones para el próximo año 2019.
Debido a la gran generación económica de su turismo, Verón aporta un elevado porcentraje del Producto Interno Bruto (PIB) dominicano. Sin embargo, como escribe el director de uno de principales diarios del país, “el cabildo de esa población recibe el equivalente a 65,000 dólares mensuales para resolver todos los problemas de su creciente población, esto es, unos 800,000 dólares al año, mientras va a recibir este año unos 4 millones de turistas, o sea, 20 centavos de dólar por cada turista que visitará los hoteles de la zona”.
Los turistas de todas partes del mundo que vienen a pasar sus vacaciones en los fabulosos hoteles “todo incluido” ni se percatan de la arrabalización, de la desigualdad y de la marginación en que viven muchas de las personas que les sirven en esos hoteles.
Está claro que el gobierno debe crear las infraestructuras necesarias y que las empresas turísticas deberían preocuparse por el impacto de sus actividades en las comunidades locales y buscar la forma de que sus actuaciones beneficien a los más desfavorecidos. Al no hacerlo solo agravan las injusticias que corroen la sociedad dominicana.
Como en todos los aspectos de la vida, hay varios planetas en la constelación República Dominicana. Así, cuando Alex Ros, el ex asesor del presidente Obama viene a dictar una conferencia magistral dentro del marco de Claro TEC Empresarial, me pregunto en cuál de estos planetas estaba.
Para Alex Ros, el código de programación (informática) es el alfabeto del futuro y los niños y las niñas deben aprenderlo en las escuelas, como se aprendían las matemáticas y las ciencias sociales, dos materias que, a su juicio, ya no son tan relevantes como en el pasado.
“La era que vivimos nos obliga a repensar constantemente el modelo educativo. El trabajo del futuro descansa en la interacción con las máquinas. Tenemos que verlo de esta manera: la digitalización es el camino para superar la situación socioeconómica de los estudiantes, luego de sus familias”, argumentó el disertante.
¿Sabe el señor Ros que el nuevo Índice de Capital Humano del Banco Mundial coloca la República Dominicana en el grupo de países más atrasados de América Latina, solo por encima de Haití, Guatemala y Honduras? Este índice mide lo que un niño nacido hoy puede obtener al cumplir 18 años y, comparado al nivel de ingreso del país, no pasamos la barra. O sea, niño que nazca hoy tendrá el 49% de la productividad laboral que tendría si el país contara con condiciones óptimas de salud y educación.
Entre otros indicadores, el Índice mide la supervivencia de los niños hasta los 5 años, los años de escolarización ajustados en función del aprendizaje y destaca los fallos de aprendizaje: allí también nos quemamos.
Para eliminar los contrastes más chocantes, el gobierno debe ordenar sus ideas y propósitos. El primer paso debe ir en el sentido de invertir en el capital humano. Solo con niños sanos, físicamente y emocionalmente, y con una educación de calidad, se podrá acceder a la transformación digital que vive la humanidad.