Días atrás, una turba, en la ciudad de Iquique en el norte chileno atacó, incendió y vandalizó las propiedades de inmigrantes venezolanos que por cientos de miles abarrotan a Colombia, Dominicana, Ecuador, Panamá y otras ciudades y pueblos donde muchos son considerados y se les trata como una plaga.
En la frontera de México al norte con EEUU y al sur con Guatemala decenas de miles de haitianos procedentes de Chile y Colombia, principalmente, adonde ya se habían refugiado antes, se aglomeran esperando vencer la resistencia de las autoridades y pasar, de cualquier manera y por cualquier vía, hacia los Estados Unidos.
En los estados mexicanos de Sonora, Sinaloa y otros del norte y oeste los carteles asesinan con vicio toda disidencia en un despliegue sangriento y promiscuo; han de quebrar la voluntad de resistir, ahogan con saña e innecesaria brutalidad todo lo que haya de vida en uno de los mas absurdos y salvajes festivales de sangre de que se tenga noticia. Si años atrás los paramilitares y otras fuerzas descuartizaban a sus victimas en Colombia, en México ahora los entierran o los queman vivos.
La maldad, claro ha existido siempre. El odio también. Y la crueldad tanto como el abuso se atan y desatan según las circunstancias pero parecería que en todas partes la gente es menos compasiva, menos tolerante, menos solidaria. El afán por conservar las posesiones o el estatus parece gobernar las conductas; poco a poco la humanidad ha ido bestializándose, brutalizándose y en ese poco a poco los episodios son mas frecuentes, mas numerosos y mas graves, en todas partes. 118 muertos y contando en un motín en la cárcel de Guayaquil; muchos de ellos descuartizados y decapitados. ¿De donde sale tanta barbarie? En el muy ilustre Reino Unido la escasez temporal de gasolina desata peleas a patadas y puñetazos entre los blancos y rubios mientras aquí, las disputas de tránsito, se revuelven a tiro limpio.
Así como la intolerancia reina en las redes sociales desplazando la compasión, así mismo hemos ido acostumbrándonos a escenas cada vez mas violentas y también, con mayor frecuencia, dirigentes nacionales de quienes se esperaba comedimiento y respeto han asumido el papel de jefes de turbas fanáticas que gustosamente atropellan indefensos, minorías y marginados y además lo celebran. Tal es el caso de esa bestia de Bolsonaro que desde Brasil avergüenza al país y ofende la humanidad.
Haitianos y venezolanos ahora, sirios y afganos antes, subsaharianos todo el tiempo, nicaragüenses mañana, toda esta gente, rodando por millones han preferido asumir los riesgos de la huida a los de la rebelión y aquellos no son necesariamente menores que estos.
La vida es un infierno para los desprotegidos. A veces parece que dentro de cada territorio hay mas de un país. Problemas de todo tipo aquí por agua, allí por empleos, acullá por una bandera, en todas partes con creciente violencia, como si estuviéramos despojándonos intencionalmente de toda la humanidad y tolerancia que nos habían enseñado. Ese es, a no dudarlo, un escenario aterrador.
Es verdad que las desigualdades han aumentado en casi todas partes. Es verdad que la gente común es capaz de canalladas. Una publicación reciente recordaba que en tiempos de la Inquisición las denuncias y cacería de brujas eran tanto una labor del Santo Oficio como componenda de vecinos para deshacerse de una vecina molestosa.
Los emigrantes presionan hasta explotar las fronteras de numerosos países, pero dentro de cada uno de ellos se tensan los conflictos locales por igual y en ambos casos las redes sociales echan leña al fuego y la época sigue, como los volcanes, acumulando presiones, gases, conflictos que no importa lo que hagamos van a estallar y asombroso como es: hay tanta gente que no se hace una idea de como esa barbarie se cebará contra ellos mismos. . . en su momento