Según publica el diario El País, uno de los lugareños del pueblito de Texas donde se produjo una gran matanza en días pasados comentó: “Eso es cosa del diablo. Él sabe que le queda cada vez menos por la llegada de Jesús y está aprovechando el tiempo que queda”.

Al leer esta explicación del hecho, ofrecida por un ex policía de 71 años, me vino a colación, de inmediato, el testimonio de Gabriel, un niño obeso y dulce que expresa su malestar con su cuerpo. Tiene once años y calza 40; su padre, un delincuente, fue muerto a tiros; vive con un padrastro “difícil” y con una madre que no le brinda ningún cariño. “Cuando salgo a hacer pis oigo las voces de los muertos hacer chui, chui, chui. En el patio cierro los ojos, extiendo mi brazo con fuerza y digo con firmeza, pero no demasiado fuerte para no despertar a mi madre: ¡Aléjate, Satanás! y entonces los muertos se van”.

En la familia de Gabriel hay una larga cadena de violencia, violaciones, muertes y encarcelaciones que arropa a abuelos, tíos, tías y primos. El niño busca desesperadamente alguien que le hable de su padre; sin embargo, víctima de una tremenda injusticia, solo oye cosas negativas en su casa en contra de un padre que no conoció y que le hace una falta tremenda. En el medio de este caos, un niño sin amor, sin ningún tipo de ayuda emocional, se aferra a los demonios, sobrelleva la situación a duras penas hasta que  un buen día naufraga. 

En la escuela, que debería ser un espacio de protección capaz de hacer diagnósticos psicosociales, el niño sufre de bulling de parte de sus amiguitos y de poca empatía de parte de sus maestros.

Como él, muchos niños y niñas de nuestros sectores vulnerables son prisioneros de historias familiares insoportables, tanto los hijos de víctimas de feminicidios, de muertos por balas y/o por balas perdidas, como los que son producto de sórdidas violaciones que tienen lugar en los callejones y las partes atrás.

Para completar, toda una cosmogonía fantástica alimenta las cabecitas fragilizadas ofreciendo explicación a los malestares emocionales, a los miedos inconscientes y a actuaciones erráticas. Además, es más fácil culpar al diablo que a su madre. El diablo, Satanás, así como el bacá, la ciguapa o los galipotes tienen todavía vigencia, según la región de origen de las familias que viven en Villas Agrícolas.

Si no se curan las heridas y la violencia insoportable en la que viven estos niños y niñas, caerán en la trampa de las repeticiones transgeneracionales de las cuales ellos mismos son las víctimas inconscientes. Encontramos demasiado brutalidad y violencia en las relaciones intrafamiliares. Muchas madres adolescentes y solteras crecen con bebés al hombro, que muchas veces son rechazados por las sucesivas parejas con las cuales hacen vida, a los que se suman sus nuevos hijos, ya que cada macho quiere crías para marcar su territorio.

Debemos hacer entender a nuestra juventud de ambos sexos que un niño no es un muñeco desechable del cual se puede salir o maltratar cuando se cambia de pareja. Debemos exigir una educación sexual integral y científica YA, sin demora. Se trata de una emergencia y de una prevención de riesgos que no podemos posponer discutiendo nuevas leyes y diciendo que los valores de la sociedad dominicana se han ido a pique. Si se se han ido a pique es porque toleramos la pobreza, la corrupción y permitimos que nazcan miles de niños y niñas sin futuro, porque no impartimos educación sexual y no contamos con servicios de atención psicosocial que alcancen a los más vulnerables. Retrasar la impartición de la educación sexual integral y científica obligatoria y  criminalizar el aborto en sus tres causales es atentar en contra de la vida de nuestros niños, niñas y adolescentes.

Debemos lograr que todos los actores sociales, incluyendo las iglesias, se unan para abordar las consecuencias de la violencia, de las violaciones, de la sexualidad forzada, tomando fundamentalmente en cuenta los derechos de la niñez.