Frente a la intensidad social con la que se ha desenvuelto esta semana, pocos quedamos intactos, es decir, a todos nos llega de una forma u otra, tanto movimiento. En ese sentido, y mientras transcurría la misma, pensaba en como redactar esta reflexión, llegaron muchas ideas y emociones revueltas que iban y venían, hasta que al final conecté con algo muy diferente a por donde iba el devenir de ideas, al hacerme la pregunta de qué aporta más, si subirme el tren en el que va todo el caos o poner una semilla diferente; y es así como surge este tema.
En los últimos años, he estado conectada continuamente al tema de la sanación y del perdón, también, al tema del amor. Y aunque no me he graduado de nada, en este sentido, y no creo que algún ser humano lo haya hecho, desde el texto de Mateo 18, 22, quiero hacer esta propuesta del perdón como herramienta que ayudará a sanar las memorias de dolor.
Sanar las memorias de dolor
En las personas, las familias o en la sociedad, quedan memorias de dolor frente a eventos tristes o funestos. Y cuando esas memorias sólo afectan a unos, es distinto que cuando laceran a unos y a otros. En tal sentido, la llamada a sanar desde la responsabilidad, se hace inminente, pues somos muchos los que estamos vinculados a los hechos.
El contacto con la historia nos ubica en un contexto quizás, más claro, sin embargo, para ello, es necesario visitar las páginas de la misma, pues, aunque esta, no siempre se escribe de manera objetiva, aun así nos recuerda los hechos, y en ese caso, la historia de la Isla de Quisquella (La Española), hay que mirarla con equidad, sabiendo que no sólo nos han quitado (1822, Ocupación), también nosotros hemos hecho acciones similares (1937, Masacre), por tanto, ampliar la mirada, abre más la consciencia, se cometen menos injusticias y se siembran menos cizañas.
Una de las cosas que nos pueden ayudar a avanzar hacia posturas más saludables y sostenibles como pueblo y como persona, es conocer la herida, la que nos hicieron y la que hicimos, y desde ahí, empezar a comprender que cada ser humano tiene un corazón, unos recuerdos, una dignidad y unos recursos.
Las memorias de dolor no se sanan con más dolor, las heridas del pasado siguen ahí encubiertas, hasta que podamos ocuparnos de ellas, y decidamos empezar a buscar una solución inteligente, humana, responsable y consciente. Es urgente, encontrar alternativas favorables, pues en el momento histórico que estamos viviendo, no nos podemos dar el lujo de justificar la violencia, ni mucho menos de ofrecerla como respuesta a situaciones conflictivas. Por todos los lados, hay que iniciar procesos sanadores, para que se limpien todas las raíces de dolor sembrada por años.
Desde el amor y el perdón
Aunque la humanidad sigue optando por la agresión como resolución de conflictos, está muy claro y demostrado de muchas maneras, que el arma más poderosa de los pueblos, no son las armas ni la violencia; al contrario, la educación, el restablecimiento de los valores, la clara conciencia e identidad, si permiten realizar procesos que liberan de esclavitudes cotidianas, de ignorancias ancestrales, y sobre todo, de conductas infrahumanas que abren nuevas heridas.
En tal sentido, frente a la pregunta de Pedro en relación a la cantidad de veces que debía perdonar, Jesús le contestó: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 22). Este proceso de perdón hay que iniciarlo desde el amor. Y lo más esencial de nosotros como pueblo, conoce ambos valores, por tanto, no será difícil empezar.
Por las generaciones pequeñas
Quiero iniciar el compromiso de sanar las heridas y perdonar los errores, lo mismo que devolvernos a nosotros mismos la dignidad y humanidad .
Perdonar a todos aquellos que han lacerado a otros, sin respetar la dignidad de los seres humanos. Violentándoles y apagándoles la vida.
Perdón, por todos los que hoy se encargan de abrir nuevas heridas, sin pensar las consecuencias que esto genera para ustedes.
Ojalá podamos dejarles una sociedad sin tanta deuda emocional y social.