Este es un país de paradojas, hay que repetirlo, porque algunos políticos que ocupan posiciones técnicas creen que a la sociedad dominicana se le puede decir cualquier cosa, subvirtiendo verdades sabidas por todos, y no es así.

La situación de la formación de los docentes que laboran en la educación preuniversitaria es grave.  No importan las razones, ni hay que señalar culpables (“aunque de que los hay, los  hay”). Lo que no se debe es retardar más sin revertir sus grandes deficiencias, porque sus resultados están a la vista de todos, y peores no pueden ser, a menos que se quiera imitar al avestruz.

El asunto no es cuánto se ha avanzado, que en los discursos, ruedas y notas de prensa y entrevistas periodísticas resaltan las autoridades, sino cuánto falta para llegar a donde el país requiere, para tener egresados del sistema bien formados y educados, con competencias para insertarse al trabajo productivo y/o continuar con éxito estudios de mayor nivel. ¿Si la escuela no sirve para nada, para qué asistir a ella?

En la mayoría de los casos, los maestros dominicanos tienen título; un papel que los acredita como egresados del nivel superior; pero esto no es lo determinante, sino el conocimiento y la competencia profesional que demuestren en el ejercicio de la docencia en los niveles correspondientes a la educación preuniversitaria.

La preocupación por el nivel de formación de los maestros de la escuela primaria dominicana no es nueva. En 1992 la Secretaría de Estado de Educación inició la ejecución de dos proyectos educativos, financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y el Banco Mundial (BM), dirigidos al mejoramiento de la Educación Básica. La finalidad de estos proyectos era convertir los maestros bachilleres en maestros normales, y actualizar a los maestros egresados de las Escuelas Normales.

Ambos proyectos, aunque importantes para la época, no cambiaron el paradigma de formación de los maestros del nivel primario, que seguía siendo formación de nivel medio o secundario.

Con el primer Plan Decenal de Educación,  la formación de maestros experimenta un salto cuantitativo, más que cualitativo. El viejo paradigma de formación de nivel medio se eliminó y comenzó la profesionalización de los maestros a nivel superior.

Se inició un programa gratuito, denominado Profesorado en Educación Básica en las Escuelas Normales, elevadas a nivel superior en la Ley 66´97.

Este programa de formación en servicio se extendió a otras instituciones de nivel superior.

En el verano de 1998, en sus palaras con motivo de la primera investidura de la Escuela Normal Superior, Félix Evaristo Mejía de Santo Domingo, la Secretaria de Educación, Ligia Amada Melo, anunció la continuación de estos estudios hasta la licenciatura  a todos los docentes que habían obtenido  calificaciones por encima de 80 puntos en los estudios del Profesorado.

Estos programas no produjeron el efecto que se esperaba. La educación básica del país mejoró poco. Hoy se tiene un gran porcentaje de docentes titulados a nivel superior, pero una enseñanza básica de mala calidad.

Como colofón hay que agregar que los esfuerzos se concentraron en la formación de los docentes del nivel básico; y tímidamente en la formación de los del nivel inicial. La formación de los profesores que trabajaban en el nivel medio, aún con la modificación curricular que se produjo con la Transformación Curricular no contempló ningún programa formativo. Esta formación aún se realiza en las universidades, con autofinanciamiento.

Esta es una materia pendiente que el ministerio de Educación debe reivindicar, para mejorar la formación de los egresados de este último nivel de la educación preuniversitaria.