Prometí no volver a usar mis letras para inútiles desahogos. Esos que nacen como sátiras a la rutina que nos manosea. Escribiré sobre otros temas, quizás más pálidos, convencido de que vivimos en un medio sordo, mudo y ciego.  La decisión no es emotiva; es racional. Entendí que la fuerza arraigada en mis críticas le da motivos al mismo relato y me harté de gritarle al viento.

Aquí no sirve escribir con el alma. Parece que nos basta como cauce autoexpresivo con las maldiciones que a diario detonan en las redes sociales en contra de un sistema que se justifica en su silencio, se fortalece en sus debilidades y defeca sobre nuestras pocas dignidades. No quiero ser eco de esas vocinglerías. Entiendo que esa etapa es primitiva y hay que rebasarla. Una vez escribí que el problema acústico de nuestra democracia es de recepción y no de emisión: nos dejan hablar, hasta más de lo debido, pero no nos escuchan. Me saturé también de la racionalidad emotiva de las masas, esa que nace y se agota en un “coño” como razón que se consume en la rabia o en la ovación de unos cuantos likes en Facebook. A la hora de actuar en el mundo real, pocos aparecen, ni siquiera sus insultos. Es tiempo de pensar, proponer, construir y decidir.

Los que gobiernan saben manejar a una sociedad febril, de reacción instintiva, con un metabolismo muy digerible para consumir todo lo que le den. Por eso cada semana sus estrategas cuelgan una cartelera de distracciones. No somos capaces de discernir sus manipulaciones ni mantener más de dos temas en carpeta. Odebrecht fue el más consistente en vigencia; ya murió y todos conformes. La corrupción es una serie de temporada que se reedita con cada escándalo. El estreno de esta semana lo protagoniza el diputado Radhamés Camacho con sus millones no declarados. Preparémonos para otro ruido que lo evapore antes del viernes. Mientras, seguirá vigente la misma ley defectuosa, la desidia de la Cámara de Cuentas, la falta de control y no faltarán algunos vedetos ganando cámaras con teorizaciones manidas. The end. 

Buscaré motivos más sutiles para llenar este espacio. Caramba, ahora me doy cuenta de que me privé de realidades más inspiradoras. Puedo escribir sobre temas aburridos, como de teoría jurídica para dos o tres diletantes o iniciar una serie de ensayos atestados de citas y conceptos abstractos para marear a los que no pueden leer más que los títulos o engrosar las firmas de los “progres”, esos cortesanos del sistema que defienden lo bien que va el país gracias a los buenos gobiernos que nos hemos dado. 

No sería una mala idea airear la vida con otras ondas. Quizás me anime a escribir sobre los trending topics de consumo social como la literatura de autorrealización en un momento en que el coaching vive su mágico paroxismo. Me imagino algunos títulos sugerentes en materia de autoayuda: “Técnicas para descubrirte”, “Despierta el león que hay en ti”, “A un metro de la felicidad”, “Bienestar: ¿un don de pocos?”, “Te espero en la cima”…

¿Y por qué no escribir sobre sexualidad? No, mejor no; aquí abundan como insectos los terapeutas empíricos. Además, mi testimonio no podría sustentar vigorosamente las técnicas que pueda enseñar; me resulta muy espinoso ser incoherente. Soy un hombre de libido decadente, de pobres desempeños eróticos, de bríos intermitentes y caídas mórbidas. Tendría que fingir sobre el éxito de mi vida sexual tanto o más que los orgasmos de las chapeadoras con viejos ricos.

Lo bueno de esto es que hasta podría ganar dinero por no escribir; sí, en el poderoso mercado de la opinión pública dominicana, “la disidencia” (que significa no lamerle las bolas al gobierno) se compra en cualquier formato: escribiendo a favor, neutralmente y hasta con el silencio. ¡Dios! No me imagino anularme y perderme en la autocensura por unos chelitos. Si pudiera asesorarme con alguien, pero todos me dirán que les va muy bien, y ¡por mi salud! que no he conocido personalmente a nadie que defienda este sistema sin un cobro directo o relacionado. ¡Mierda, todos están comprados! He leído opiniones desperdigadas teorizando sobre el virus del papiloma en los pingüinos para evitar hablar de la realidad que nos constriñe. Y créanlo que conozco a algunos que se han hecho hasta poetas para no abordar temas que pongan en riesgo sus relaciones con los centros de poder.  ¡Cuánto enanismo barato! Hay un gran déficit de testosteronas.

Lo anterior no es una renuncia ni una abdicación, es una simple compresión del valor de la palabra en una sociedad de ausencias… otra forma de desahogarme… y punto.