A menudo me encuentro sumergida en la tertulia de los abuelos al borde de la piscina en mi residencial. “El Chapo ha pasado más tiempo a salto de mata que preso”, dice el ochentón más achicharrado por el sol. Cuentan del ayer y del hoy. De sus mil historias vividas, de lo caro que está un crucero a Cuba, del “imbécil” de Trump o de una nueva terapia para el reuma. Me sorprende como se mantienen al día. Me gusta escucharlos. Contemplar sus miradas largas, sus abrazos fuertes. Me gusta su charla auténtica, que no tiene hashtags, ni espera likes. De algún modo me traen de vuelta a la realidad.

A la vecina que se toma el selfie con boca de pato mientras se broncea, también la veo todos los días. Pero no me sé su nombre. “Hi!”, es el monosílabo que sale de su boca cada mañana al encontrarnos en el elevador. Va tan ensimismada en su celular que temo algún día se lleve la pared de encuentro. Y yo no me quedó atrás, distingo el sonido de cada una de sus notificaciones. El pajarito de Twitter, el tintún de Whatsapp o hasta el necio Tunein.

“Tengo 3,022 amigos. Aún así estoy solo. Hablo con todos ellos cada día, sin embargo, ninguno me conoce realmente”, reza la primera línea del libro “En el acuario de Facebook” del colectivo Ippolita.  Aquello me recuerda a mi tía evangélica que dejó la Iglesia y se unió a “Facegloria” (la red social que no permite ningún contenido alusivo a la homosexualidad, donde hay 600 palabras prohibidas y en lugar “Likes” tiene “Amens”). “Ahora rezo bonito”, dice ella. Y yo me pregunto si Dios tendrá wifi.

En un tono más serio, podemos preguntarnos si en verdad existe un “nosotros” desprovisto de tecnología. Desde los anteojos o un bastón, nos apoyamos constantemente en dispositivos exteriores para poder cumplir diferentes tareas. ¿Dónde se termina mi yo? La tecnología está tan profundamente enraizada en nuestra humanidad, que ser humano es también ser tecnológico por definición.

Como periodista en innumerables ocasiones me he cuestionado el para qué de esta carrera. “No te hagas ilusiones, lo más probable es que no encuentres trabajo y termines haciendo cualquier cosa”, me dicen a cada rato. Pero no dignifico palabras necias con una explicación. Pues para mi el periodismo sigue siendo un modo de mirar el mundo, de sonsacarlo, de elaborarlo narrativamente, de transmitirlo. Leer, ver, visitar, pensar. Economía, derecho, sociología, humanidades, cine, televisión, viajes…

“Las redes se han convertido en una fuente primordial de noticias y acontecimientos para nosotros”, me dice Alberto Quián a través de skype al comentarle mi preocupación. En su labor de comunicador freelance especializado en periodismo y medios digitales, ha sido testigo de la especulación que advierte la muerte de la prensa escrita tradicional. Pero nadie llega a conclusiones que permitan clarificar su futuro.

“Sin duda, la calidad del trabajo periodístico, en general, está en declive”, dice Quián. Y culpa a las prisas que impone la dictadura de la inmediatez en el nuevo ecosistema online y la precarización del trabajo reporteril en las empresas. Aún así, destaca que los nuevos sistemas y canales de participación y difusión en línea también están siendo aprovechados para generar un periodismo de altísima calidad.

“Tal vez como nunca hemos visto antes” sigue Quián. Pues según él, las nuevas tecnologías, por sí mismas, no son perjudiciales para este oficio. Todo lo contrario. Su implementación mejora la profesión. “La clave es cómo las usamos y con qué fines”, termina.

Aunque la forma y la sensación de las historias digitales necesiten ser diferentes, la voluntad del periodista permanece vigente. La capacidad de redactar y presentar un relato convincente, basado en hechos comprobados, hoy, es más necesaria y se le presta más atención que nunca. En palabras de Marcus Kabel, vicepresidente de Edelman Media, “el oficio está cambiando, pero el periodismo sigue buscando lo mismo”.

