Al decir de muchos francomacorisanos, fue cuantiosa la cantidad de materiales de construcción, de electrodomésticos y de promesas distribuida por el gobierno en el San Francisco insobornable para tratar de impedir que, en este centro de la región nordeste del país se repitiese el éxito de las tres anteriores marchas verdes contra la corrupción y la impunidad. No obstante, la marcha fue exitosa a pesar del mal tiempo y la repartición de limosnas envilecedoras en la población de parte del gobierno, tratando desesperadamente de boicotearla. Posiblemente, desde el punto de vista de su composición social y edad de sus participantes, esta marcha ha sido la más compacta, centrada, y la que mejor refleja la amplitud social y política del movimiento verde.
Además de esos elementos que dan cuenta del significado de esa marcha, los rostros de miles de sus participantes constituyen una manifestación del sedimento de viejas luchas contra la práctica política basada en la corrupción en el manejo de la cosa pública y en la forma en los partidos escogen sus candidatos al Congreso y los gobiernos locales, que aún están presentes en un vasto sector de la población dominicana. Son rostros de libres profesionales, de asalariados, de pequeños y medianos productores agrícolas y del comercio citadino, de militantes políticos organizados y militantes de sus ideas, de organizaciones comunitarias, eclesiales o confesionales, de jubilados, de gente con edades que van desde los 14/15 años hasta los 90, que marchando han dicho: ¡basta!
El significado de esas expresiones no es solo de condena moral a una política inmoral, a políticos impúdicos, sino un hartazgo de profundo significado político, que reclama una respuesta política al poder de una mafia política/empresarial que ya ha comenzado su campaña para reelegirse en el 20. Una respuesta que no se encontrará en la partidofobia ni mucho menos en la politicofobia consciente o inconsciente de algunos, sino, machaco, en la discusión franca y abierta entre TODOS los que participan del movimiento, para definir hacia dónde y cómo seguir un proceso que no se reduce a la gente que se contabiliza en las marchas, sino que abarca una vasta diversidad de actores, incluyendo los partidos y a no pocos simpatizantes del partido gobernante.
Un movimiento se define por lo que realmente es, por quienes los integran y por los objetivos que persigue, independientemente de lo que creamos o querríamos que fuese. Afortunadamente, ese tema teórico lo está resolviendo la práctica, las expresiones y actitudes mayoritarias de los participantes en el movimiento. El gobierno, a través de sus bocinas dice que este movimiento es sedicioso; se equivocan, este no está inclinado hacia la violencia desbordada. Simplemente es una manifestación de insumisión de diversos actores, expresada pacíficamente en las calles, de cara al sol, sin treguas ni transacciones, que busca un cambio profundo en la política y en la generalidad de la clase política.
La exitosa marcha en el San Francisco insobornable ha reafirmado esa insumisión, ese deseo de reforma moral y política de esta sociedad, sin ceder al chantaje de los estrategas y bocinas del gobierno, ni del pinchazo a los teléfonos de diversos organizadores y participantes del movimiento, según confesara el propio ministro de Interior y Policía. Ha reafirmado su insumisión, a pesar de las amenazas veladas y abierta a la población francomacorisana y nordestana, de parte de los cuerpos policiales y militares, de altos funcionarios y de las bocinas al servicio de este gobierno. El acoso al movimiento viene de una política de estado que no tolera la disensión, sobre todo si esta se lleva a cabo en las calles. Eso, entre otros factores, quiérase o no, sitúa el movimiento en el ámbito de la política y bien que esto sea así, pues es ese ámbito donde el movimiento podrá sostenerse en el tiempo, una lógica que opera independientemente de quienes lo dirigen y del mismo gobierno….