“Lo que está en el punto de mira no es el medio ambiente, sino el ambiente entero”
(Leonardo Boff).

Hoy, más que nunca, la ecología y el Medio Ambiente, deben ser temas transversales en toda planificación y en todo proceso de desarrollo, educación y capacitación en el seno de todos los espacios de nuestra sociedad. No tenemos otra salida: “La tierra está enferma y amenazada”, nos lo recuerda el mismo Leonardo Boff, y de manera insistente toca las heridas cuando sostiene que los cálculos estimados afirman que entre los años 1500 y 1800 se eliminó una especie cada 10 años; entre 1850 y 1950 una especie por año; a partir del 1990 desapareció una especie por día; y estamos montados en un ritmo, en donde se asegura que desde el año 2000 está desapareciendo una especie por hora.

Este curso de la sociedad se fundamentó en unos principios que consideraban a la tierra como ser inagotable en sus recursos, y que se podía avanzar sin detenerse ante nada hacia el futuro. ¡Pura ilusión!. Además, estuvimos convencidos que lo importante era acumular un gran número de medios de vida, de riqueza material, de bienes y servicios, que nos permitiera disfrutar al máximo del breve paso por este planeta. Un trasfondo cultural influenciado por Francis Bacon, René Descarte, Galileo Galilei y otros tantos científicos, en que se buscaba el máximo de beneficios con un mínimo de inversión en el tiempo más corto posible, subyugando a la naturaleza como una esclava. Sin embargo, este modelo capitalista ha entrado en crisis. ¡Todo fue otra ilusión! Pues “la tierra es suficiente para todos pero no para la voracidad de los consumidores” (Gandhi).

Es un imperativo asumir una nueva ética, volver a la “noosfera”, esa comunión permanente entre mentes y corazones, solidaridad, enamoramiento de todo y de la vida. Ya lo decía William Blake: “importa ver el mundo en un grano de arena, y un cielo en una flor silvestre, abarcar el infinito en la palma de la mano, y la eternidad en una hora”. ¿Será esto demasiado pedir?.

La Iglesia Católica, tomó un decisión histórica al regalarnos a San Francisco de Asís (1182-1226), místico italiano y predicador, fundador de la orden de los franciscanos, como símbolo de la piedad cósmica; declarado por el Papa Juan Pablo II, el día 29 de noviembre del 1979, como “patrono de los ecologistas y ambientalistas”.

San Francisco, fue un sacerdote que vivió ese diálogo constante y esos amoríos innegables entre creador y criatura, entre criatura y criatura. Su proyecto de vida queda descubierto con expresiones como esta: “Hermanos míos, hermanos míos, Dios me llamó a caminar por la vida de la simplicidad y me la mostró. No quiero por tanto, que me citéis otras reglas, ni la de san Agustín, ni la de san Bernardo, ni la de san Benito. El señor me reveló su voluntad de que fuese un nuevo loco en el mundo: esta es la ciencia a la que Dios quiere que nos dediquemos”.
Esta frase “loco en el mundo”, parece sacada de nuestros días, la misma contiene el formato idéntico de la acusación diaria que se lanza contra todos los que se dedican a defender el ambiente, frente a quienes solamente creen en la eficacia y en sus ambiciones despiadadas y desmedidas, de lograr sus objetivos a cualquier costo.

Con su estilo de vida, san Francisco, nos enseña el nuevo paradigma que debemos asumir, en donde haya una nueva percepción en el uso de la ciencia y de la técnica con la naturaleza, a favor de la naturaleza y nunca en su contra: “Se impone la tarea de ecologizar todo cuanto hacemos y pensamos, rechazar los conceptos cerrados, desconfiar de las causalidades unidireccionales, proponerse ser inclusivo en contra de todas las exclusiones, conjuntivo en contra de las disyunciones, holísticos contra todos los reduccionismos, complejo contra todas las simplificaciones” (Leonardo Boff).

Es una buena noticia que el tema ambiente, se esté imponiendo en todas las agendas que se arman, y no puede ser obviado por la amnesia recurrente de los políticos. Además de ser un tema desafío para los educadores, empresarios, pastores de todas las denominaciones, profesionales y estudiantes, artistas, obreros y campesinos, ciudadanos y ciudadanas que han llegado al convencimiento que, “la ecología es la ciencia de la sinfonía de la vida, es la ciencia de la supervivencia” (José A. Lutzemberger, ecólogo brasileño); y asumen la referencia de Walter Martínez, bajo el enfoque innegable  de que “la tierra es nuestra única nave espacial”, si ella colapsa, nos jodimos todos nosotros .

No existen salidas de emergencia para escapar. Nos toca retomar el desafío oportuno  de la ternura con la vida de San Francisco de Asís, bajo una ética de la responsabilidad frente a todo lo creado, el ambiente completo: “actúa de tal forma que las consecuencias de tu acción no interrumpan la posibilidad de que la vida se continúe manifestando en todas sus expresiones como hoy nosotros la percibimos”

(Hans Jonas).