En nuestro tiempo hemos descubierto cosas sumamente extrañas, cosas que habrían dislocado el pensamiento de Platón y Aristóteles. Es Platón quien nos enseña que la verdad es la concordancia de la Idea con la cosa que percibimos a través de los sentidos, y como la idea se revela a través de la razón, la consistencia de la verdad depende de la coherencia racional del juicio o proposición. Así lo racional es el espacio en que se combinan los datos racionales y sensibles y actúa como el lugar donde aparece lo verdadero.


Sin embargo, como hoy lo racional se ha venido difuminando en el curso de los siglos de la Modernidad, generalmente lo que percibimos en nuestras vivencias no tiene el sello de lo racional sino que refleja estados de ánimos, emociones, sensaciones o sentimientos. Estas son vivencias y como tales no pueden ser percibidas desde la universalidad, que es la categoría que presenta todo lo racional. Las vivencias son experimentadas a un nivel individual, subjetivo o desde una comunidad constituida por lazos emocionales muy fuertes. Quizás lo que digo no aparezca muy claro para mucha gente, pero creo que esto se puede superar con unos sencillos ejemplos.

Cuando hablo de la forma de algo y digo que es un triángulo o un círculo, expreso un juicio y este puede ser verdadero o falso, verdad o mentira, pues sugiere que la forma de lo que hablo corresponde a una figura geométrica. Esto solo puede ser racionalmente verdadero o falso. Pues para comprobar la verdad de lo que hablo solo debo tener la idea de lo que es esa figura geométrica y analizar si aquello de lo que hablo tiene concordancia con las sensaciones que producen en mí esa idea de triángulo o de círculo, que es lo que proporciona la idea a la razón que habita en mí. Esta facultad es el “lugar” donde se produce la constatación de lo verdadero de lo que se habla, en este caso.

Ahora bien, si digo que tengo un dolor de muelas, los demás no pueden sentir ni percibir esa situación y pueden entender a qué me refiero sólo por empatía, según hayan tenido o no un dolor semejante.

Esto también ocurre cuando confieso a alguien mi amor o mi amistad. El otro no tiene modo de comprobar si en verdad  tengo o experimento ese sentimiento o si de lo que hablo corresponde más bien a un deseo diferente, por ejemplo, el poseer la persona que decimos amar mediante un acto sexual. La diferencia sería entre el sentimiento o la pulsión padecida.


En relación a esto, Rilke, el gran poeta alemán se pregunta en un verso muy conocido: “¿Amantes, os tocáis?”, lo expresado se sostiene en que ni siquiera los amantes pueden tocar o palpar el amor que dicen sentir y pretenden manifestarse mutuamente el uno al otro.      

Traigo todo esto a colación para decir que en nuestro tiempo la verdad ha dejado de ser verdadera en cuanto ha dejado de ser expresión de una proposición lógica, racional, o que responda a un comprobable estado de cosas.


En un debate político celebrado en un programa de la televisión estadounidense, este fin de semana, un reconocido analista y teórico político de ese país, lanzó una afirmación, que desde hace milenios se estima como si fuera un axioma irrebatible: “La verdad es la verdad, y esto siempre ha sido así”.


Empero, otro de los dialogantes, reflejando la situación actual frente a que es cierto o no, el ex alcalde de New York, Rudolf Giuliani, quien participaba en el diálogo, rebatía lo contrario refiriéndose a la difícil situación judicial del presidente Trump. Debo aclarar que Giuliani es el actual consejero legal del mandatario, y respecto a la situación legal de su cliente, el jurista lanzaba un nuevo axioma que me parece es la marca de nuestra época: “No, la verdad no es la verdad”.

Con esta afirmación constatamos que existimos en el tiempo en que la oscuridad que prevalece sobre el asunto de la consistencia de lo verdadero hace que “veamos a todos los gatos, como negros”, según la famosa expresión del gran Hegel. Esto quiere decir que ahora toda afirmación puede ser adelantada como verdadera, pues ha desaparecido prácticamente el “lugar” –la razón como sede de la enunciación de los juicios verdaderos– donde se conformaban y se verificaban las condiciones de la verdad.

Esto dicho de otra manera sería lo mismo que afirmar que la instancia racional, hoy ha dejado de tener vigencia. Así que cualquier cosa de cualquier orden puede ser considerado, en un determinado momento, tanto pasible de ser verdadero como falso. Lo que las distingue vendría a ser aquel famoso eje popularizado por nuestro gran maestro del humor y de la sabiduría que en este se expresa, Freddy Beras Goico, que consagró como instancia decisiva de lo verdadero el tropos del “a sigún”, que viene a ser la clave del pragmatismo más oportunista, en una época de charlatanes, piratas y malabaristas de una palabra vacua.