Refiriéndose a cualquier tipo de crisis, y tomado de manera muy literal, el título puede ser equivalente a la expresión de un grito fatalista, de una suerte arruinada, de una decepcionante desesperación y del terror colectivo cuando se “hunde la barca”.
No es locura. No es desvarío. No es un drama ensayado de la fatalidad. El “sálvese quien pueda” es también denuncia. Es el eco de millones de voces que claman por una mirada resucitadora en medio de una niebla amortajada. De algunos, de todos. ¡Para que nos salvemos todos quitándole la máscara de la muerte al destino!
Resulta inevitable acercarnos para escuchar el grito. O alejarnos para negar que exista. Procurando que la elección no sea guiada por el miedo, la desidia o la falta de compasión, de responsabilidad o solidaridad. Sólo hay un camino a elegir, pudiera ser la ruta que trazara Oscar Wilde: “Donde hay dolor hay un suelo sagrado”.
Lo sagrado es el otro. Formamos parte de una sociedad ampliada y no podemos desviar la mirada de las tragedias de los otros sin ser salpicados por la culpa. Como lo expresa Bauman: "no podemos estar seguros de nuestra inocencia moral cuando otros seres humanos sufren humillaciones, sufrimiento o dolor. No podemos apelar a que no lo sabemos o de que no podemos hacer algo por aliviar la suerte de los que sufren".
Nadie puede salvarse solo. La otredad en la que se descubre al otro acontece como mandato, como orden. Esta orden es una llamada a la responsabilidad. Es un decir primero que no sólo da pie a una respuesta, sino que en primer lugar pide responsabilidad por el otro. Esa es la relación con el otro. La soledad es ausencia del Otro. El encuentro con el Otro es la esencia del Nosotros. (Levinas).
La exhortación de Freud a “amar al prójimo como a uno mismo” es uno de preceptos fundamentales de la vida civilizada y una de las exigencias fundamentales de la vida comunitaria. Frente al dolor de muchos sólo nos queda ser una comunidad solidaria.
La aceptación de este precepto -señala Bauman- "es el acto alumbrador de humanidad por excelencia". Siendo así, no hay lugar para pretender salvarse solo ni para ignorar la soledad del otro abandonándolo a su suerte cuando más necesita protección de su vida, su salud, su familia y su comunidad, y atención de sus necesidades básicas.
Todos los ciudadanos, pero principalmente los más necesitados e indefensos, deben sentirse protegidos y alentados por el gobierno y sus instituciones, y esto se torna más urgente en momentos de crisis cuando se viven situaciones de forma repetida que las personas no pueden afrontarlas solas porque no pueden. ¡No porque no quieran!
No es posible hablar de democracia en una sociedad donde impera la incertidumbre y el desamparo del "sálvese quien pueda", en la cual las personas se relacionan a codazos o arropándose con egoísmos que las convierten en islas desvirtuadas.
Las crisis deben asumirse con estrategias democráticas para evitar desaciertos, exclusiones, escepticismo y excesos en el uso de la fuerza y de la coerción. “En una crisis mal repartida el papel protector de la democracia se pone de manifiesto gravemente cuando más se necesita”. (Amartya Sen. 2009).
Hay que buscar soluciones efectivas y visibles, y acompañar de cerca de los “afectados”. Son ellos quienes irán decidiendo comportamientos resilientes través de los diálogos situados que tienen como requisito indispensable capacitar y motivar a la gente para que defienda su vida y la salud de su familia y de su comunidad, su trabajo y sus derechos más urgidos.
El papa Francisco compara el “sálvese quien pueda” con la peor pandemia: “Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el «todos contra todos», y eso será peor que una pandemia”. (2020. Encíclica Fratelli Tutti. 32 y 36).
Frente a las grandes adversidades, el mismo papa Francisco nos llama a vivir como comunidad y a tener esperanza: “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». (EFT. 55).
Nadie puede pelear la vida aisladamente. Borremos a cuatro manos para siempre el “sálvese quien pueda”. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a caminar mirando hacia delante. Seamos comunidad sintiente.
¡Caminemos en esperanza. Cada uno con su propia voz, todos hermanos!