La humanización es un proceso dinámico, nos recuerda que formamos parte de los seres humanos, nos sitúa como personas inteligentes, dotadas de una sensibilidad y disposición hacia valores y prácticas marcadas por la solidaridad y una conciencia personal que se entiende a la vez como conciencia colectiva. La humanización es también un proceso de reconstitución de los individuos para no cesar en la búsqueda permanente del bien común. Este proceso de humanización pone en evidencia la capacidad que tenemos los seres humanos de desarrollarnos de forma continua como un colectivo solidario y diverso. La humanización nos confiere valores, sentimientos y emociones que nos permiten una diferenciación explícita de los animales, de las llamadas especies inferiores. Pero, con profundo pesar, observamos que en estos tiempos la humanización es un rasgo del ser humano que se extingue paulatinamente. Los humanos nos vamos acercando cada vez más a las máquinas, nos vamos asumiendo como objetos descartables; y le vamos dejando el espacio a la tarea mercantil, a la acumulación de desechos sólidos y a la desidia de las instituciones y de los funcionarios que han de responder con más responsabilidad ante la precarización de la humanidad de la ciudad que nos ocupa en este artículo.

Una manifestación genuina del problema de deshumanización la encontramos en la ciudad de Santo Domingo. Al observar esta ciudad, nos situamos ante un territorio urbano cuya belleza queda olvidada y deslucida por factores que atentan contra la vida humana, contra la naturaleza y contra el medioambiente; una urbe afectada por problemas que parecen congénitos porque se viven como irresolubles. Es difícil disfrutar a Santo Domingo como una ciudad propia, como ciudad amiga; porque las leyes de tránsito constituyen un adorno. Son leyes reales conceptualmente; son leyes para simular; para robustecer el discurso sobre la organización vial y, sobre todo, para ofrecerle a la ciudadanía una modernización imaginaria. Mientras tanto, los peatones experimentan día a día la indefensión vial. Los peatones no saben qué institución va a trabajar realmente para que se respete su derecho a transitar con libertad, para que se cuide su vida y su salud. Cada día es más preocupante el irrespeto a las orientaciones de INTRANT. Sus directrices no funcionan, no se tienen en cuenta. Este hecho convierte a esa entidad en una instancia con poca credibilidad pública. Es necesario decir, además, que es preocupante, también, la poca colaboración de muchos ciudadanos para que las situaciones difíciles de Santo Domingo se solucionen adecuadamente y con la celeridad necesaria.

En este contexto es recurrente la pregunta por dónde caminar si las aceras están convertidas en espacios comerciales, en zonas de desechos sólidos, en vías para talleres de reparación de automóviles o de venta de neumáticos. Si las personas videntes y sin dificultades motoras corren el riesgo de terminar dentro de los hoyos que adornan a calles y avenidas, qué han de esperar las que participan de condiciones visuales y motrices difíciles. Los problemas medioambientales también constituyen una preocupación creciente. En esta circunstancia nos asaltan los interrogantes sobre el trabajo del Ministerio de Medio Ambiente por el bienestar de los ciudadanos, por la salubridad de todos. Las mismas preguntas las hacemos para indagar qué esfuerzos realiza el Ayuntamiento del Distrito Nacional para agilizar los procesos de higiene y respeto a la ciudad misma y a las personas. Se impone un trabajo más coordinado, pues ninguna de las instituciones puede sola. En nuestra cultura es más fácil el trabajo individual que el trabajo conjunto. Pero la situación de deshumanización de la ciudad de Santo Domingo demanda una articulación orgánica y un trabajo sistémico entre las instituciones responsables de garantizar una vida saludable y digna. En esta problemática no hemos de eximir de responsabilidad al Ministerio de Salud Pública, al Ministerio de Educación de la República, ni tampoco a ninguno de los ciudadanos que formamos parte del conglomerado de la ciudad de Santo Domingo. Nuestra colaboración ha de ser más proactiva y menos elusiva ante este problema.

La precaria humanidad de esta ciudad es un desafío educativo que no puede pasar desapercibido, puesto que menos educación ciudadana puede suponer más posibilidades para transgredir las leyes y para banalizar todo lo que esté orientado a una vida sana y corresponsable. Desde esta perspectiva reiteramos la urgencia de profundizar la educación ciudadana, la educación crítica en los espacios de educación formal y no formal. De igual modo, las familias y cada una de las instituciones han de esforzarse para que sus miembros y representantes sean los primeros en someterse a un régimen que fortalezca las actitudes, las relaciones y las actuaciones que pueden humanizar la ciudad de Santo Domingo. Hemos de transformarla en una localidad más vivible y motivadora. Hemos de fortalecer el deseo de disfrutarla y de redescubrirla. Nos resistimos a mantener en lista de espera a la ciudad de Santo Domingo por su ambiente y espacios inhóspitos. Necesitamos ahora una ciudad humana que potencie nuestra condición de seres humanos; y que le confiera certeza a la felicidad que declaramos en las encuestas. ¡Unámonos! Santo Domingo ha de ser una ciudad humana.