Se ha suscitado un justificado debate a raíz del anuncio público de los resultados de un concurso internacional realizado por el Ministerio de Turismo (MITUR), para la restauración de las ruinas del antiguo Monasterio  de San Francisco de Asís, que pretende convertir las mismas en un centro de eventos.

Lo primero que hay que destacar es que los trabajos de Fomento al Turismo en la Ciudad Colonial del MITUR, financiados por el BID, deben necesariamente integrar al Ministerio de Cultura a través de la oficina de Patrimonio Cultural, para que no se repita lo acontecido con el referido concurso, el cual fue realizado sin la activa participación de dicha oficina y en consecuencia sin tomar en cuenta que nuestra Ciudad Colonial, primada de América, no solo es patrimonio cultural nuestro sino de la Humanidad, por decisión de la UNESCO desde el año 1990, siendo el único lugar que ostenta este prestigio a la fecha en el país.

Preocupa que con todas las tareas pendientes que hay en nuestra Ciudad Colonial, que siendo una de las más bellas del Nuevo Mundo, vive bajo el desorden, la suciedad, las feas telarañas de tendidos eléctricos y la falta de adecuada vigilancia; se decidan trabajos para que uno de sus principales exponentes, las ruinas del primer monasterio de América, sean intervenidas agresivamente para convertirlas en un centro de convenciones techado en hormigón que desnaturalizará su valor histórico y autenticidad, en vez de restaurarlas para sacarlas del grave descuido en que se encuentran.

Ojalá que esta sociedad sepa defender lo que nuestra excelsa poetisa Salomé Ureña describió como “Memorias venerandas de otros días, soberbios monumentos, del pasado esplendor reliquias frías, donde el arte vertió sus fantasías, donde el alma expresó sus pensamientos”, en su poema Ruinas

Parecería que el interés que primó en la concepción del proyecto y que determinó los términos de referencia de la contratación, fue hacer un centro de convenciones como atracción turística y no el de preservar y restaurar las Ruinas, como si no existieran en el país muchas otras posibilidades para levantar un centro de convenciones sin atentar contra nuestro patrimonio cultural, y como si el mismo fuera tan abundante que pudiera pensarse en la osadía de convertir uno de sus más emblemáticos monumentos en un centro intervenido con paredes y techos que poco dejará del esplendor pasado.

Por eso el problema no es si la firma ganadora es prestigiosa o si el proyecto podría tener precedentes en otros países o justificaciones de escuelas arquitectónicas, sino que se trata de un proyecto mal concebido que no tomó en cuenta ni que se trata de uno de los monumentos históricos más importantes que tenemos, ni nuestra legislación sobre patrimonio cultural y las entidades que velan por su salvaguarda, ni los compromisos que se derivan de formar parte de la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Ojalá que esta sociedad sepa defender lo que nuestra excelsa poetisa Salomé Ureña describió como “Memorias venerandas de otros días, soberbios monumentos, del pasado esplendor reliquias frías, donde el arte vertió sus fantasías, donde el alma expresó sus pensamientos”, en su poema Ruinas.

De lo contrario tendremos que descansar en que sea un organismo internacional como la UNESCO, el que nos recuerde que tenemos el compromiso histórico de preservar nuestra Ciudad Colonial, al menos si queremos que siga siendo parte del Patrimonio Mundial.

Ahora que está tan en boga la defensa de la Patria y la soberanía, debemos demostrar que somos capaces de hacerlo, aunque sea corrigiendo malas decisiones tomadas de espaldas a la sociedad, la ley y las autoridades competentes, y no porque un organismo internacional sea quien salve nuestras Ruinas y no nosotros.