Basta con notar que muchos de los líderes de alto perfil de las empresas puramente digitales, provienen de las salas de redacción de la vieja escuela. Tenemos a Katie Couric, que cambió la televisión por Yahoo!, Mark Schoofs que dejó Propublica por la unidad de investigación de Buzzfeed y Jon Stewart que convirtió a The Daily Show (un programa cómico de TV por cable) en una de las fuerzas políticas más influyentes de los medios estadounidenses.

“Internet no es más que el mundo pasándose notas en el salón de clases”, dijo en una ocasión el mismo Jon Stewart, en referencia al auge del uso de la Web. Y es que jamás en la historia del periodismo hemos disfrutado de tantos recursos para acceder a fuentes, obtener información, procesar datos, verificar hechos, producir contenidos de calidad (en distintos soportes y formatos) y sobretodo, difundir la verdad. Aunque de un primer vistazo el panorama pueda parecer desolador, o al menos no muy halagüeño, lo cierto es que tenemos motivos suficientes para confiar en un trabajo de calidad.

“No hay ética periodística que supere el valor de la vida humana. En una situación en la que usted puede salvar una vida, es necesario hacerlo”, dijo el periodista estadounidense Sebastian Junger en una ocasión. En su primera película, “Restrepo”, Junger relataba la vida cotidiana de los soldados americanos en Afganistán. En “Korengal”, un documental lanzado en 2014, el periodista se pregunta qué significa para ellos vivir una guerra.

En 2007 y 2008 Junger y el fotoreportero Tim Hetherington, acompañaron a un grupo de soldados en el Valle de Korengal, uno de los lugares más peligrosos de Afganistán. “Es muy triste si dejas de pensar en lo que estás haciendo. Yo no creo que pudiese decir si la guerra es algo bueno o algo malo. Puede serlo todo y esa mezcla es moralmente confusa para los soldados, pero también puede ser excitante”, dijo Junger. Su colega Tim falleció un año después mientras cubría el conflicto libio.

Tragedias como la anterior son las que han puesto al llamado periodismo Drone, tan en boga. La desmilitarización de los vehículos aéreos no tripulados, (Unmanned Aerial Vehicle) ha abierto un destacado campo para su utilización en entornos como el de la comunicación. Las posibilidades de los drones para acceder a zonas en conflicto y grabar imágenes de gran calidad, los han convertido en el instrumento por excelencia dentro del kit de herramientas del periodista actual.

La CNN es uno de los pioneros en defender el uso de estos vehículos en el ámbito de la información profesional. En enero de este año la cadena firmó un acuerdo con la Administración Federal de Aviación (FAA), mediante el cual se les permitirá utilizar drones con cámara con el objetivo presentar informes periodísticos. A su vez la FAA analizará los datos recopilados a fin de desarrollar reglas sobre el uso de aviones no tripulados para la recopilación de noticias.

Otras iniciativas como African Sky Cam, el Drone Journalism Lab de La Universidad de Nebraska o La Sociedad Profesional de Periodismo Drone (PSDJ, por sus siglas en inglés) que se convirtió en la primera organización internacional dedicada a establecer el marco ético, educativo y tecnológico de este emergente campo, defienden la implementación de esta tecnología bajo el argumento principal de salvaguardar las vidas de los periodistas.

Pero ¿de qué ética hablamos cuando la misma tecnología se emplea para matar al “enemigo”?. "En cada una de las operaciones que ha reconocido (el Gobierno), Estados Unidos literalmente no sabía a quién estaba matando", dijo Jameel Jaer, experto legal de la organización Unión de Libertades Civiles de EE.UU. (ACLU), en abril de este año.

La organización británica Reprieve, que ha representado a familiares de víctimas civiles en casos de ataques con drones de EE.UU., recordó para la misma fecha, que el Gobierno de Obama "no se ha disculpado por su error" en los muchos otros casos de muertes de personas inocentes en ataques selectivos.

"La Casa Blanca está sentando un precedente peligroso: que si eres occidental y te golpea (un dron) por accidente pediremos perdón, pero impondremos un muro de silencio si eres un civil yemení o paquistaní que ha perdido a un ser querido", dijo Alka Pradhan, un abogado de Reprieve, en un comunicado. Y yo, a falta de argumentos que justifiquen la barbaridad me refugio en la sabiduría de un dicho popular: “Que entre el diablo y escoja”.

