(A mi hija Oleka, quien siempre da la batalla)
Hace unos años, mi hija Oleka me dijo: “¡He decidido ser feliz!", y esta expresión cambió mi vida para siempre. Investigué lo relativo al tema y me dispuse a cambiar actitudes obsoletas, a controlar mis impulsos y a erradicar los mitos y tabúes que, sin mi consentimiento, la sociedad me imponía.
Para comenzar, es imprescindible acerar nuestro espíritu. Alcanzar la serenidad y la paz interior es difícil y, en ocasiones, doloroso. Resulta indispensable cambiar viejas y arraigadas costumbres de manera que los egos se lleven de su mano la arrogancia y la sobreestima.
La dignidad es otra cosa. Debemos preservarla como un tesoro y ostentarla cuando sea necesario.
Para lograr mis metas tropecé varias veces, pero hice un descubrimiento sorprendente: la clave está en la sencillez. Cuando la incorporé a mi práctica cotidiana, pude despojarme de muchísimos “tereques” físicos y emocionales. Me di cuenta que no los necesitaba.
Para evitar los incómodos enojos, aprendí a cultivar la paciencia, (no del todo) y de paso, adquirir la suficiente capacidad de aguante para callar, no importa el mote, que a nuestro juicio, algunas personas se merecen. Para eso es la paciencia.
Cada vez más valoro a mis amigos. Cuando recibo una palabra afectiva o un abrazo caluroso, los retribuyo con ganas.
Los estudiosos de la conducta humana recalcan que es imprescindible llenar vacíos existenciales para conseguir la plenitud. "Lo principal es el amor" aconsejan. Pero si no lo tienes, busca otros placeres en la naturaleza.
Vete al campo a percibir el olor de la yerba mojada y el de las hojas y las ramitas recién quemadas. Espera la salida del sol y presta atención a los pajaritos que a esa hora se levantan a cantar.
La noche te brinda una placidez tan reconfortante que eres capaz de sonreír cuando a las 5 de la mañana te despierta el estridente canto del gallo. Además, los campesinos te enseñarán en un mes lo que no aprenderás en años: ser mejor persona.
Te sorprenderá la diversidad de "tesoros" que encontrarás en la montaña. El silencio cautiva y la belleza del entorno embelesa. Intégrate al paisaje y piérdete entre los pajones. Mira el cielo y si necesitas llorar o reír, es el lugar ideal. Haz una catarsis porque no hay mejor escucha que la naturaleza.
Y el mar… Acércate a él y busca respuestas en su inmensidad. Camina descalza por su orilla y déjate seducir por sus olas cuando toquen tus pies.
Siempre que puedo voy a Valle Nuevo, un lugar enclavado a 2,200 metros de altura a una hora de Constanza. Me deleito con el silencio, solo interrumpido por el canto del jilguero y de la cigua constancera.
El día transcurre deliciosamente caótico, entre las risas y el cariño de toda la familia, compuesta por los hijos, nietos, sobrinos, perros, gatos y un arisco ganso que no me puede ver y me da unas carreras comiquísimas. Pero, si así pasa con los humanos, ¿por qué no respetar el derecho de un ganso?
Con la primavera se deja sentir el olor de los pinares. El viento dispersa el origen de ese aroma entrañable y nunca encuentro su camino. Es como si quisiera jugar conmigo a las escondidas y yo estuviera condenada a perder siempre.
La caída de la tarde es un espectáculo, y si las nubes lo permiten y la noche se anuncia revestida de luna, no hay belleza que pueda comparársele.
La noche avanza y todos nos acurrucamos frente al fuego. Unos leemos o escuchamos música, otros forman rompecabezas o cuentan historias, pero todos nos vamos a la cama forrados con pijamas y gorros de lana, arrullados por el canto del sapito "coquí".
Algunas veces voy en busca del mar. En una enorme roca asentada sobre un acantilado, veo más allá del horizonte, hasta donde llega mi imaginación. En enero, espero expectante a las ballenas jorobadas que se mueven sugerentes en las tibias aguas de la Bahía de Samaná.
A pesar de las espinas clavadas en el alma, yo estoy decidida a no perder el encanto de vivir. Haz lo mismo, no te "achicopales". La vida es bella, sus trampas no. La culpa es del azar y también de nosotros. Un descuido o una equivocación, por creer que puedes, te podría costar muy caro.
No le temas a las jugarretas de la vida. Pese a todo, le damos gabela y aún así, no podrá quitarnos el sentimiento del amor. Y si no puedes compartirlo, ten agallas y aguanta con elegancia y dignidad. Es preferible tener un amor para ti sola, que nadie puede impedir ni quitarte, que vivir en el vacío.
Llegó diciembre. Tengo un regalo para ustedes: son estas estrofas de un poema de Alberto Cortez, que les llevará una estrella fugaz, envueltas en papel de celofán y atadas con cinta de seda.
Dime que tiras al agua
Silencios, muchos silencios,
desgracias, muchas desgracias,
desabridas actitudes,
iras injustificadas,
tiempo inútil y perdido,
deudas que nunca se pagan,
tristezas no comprendidas,
hambres, miserias humanas,
vergüenzas inconfesables,
limosnas no confesadas,
consejos paternalistas,
éxodos de casa en casa y una desconsoladora
sensación dentro del alma…
¿Y tú, que tiras al agua?
Desatinos, desacuerdos,
mentiras innecesarias,
traiciones no cometidas,
promesas no consumadas,
falsos credos, diferencias,
hipócritas alabanzas,
prejuicios imperdonables,
conclusiones temerarias,
resentimientos oscuros,
frases desafortunadas…
mi vida….
mi vida entera…
¡mira cómo se la lleva el agua!
Sé feliz, todo lo demás, tíralo al agua.
(*) Este artículo fue publicado en Clave Digital. Lo hemos actualizado, porque el tiempo trajo cambios y nuevas experiencias que deseamos compartir. Grupos familiares, profesores del Colegio Lux Mundi y estudiantes de Sicología de la UASD lo utilizaron para "aprender a vivir". Ese es mi objetivo. AF)