Hace semanas buscando un documento en casa, di con unos recortes viejos con algunos de mis primeros artículos. Así como aparecen las cosas, cuando uno no las anda buscando.
Los escritos, con fecha entre 1999 y 2001. Con un estilo que, aunque lo reconozco muy mío, indudablemente los temas se notan marcados por la juventud de esos años cuando no llegaba ni a los 20.
Con los recortes en la mano caí en cuenta que ya llevo veinte años escribiendo y que ha sido imposible olvidar que mis dos primeros artículos tienen un nombre y apellido: Juan Bosch, inspirada en la lucidez de sus cuentos y Mariano Lebrón Saviñón, después de conocerlo asombrada por su genio y su encanto.
Fue mi papa quien me cedió su espacio para publicar mi primer artículo en el desaparecido periódico Ultima Hora y Ruddy González quien me sugirió que escribiera quincenal. Ninguno de nosotros tres sin imaginar que veinte años después aquí estaría en el mismo afán.
Dejé de publicar unos años. Hasta el 2011 cuando irremediablemente me costó atender la musa y dejarla ser. Ya con hijos, me tocó escribir de un mundo distinto, maravilloso, más emotivo y muchísimo más humano. Si antes escribí sobre libros ahora escribía de la vida. Y así fue como llegué hasta aquí.
Sin embargo, aunque muchas cosas han cambiado, los temas, la cotidianidad en la que me inspiro y todo aquello que despierta mi interés, una se mantiene en el tiempo. El ejercicio de soledad que uno ejerce cuando se sienta a escribir. La paz que uno anhela cuando se encuentra de frente con un texto. Inspiración a flor de piel, título, primer párrafo, disposición y voluntad a la espera de un refugio tranquilo para poder escribir.
Llevaba años definiendo ese ritual como mi Ejercicio de Soledad. Algo muy personal, como cuando uno entrega un pedacito de sí mismo en cada beso o acto de amor.
De mis inicios, me recuerdo escribiendo a mano, encerrada en mi habitación o en la vieja oficina de mi papá en el palomar de la casa en San Antón. Como un afán casi absurdo de estar sola. Contrario a la vida y la razón social del ser humano. Como si nos concedieran el poder de dosificar la soledad cada vez que uno la necesita. Para mí, un sentimiento liberador.
Ahora, como toda madre, esperando que mis hijos se duerman y que el sueño no me gane la batalla para encontrarme con la misma soledad que llevo años anhelando, dosificando y soltando.
No ha sido sino hasta ahora que he dado con la frase perfecta que describe mi anhelo y el descubrimiento ha sido revelador. Viendo un documental sobre Gabriel García Márquez lo he escuchado decir: “Y por fin realicé el primer sueño de mi vida, que era sentarme a escribir sin que nadie me jodiera”.
Tenía que ser un hombre de la genialidad de Gabo que describiera mi anhelo con aquel nivel de realidad y magia. Nadie, ni siquiera yo, había sido capaz de definir con esa capacidad de precisión, tan llana, sin adornos y sin esfuerzo, lo que yo tanto deseo cuando me siento a escribir.
Con la frase me doy cuenta que no estoy sola. Todo el que escribe vive en busca de esa soledad. Uno no quiere distracciones, uno lo que quiere es parir su texto. Nadie quiere que lo jodan cuando se sienta a escribir.
Con mis viejos artículos caí en cuenta que por veinte años he hecho algo que me hace inmensamente feliz y que todavía veinte años después sigo anhelando que nadie me joda, aún cuando termino de escribir.