Menos llamativo pero igual o más de importante es el llamado Big Data y su aprovechamiento para el periodismo científico o de investigación. Sin duda, nuestro futuro en este oficio pasa por aprender los nuevos lenguajes de programación y hacernos con el uso de herramientas tecnológicas complejas. Como bien dice Santiago Tejedor, doctor en Periodismo, con un doctorado en ciberperiodismo y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona: “El periodista, en particular, no debe olvidar la necesidad e importancia de saberse sometido a un reciclaje formativo continuo”.

Vivimos en un mundo digital se mire por donde se mire. Y no podemos huirle, sino tratar de convivir con el mismo. Aunque me guarde mis diferencias entiendo y sobretodo, respeto las nuevas tendencias. El periodismo Mashup, el periodismo inmersivo (mediante dispositivos de realidad virtual, accedemos a la recreación de los hechos en 3D), el periodismo ciudadano o el microvideo.

Sin embargo, cuando advierto de plataformas insólitas como Second Life (o “segunda vida”) donde los usuarios se llaman “residentes” e interactúan mediante el uso de programas de interfaz o viewers (visores) y son representados con un muñeco al que denominan avatar, solo atino a pensar en como hemos confundido la realidad con la  demencia.

Para no pecar de ignorante y a falta de estudios que sustenten mi opinión, decidí analizar los comentarios de algunos usuarios “doblevivientes”. “I just got dumped by my vampire girlfriend in SL (Second Life)”, pone amargamente @ace_lujak. Otros “residentes” se quejan de que la gente va y viene por este mundo virtual, e incluso es habitual que tras la emoción inicial, muchos desaparezcan sin volver a pisarlo. Atrás quedan experiencias tridimensionales, personas a las que “han conocido” y con las que incluso “han compartido” momentos de una cierta intensidad.

Como más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena, me salgo del Second Life y concluyo con esto. Las nuevas tecnologías han venido para ayudar a los periodistas, pero tal vez las pantallas nos han alejado de las calles, del mundo real. Ese contacto con lo cotidiano, el cara a cara con las personas, se está perdiendo por el abuso de los contactos electrónicos. Más inmediatos, fáciles, cómodos… cierto, pero carentes de la sustancia del lenguaje no verbal y el entorno y contexto que ofrece el encuentro humano.

Y en lo que a la vida concierne. ¡Gracias señor FaceTime porque mi abuela me saluda desde Santo Domingo! ¡Gracias GoogleMaps porque ya no nos perdemos tanto! ¡Gracias SanGoogle porque pasamos el quiz de música! Pero jamás (ni en una  vida del second life) entenderé al que come frío por compartir su plato en Instagram, al que hace check-in en Foursquare así haya llegado al baño, o al papá que deja de cortar el ombligo a su primogénito por “capturar el recuerdo”.

Snow Crash: “Aunque se lo distribuye como una droga (tanto en el mundo virtual como en el real) el snow crash es más bien un virus capaz de quitarle a las personas la capacidad de pensar creativa o independientemente, limitándola a rutinas que una vez aprendidas no pueden ser modificadas. El virus es una especie de código lingüístico que afecta al cerebro, llegando incluso a modificar el ADN; de ahí que se pueda transmitir también físicamente (se lo compara varias veces con el herpes simplex, y más adelante se lo distribuye en ampollas inyectables de sangre infectada) y debido a su naturaleza lingüística puede ser digitalizado, o convertido en una representación del código binario que afecte sólo a hackers y programadores expertos (para los cuales el código binario es cómo una segunda lengua). El virus parece originarse en la antigüedad, con el surgimiento del lenguaje humano, transmitiéndose a través de la tradición oral en su variante ligüistica y a través de rituales de Hieros gamos en su variante física; aunque en un principio fue útil y necesario para mantener en funcionamiento una sociedad, se volvió perjudicial cuando comenzó a impedir que estas evolucionen. El primero en combatir el virus mediante un "antivirus lingüístico" fue el dios sumerio Enki (probablemente un ser humano con alguna mutación genética según el libro); después de él, el virus resurgió y volvió a ser combatido en varias ocasiones sin poder ser eliminado, ya que una vez erradicado permanece latente en el ADN y se puede considerar que es en parte responsable del Fanatismo (religioso, político, deportivo, etc.), la Histeria colectiva y demás pensamiento de masas irracional”.

Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Snow_Crash