Contrario a lo que expresara recientemente el ministro de Economía, Planificación y Desarrollo en su charada política tremendista, en el país somos más los pesimistas que los optimistas. En todo caso, acepto sus “porcientos” pero al revés. Y no somos de nadie. Simplemente asumimos el derecho de ser pesimistas como una manera de expresar libremente el descontento, el asco y la protesta contra un gobierno que ha sometido a este pueblo a la peor suerte, al peor presente y, si lo dejamos, al peor futuro.
Serán los optimistas los que representan el 22%. Cabe decir, los peledeistas –y no todos- que viven según ellos el mejor de los países; aquellos tocados por la suerte en la distribución del erario público, los que viven felices gracias a que se encuentran “nominados” en el presupuesto nacional y gracias a las corrupciones alentadas, toleradas y fomentadas por el actual gobierno. Este gobierno es el creador del “optimismo de la corrupción”. Y no podrán negarlo.
El otro 78% y, todavía más que eso, somos los que juzgamos por su aspecto más desfavorable y negativo lo que está sucediendo en país y a los autores de este descalabro nacional. Somos los que vemos el “país pessimus”, el “país peor”, visto desde adentro y desde afuera.
¿O es que acaso puede haber optimismo en un país en donde la incompetencia y la irresponsabilidad de los que lo dirigen sólo han logrado proporcionarnos una pésima salud, una pésima economía, una pésima política, una pésima educación, unos pésimos servicios públicos, una pésima justicia, una pésima seguridad ciudadana, unas pésimas oportunidades de empleo?
Dirán los “optimistas por decreto” que las encuestas demuestran lo contrario. Sí, las encuestas de los “optimistas” del sector público y del sector privado que se lucran del vaso “medio lleno” del gobierno y que han sometido –sin piedad- al pueblo a todos los sufrimientos y privaciones que están a la vista de todos.
Y si formáramos una coalición política o social de pesimistas, una unión ciudadanos que no tienen nada qué esperar de este gobierno, de este Leviatán púrpura, no habría fuerza política o social que nos supere. Si lo hiciéramos, haríamos temblar de miedo al optimismo reeleccionista. Entonces, hagámoslo.
Que no nos pidan que apostemos al optimismo. Que nadie nos lo pida. El gobierno y sus incorporados mataron el optimismo del pueblo dominicano. Que no pretendan ahora comprar nuestro pesimismo con promesas cargadas de demagogia y de mentiras o simplemente imponernos su pestilente optimismo. Nuestro pesimismo exhala honor, valentía, dignidad, decencia y desafío.
El pesimismo nos empuja a la acción individual y comunitaria para contribuir a la construcción de un mejor. La valentía de sabernos y aceptarnos pesimistas debe llevarnos a la valentía de enfrentar a los que han hecho del optimismo tramposo una profesión rentable. Acallemos sus voces falaces con nuestras verdades innegociables, acallemos su irrespeto con nuestras exigencias y demandas de respeto y justicia en todos los escenarios.
El pesimismo alienta la crítica, el cuestionamiento, la denuncia, la protesta y la solidaridad. Contagia una inconformidad aglutinante que procura el rescate de libertades y derechos arrebatos a los ciudadanos y a sus comunidades. El pesimismo no esconde su rebeldía. Ser pesimista no es una ofensa, es un derecho cargado de repudio a la desvergüenza.
Invitamos a los pesimistas del país a que nos manifestemos públicamente. Inventemos formas cívicas de hacerlo. Propongo una: que el próximo sábado todos los pesimistas del país, todos los que creemos que este gobierno asfixia y contamina nuestras esperanzas, encendamos las luces de nuestros vehículos cuando circulemos por las calles y carreteras. Será una encuesta nacional que hará visible el rechazo al optimismo patológico y corruptor de los que hoy nos gobiernan. ¡Encendamos las luces de una esperanza y un optimismo forjados por nosotros mismos!