Shirley Veronica Bassey, la voz y gran dama del Imperio Británico, nació el 8 de enero de 1937, en el seno de una familia muy pobre en la zona portuaria de Tiger Bay, del distrito inglés de Cardiff, Gales. La más pequeña de siete hermanos, hija de una madre soltera de Yorkshire, abandonada por su marido, un marino mercante de origen nigeriano oriundo de las Islas Vírgenes británicas, padre al que jamás conoció, desertó de la escuela a los 14 años.
A sus 81 años, la mezzosoprano galesa convertida en ícono de la música pop, joya de la corona musical popular del Reino Unido y del planeta, ha sido dueña y señora de una voz inconfundible, impecable; de una dicción perfecta, con un timbre y un color raras veces manifiesto que superó todas sus expectativas más allá de las audiciones iniciales en numerosos pubs. Su vida personal y profesional ha navegado de la agonía al éxtasis y del infierno a la gloria, según sus biógrafos no autorizados. Pero ha sabido retomar su vida apacible sin amarguras ni resentimientos en su edad madura, venerada por sus admiradores, desde aquel memorable día de 1961 que cantó en la toma de posesión del presidente John F. Kennedy.
Quienes siguen de cerca su trayectoria musical, desde la adolescencia en los años 60 –del pasado siglo– hasta el presente, hemos sido testigos de cómo ella se ha mantenido incólume en el pedestal de la popularidad, tras su salto al estrellato internacional al poner su privilegiada voz a la banda sonora de los filmes de la serie del célebre agente británico 007, James Bond, Goldfinger, Diamonds Are Forever, y Moonraker, las dos primeras protagonizadas por el escocés Sean Connery, y la tercera por Sir Roger Moore, fallecido el 23 de mayo de 2017, a los 87 años.
Bassey ha sido definida como una combinación perfecta de Judy Garland, Whitney Houston, George Michael o Diana Ross, todos atomizados en una voz monumental.
La mítica y legendaria intérprete, objeto de innumerables reconocimientos artísticos, discográficos y recitales en Washington, DC, Hollywood, Berlín, Tokio, París, Roma y Londres, ha vendido 135 millones de discos –proeza que han logrado muy pocos baladistas “famosos”– en una vida profesional dilatada que se extiende más de seis décadas. Es madre de dos hijas, una de las cuales falleció de manera misteriosa. Se ha divorciado dos veces, y posee residencias en casi los cuatro puntos cardinales del mundo, pero en particular, Marbella y Montecarlo.
¿Qué hace de las virtudes de Shirley Bassey una dama inglesa del canto popular tan singular, tan reverenciado por generaciones, adorado e incomparable? Una suma de factores: disciplina, excelencia, entrega, emoción, pudor, distinción, femineidad, glamour, candor, pasión que rompe con la clásica flema del carácter británico, calidad humana y respeto a la audiencia. Todo ello sumado a esa magia indefinible que consiste en su enorme capacidad natural para transmitir sentimientos, conectarse con el público y sacudir sus emociones en las fibras evocadoras más íntimas. Confiesa que desde el primer aplauso, “la música es algo me arde por dentro y no puedo evitar”, y de niña era “escandalosamente tímida.” Testigo de ello lo es el recinto de The London Royal Albert Hall en la capital londinense.
Escuchar sus grabaciones y ver sus vídeos, más de 400 sólo en YouTube, es como caer en un trance. Los ojos y los oídos no pueden separarse de su imagen y su voz, cuando proyecta de manera magistral su centro emocional con un abanico de tonalidades que oscilan desde un mohín femenino y seductor, casi imperceptible e inofensivo, hasta un sostenido grave prolongado, portentoso, de vitalidad inaudita y trascendente las cuales fluyen desde cuerdas vocales privilegiada, en el marco de una dentadura perfecta y unos ojos evocadores que la transforman en un pentagrama de mujer a flor de piel, poseída en su totalidad por la música y transformada en una belleza sin edad.
Sólo basta con escuchar en su voz sin igual versiones clásicas como The Boy From Ipanema, Burn My Candle, Big Spender, I Am What I Am, This Is My Life, I Love You So, The Banana Boat Song, My Way, I Who Have Nothing, Were Do I Begin (Love Story), All By Myself, e incluso los estilizados temas de los Beatles, Hey Judge y Yesterday; así como I Will Survive, Fly Me to The Moon, Don’t’ Cry For Me Argentina o The Shadow Of Your Smile, para comprender la fibra y clase aparte de una mujer que a sus 16 años soñaba con ser modelo, enfermera o aeromoza para viajar y conocer el mundo.
Gales, antiguo territorio romano de origen celta, ha sido una cantera histórica de artistas. Entre los contemporáneos de Shirley Bassy está el cantante Tom Jones, El Tigre de Gales; más actual, Bonnie Taylor; el escritor Ken Follet, Richard Burton, Lawrence de Arabia, el filósofo Bertrand Russell, y el pirata Henry Morgan, entre otros. Bassey ha sido definida como una combinación perfecta de Judy Garland, Whitney Houston, George Michael o Diana Ross, todos atomizados en una voz monumental.
Redescubrir a la Dama Comandante del Imperio Británico, galardón otorgado por la reina Isabel Segunda en 2000, es un gran honor para las generaciones que antes y hasta el presente disfrutan el legado de una de las Divas más relevante de todos los tiempos. Quien desde su origen humilde en una factoría en 1952, ha puesto de rodillas al mundo musical por su calidad excepcional, no sin antes pagar el precio de la fama y del éxito a base de esfuerzos, dolores y sacrificios. Buena manera de comenzar el 2018. ¡Feliz cumpleaños, legendaria y ejemplar artista de todos los tiempos: Shirley Veronica Bassey!