¿Pueden los gobiernos invocar el principio de soberanía para rechazar como injerencia extranjera la inquietud de otros estados cuando se violan a lo interno los derechos humanos en situaciones de crisis? ¿Cuál es el papel que debe desempeñar la ONU, la OEA y otros organismos internacionales multilaterales a la hora de fijar sus posturas cuando surge una crisis política, económica y social que afecte el estado de derecho? 

¿Cuándo la soberanía, la injerencia y los derechos humanos resultan conflictivos? Esta investigación busca dar respuesta a dichas inquietudes a la luz de la convulsión política que tiene lugar en algunos países, en particular Venezuela, en el contexto de una política de Estado que en ocasiones se contrapone a los acuerdos suscritos en organismos internacionales y cuya vigencia se acepta, en espíritu, como válidos y supranacionales según dicten las circunstancias y realidades políticas en un país particular. 

Durante mucho tiempo ha prevalecido la idea de que la política es la ciencia del Estado. Tan cierta parece esta relación que incluso, algunos autores llegaron a plantear que lo político supone el Estado y el Estado supone lo político. Suposición al parecer obvia, pues con este término los griegos se referían a las cosas o actividades relacionadas con la polis, la ciudad-estado, es decir, la comunidad de seres humanos asentada en un territorio determinado, dirigida por un gobierno independiente, y concebida por Aristóteles en su obra Política “como la asociación más soberana e inclusiva.” 

Esa identificación de lo político con el Estado llevó a muchos especialistas ha optar por llamar ciencia del Estado, estadología o estadísticas, a lo que hoy se conoce como ciencia política. Pero no todos los especialistas coinciden con esta definición. Para algunos, como Robert Dahl, la política abarca “todo modelo persistente de relaciones humanas que involucra, en un grado significativo, control, influencia, poder o autoridad.”[i] 

La política era concebida por los griegos como todo lo relacionado con la polis y, por consecuencia, con la cosa pública. Esta relación tan íntima entre lo público y la ciudad, en que lo social se identificaba con lo político y lo político con lo social, se debía a la coincidencia existente en el mundo antiguo entre lo espiritual y lo económico con lo político. 

En otros términos, todo era político y estaba bajo su dominio. El Estado tenía un papel dominante en la polis, era soberano y autosuficiente por lo que no existía ningún poder sobre él. Esa realidad fue la que llevó a Aristóteles, influenciado por Platón, y luego a Sócrates, cada uno a su manera, a concebir la política como la ciencia madre en su más alto sentido, ya que, de acuerdo a su criterio, “regula todas las actividades humanas.” 

La política puede definirse, en sus diversos significados, en tres categorías esenciales: científica, filosófica y política. Desde el primer ángulo, el que nos interesa, puede describirse como “el estudio sistemático de los procesos de poder que se dan o se producen en el Estado o en cualquier organización social.”2 

No obstante, diccionarios como el de la Real Academia Española, la Academia Francesa y la Gran Enciclopedia, entre otros, concuerdan en definirla como arte, técnica, doctrina o ciencia referente a la dirección del gobierno de los estados. Sin embargo, siglos después con la llegada del cristianismo adoptado por Constantino el mundo religioso dejó de pertenecer al poder político. Ello dio origen a la contraposición del poder espiritual con el poder temporal. 

La combinación dejó atrás las ideas de monarquía, dictadura, aristocracia y oligarquía, para evolucionar en el concepto democrático y constitucional de los tres poderes esenciales de la democracia moderna: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en sus distintas versiones: democracia directa, democracia parlamentaria, democracia representativa y democracia presidencial, en una República. 

La palabra democracia proviene de las palabras griegas "demos", que significa "el pueblo", "cracy", que significa "gobernar por". Hoy, llamamos a un régimen una democracia cuando muchas o todas las personas comparten el poder político. A lo largo de sus altibajos en el curso de la historia humana, la democracia como concepto teórico y práctico ha vuelto con más fuerza. 

Contrario a los pronósticos neoliberales de su anunciada muerte segura tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el final de la Guerra Fría, se han desvanecido las predicciones del fin de la historia, de la política, de las ideologías y de las contradicciones entre los hombres, como anunciara Hegel en 1806, y retomara Francis Fukuyama en 1988, largo sueño acariciado por el anarquismo, el liberalismo y el marxismo, y que siempre estará latente entre los que piensan que el Estado es el mal y anda mal. 

  1. Leonte Brea, (2013) El Político: Radiografía Íntima. Editorial Búho, Santo Domingo, República Dominicana, p. 33.
  2. Aristóteles, citado por Robert Dahl. (1985). en Análisis político actual, Editorial Eudeba, segunda edición, Buenos Aires, p.11.