El país ya comienza a vivir la locura de la campaña electoral que conducirá a las elecciones de mayo de este año. A la euforia de los seguidores, unos pagados, otros por simpatía, habrá que sumarle también la apatía y la incertidumbre de muchos ciudadanos. La zafra electoral viene cargada de mentiras, manipulaciones, falsas promesas, violencia, abuso de poder, tragedias e incertidumbre. Y también de “insultos a la inteligencia” de los votantes.

Sin embargo, las elecciones son mucho más que una garata entre políticos tramposos. Constituyen una fuente de legitimación de las autoridades públicas. Su importancia política y social es tan determinante, que sólo un gobierno surgido de elecciones libres y universales se reconoce como legítimo y democrático.

Sin elecciones, sin la abierta competencia por el poder entre fuerzas sociales y agrupaciones políticas no hay democracia. Convertir las elecciones en objeto de innumerables pugnas políticas y económicas equivale a desvirtuarlas, contaminarlas, viciarlas y corromperlas. Y esto lo vienen practicando muchos partidos y candidatos políticos en nuestro país.

Los procesos electorales en nuestro país han sido degradados moralmente. La degradación  ha llevado a niveles tan extremos que muchos partido políticos cuentan con equipos de dirigentes y afiliados, a veces hasta con expertos extranjeros contratados, especializados en fomentar y llevar a cabo trampas y triquiñuelas electorales turbias e inmorales, que entre otras consecuencias dan lugar a la escogencia de malos representantes y malos gobiernos.

Muchas de las elecciones presidenciales, legislativas y municipales en nuestro país han tenido este sello nefasto, corrupto e inmoral. Las malas prácticas políticas, los partidos políticos y los candidatos han desvirtuado el verdadero sentido del voto que emite cada ciudadano en las elecciones, pasando de ser un instrumento de expresión de participación ciudadana a un objeto que se compra y se vende. Sin embargo, el mal no está sólo en quienes lo venden, está principalmente en quienes lo compran.

Frente a esta situación, los ciudadanos habrán de realizar con urgencia una doble tarea. Una, vigilar la calidad de los procesos electorales. Otra, cuidarse de votar bien, es decir, emitir un “voto ético”, votar con compromiso social; emitir un voto que deje la conciencia tranquila y su responsabilidad y su dignidad victoriosas.

Los dominicanos estamos llamados a “limpiar y adecentar las elecciones”, a dotarlas de respeto y responsabilidad democráticos, a sabiendas de que también las elecciones tienen una dimensión ética. Una alta actitud ética, cuando es creíble, puede ser determinante para una victoria electoral.

Hay que exigir “que la gente que tenga poder también tenga ética”. La situación política que no se ajusta a las norma éticas termina siendo una política sin conciencia. En estas elecciones la moralidad se confrontará con la inmoralidad, la decencia con la indecencia, la corrupción con la transparencia y la honestidad. Por encima del dinero, por encima del miedo.

El voto ético es un voto crítico y reflexionado. Está por encima de la falsa creencia de que sólo funcionan los candidatos con abundantes recursos económicos. El voto es ético cuando el elector, con posturas morales o de “procura del bien colectivo, evita la elección de candidatos objetables que puede dar lugar a leyes injustas y políticas económicas y sociales desastrosas.

Las elecciones de mayo próximo no estarán libres de estos repetidos maleficios. Aquellos partidos y candidatos que pretendan  sobornar a los electores, que procuren el voto como pago de “los bonos” de bien social y limosnas humillantes pagados con los dineros del pueblo;  que obliguen a los empleados públicos a votar por el partido en el poder; que abusen de los fondos públicos y de las posiciones de poder o influencia con respecto a la campaña o al voto, todos ellos deben ser considerados y declarados como políticos inmorales, como “violadores de la ética” que impone ideales de justicia y vida buena.

En estas elecciones venideras, como si se tratara de una pasarela, se presentarán candidatos honestos, responsables y transparentes. Y también lo harán los candidatos descarados, corruptos, deshonestos e inmorales. Unos y otros irán por los votos de los ciudadanos. Entonces, es el momento preciso de premiarlos o castigarlos con nuestro voto.

El acierto en estas elecciones significará cambio y bienestar para el pueblo. El error en las mismas traerá desgracias y desastres para el pueblo. El voto es un instrumento de poder del pueblo. No votar por los candidatos malos, perversos y corruptos es “cuestión de conciencia”. También en la política el bien se premia y el mal se castiga. Es indiscutible que la ética sirve para ganar elecciones. ¡Hagamos de las próximas elecciones un verdadero evento cívico y democrático basado en la verdad, la justicia y la moralidad!