Los momentos económicos y políticos actuales exigen una mayor eficiencia, racionalidad y austeridad a los gobiernos nacionales. Esto impone la necesidad de elegir gobernantes que no sólo sean populares, sino también capaces e inteligentes. Así lo expresa el todavía vigente criterio de Maquiavelo, el creador del concepto del Estado moderno, quien sostiene: “La elección de ministros es una de las cosas más importantes y que mejor da a conocer la sabiduría de los que gobiernan” (El Príncipe, Cap. XXII).
Está demostrado que la reputación de un gobernante depende en gran parte del mérito de sus ministros y funcionarios. Por sus talentos, el mismo Maquiavelo llegó a calificarlos como sobresalientes, buenos y absolutamente inútiles. En el gobierno dominicano actual encontramos los tres tipos. Cada sector, cada comunidad, cada ciudadano puede validar esta clasificación dando testimonio de la calidad de los servicios que recibe.
Aquí, los anteriormente llamados “Secretarios” de Estado hoy se llaman “Ministros”. Por su comportamiento ostentoso: sueldos descomunales, carrazos, escoltas, residencias y oficinas lujosas, banquetes y otras aparatosidades, pareciera más bien se trata de príncipes y reyes, cuyos lujos y privilegios son pagados con los dineros de los contribuyentes. Por lo visto, los que así asumen su “trabajo” tienen una noción totalmente equivocada, tanto del concepto como del puesto de Ministro.
Para contribuir a la aclaración del concepto y también para “bajar los humos ministeriales”, hacemos el ejercicio explicativo. Un ministro “es una persona que forma parte del gobierno de un país como responsable de un determinado sector de la administración pública”. La palabra Ministro proviene del latín “minister” (minist-rum) que significa “subordinado o servidor”. En el buen sentido de la palabra, “ministro es un funcionario que sirve al pueblo”. De ahí, que para ser un buen ministro no es suficiente “ser nombrado por el ejecutivo”, sino que se requiere de capacidad profesional y compromiso ético para servir verdaderamente a los ciudadanos desde el ámbito que le ha sido encomendado, y para lo cual se le paga.
Muchos países, más grandes que el nuestro y con mayores recursos, han decidido reducir el número de ministerios; eliminando algunos y subordinando otros a ministerios afines. Tal es el caso del gobierno de Rajoy en España que suprimió los ministerios de Cultura y Medio Ambiente, incorporando el primero al Ministerio de Educación y Deporte; y el segundo, al Ministerio de Agricultura. Recientemente también, la presidenta de Brasil Dilma Rousseff suprimió 8 ministerios de una lista de 39, y el Primer Ministro de Grecia Alexis Tsipras redujo de 20 a 10 el número de ministerios. Motivo: Reducción de gastos, plan de austeridad e inoperancia de algunos.
Es tiempo de que en nuestro país se haga lo mismo. Algunos ministerios no están desempeñando la función para la cual fueron creados. Unos, las asumen con torpeza e irresponsabilidad y otros, simplemente hacen lo contrario. Distan mucho de ser ministros y ministerios al servicio de los ciudadanos y el buen gobierno del país. Los ministros parecen estar allí para garantizar prebendas propias del clientelismo político.
Porque no son verdaderas instituciones de “servicio” a los ciudadanos. Por su incapacidad para contribuir a la satisfacción de las grandes necesidades de los dominicanos, porque constituyen verdaderas cargas económicas que no se justifican. Por esto y por otras razones, comencemos por solicitar y exigir que se supriman algunos ministerios. Prescindamos de los “pírricos servicios” de sus ministros, viceministros y personal parasitario.
Ponderando sus escasos aportes y sus “inméritos” pueden calificar para ser suprimidos los siguientes ministerios: Cultura, Medio Ambiente, Deportes, de la Mujer, de la Juventud y de Minas. Con esta inteligente decisión el país terminaría ahorrándose unos 12,000 millones de pesos al año, que pueden utilizarse con transparencia para mejorar los servicios a la ciudadanía. ¿Cuándo hacerlo? Ahora, cuando el gobierno y los legisladores pretenden imponernos una prudencia y una austeridad hipócritas de cara al presupuesto nacional del 2016. ¡Y si nos quedan fuerzas, exijamos también que se supriman algunas embajadas, consulados, direcciones generales, directorios, asesorías, gastos de publicidad gubernamental y miles de “botellas’ parasitarias apadrinadas por este gobierno!