La República Dominicana está viviendo en estos días sentimientos disímiles. De estos sentimientos, unos son de alegría desbordante, como es la generada por los atletas que nos representan en los Juegos Panamericanos de Lima. Es un gozo profundo observar que estos atletas dan lo mejor de sí a pesar de que cuentan con un apoyo escaso. Pasan el año abandonados a su suerte, salvo las vísperas de la salida para los Juegos en las que se toman la foto con el Presidente de la República de turno. Antes de ese viaje, sufren muchas calamidades a nivel personal y familiar. Aunque no traigan medallas, los honramos por el esfuerzo y los deseos de avanzar. De otra parte, participamos también de un sentimiento de decepción, al observar los gastos tan elevados que producen los procesos eleccionarios en este país. Sean dos, sean tres las elecciones, el gasto es exorbitante; y un país plagado de dengue y sin estrategia para combatir la muerte por leptospirosis, no debería darse el lujo de gastar RD$16, 540 millones de pesos en procesos eleccionarios. A esa cantidad de dinero hay que agregarle todo el que se está gastando para justificarlos y para convencer a los que interpelan y rechazan tal despilfarro sin esperanza de una buena política, ni unas elecciones creíbles cabalmente. El tercer sentimiento tiene todas las características de la pena. Sí, es pena lo que da la situación generada en torno al concurso de oposición abierto por el Ministerio de Educación para seleccionar docentes que puedan cubrir 10,700 plazas. Da la impresión de que a esta institución le resulta difícil acertar en la toma de decisiones. Cada decisión lleva consigo un escándalo, una polémica.

El Ministerio de Educación se ha convertido en una entidad con dificultad para fomentar las buenas prácticas y garantizarle a la sociedad estabilidad y paz. Es obvio que en un concurso no todos los participantes tienen que aprobar. Un porcentaje de los participantes acierta, otros no tienen esa posibilidad; y esto no necesariamente depende del Ministerio, depende de las condiciones en las que se presente el participante. Pero los reclamos para que se audite el concurso nos hacen pensar que algo no ha funcionado bien; y esto es inadmisible. Lo importante en este episodio es que haya disposición para restablecer la figura del concurso. Este, si se organiza con transparencia y consistencia académica, contribuye a la superación del ingreso al sector educación por influencia política; ayuda, además, a desterrar la inserción en el ámbito educativo mediante acciones discrecionales como el amiguismo y la familiaridad. Los educadores responsables han de valorar y defender que el ingreso al sector educativo sea mediante concurso, pero no cualquier concurso. Su organización ha de responder a los lineamientos que la Ley General de Educación 66-97 plantea en su artículo 135; y el Pacto para la Reforma Educativa, 2014-2030 en su apartado 5.2.1 de la p. 82.

El concurso de oposición ha de tener en cuenta las necesidades específicas del contexto dominicano. La denuncia de que el Ministerio ha importado pruebas debe ser aclarada. Esta imputación no le hace ningún bien al Ministerio de Educación; por ello requiere que, sin demora, le diga a la sociedad cuál es la verdad. De igual modo, ha de priorizar profesionales y expertos nacionales calificados que cuenten también con un aval ético incuestionable. La sociedad dominicana necesita paz y las instituciones han de contribuir a ello asegurando un funcionamiento de alta calidad y eficiencia. El Ministerio de Educación no puede seguir acumulando errores y descrédito. Ha de auditar su modo de operar y de comunicarse con los actores que lidera. Se advierte un desencuentro entre esta institución y los sujetos que ha de formar y acompañar. Los ministerios no pueden parecer sombreros mal colocados. Han de construir y alimentar un diálogo permanente con la sociedad y, especialmente, con los que forman parte de su campo específico.

Hemos de convertir estos tres sentimientos en energía que transforme, en el Ministerio de Educación, las decisiones con escasa calidad; la comunicación fugaz y la poca cercanía con los sujetos directos de su esfera. Es necesario revertir esta realidad con la participación de todos. La sociedad no puede continuar como si estuviera de espectadora en una sala de teatro. Le toca trabajar y aportar para que la República Dominicana, cualifique sus instancias y procesos educativos.