Ya no producen revuelo los últimos dramas de violencia donde padres han intentado envenenar sus hijos o los han matado ahorcándolos, o donde un esposo mata su pareja a batazos. Estos casos son la punta del iceberg de la violencia intrafamiliar en una sociedad machista y de los vía crucis que viven muchos niños, niñas y mujeres dominicanos en el seno de sus familias.

Nos encontramos todos los días con seres humanos atrapados en sus roles de padres y madres sin ninguna motivación ni preparación, asfixiados por la desgracia de vivir en condiciones infrahumanas sin poder dar respuesta a sus problemas básicos.

No se trata ya de las pelas que un padre, con su autoridad de padre de familia de antaño, le daba a su prole a la vieja usanza. Vemos todos los días personas con serios problemas de salud mental minados por las drogas y el alcohol, producto de la pobreza, del fracaso de la educación formal, de la falta de valores, cuyos resentimientos se nutren de la violencia endémica y de las frustraciones imperantes en nuestra sociedad.

Cuando no hay futuro a la vista, a pesar del derroche de dinero y de las promesas electorales, las grandes mayorías se sienten excluidas del pastel y las personas voltean su rabia e impotencia hacia las personas frágiles más cercanas y algunas veces hacia ellos mismos llevándolos a veces hasta el suicidio.

La violencia intrafamiliar es multiforme, va de la pareja de niños con niños que quieren vivir su vida, que se drogan para escapar a su realidad y que no solo se dan golpes frente a sus hijos e hijas sino que se los llevan de encuentro, hasta madres dimisionarias que, golpeadas por la vida, quieren salir de sus hijos para vivir una vida que no han tenido.

La violencia pasa también por madres que aceptan hasta la violación de sus hijas por sus esposos o compañeros para no perderlos, o parejas que para salir de una boca entregan sus hijas menores a hombres mayores, o de un señor que revienta su concubina a batazos limpios.

Las situaciones de cada uno y de cada una son gravísimas y múltiples, con sus rasgos específicos. No obstante, el tecato, el alcohólico, el desesperado, el macho agresivo, el frustrado o la frustrada tienen en común el relevar todos de la salud mental. Estas situaciones agravadas por el machismo crean los potenciales feminicidios y una generación de niños, niñas y adolescentes resultado de la violencia que solo sabe contestar a la violencia con violencia en un ciclo que nunca termina.

Desgraciadamente, existe en nuestro país una especie de omertá, de ley del silencio entre familiares, vecinos o compadres. Si bien por la promiscuidad en la cual vive nuestra gente en los sectores urbanos y rurales marginados todo el mundo sabe lo que pasa en la casa del vecino casi nunca hay denuncias de abusos por parte de terceros. Los lazos primarios entre vecinos, compadres y familiares están basados, como lo analizó Tahira Vargas en un artículo reciente, en el “favor” y provocan a menudo complicidades o ausencia de críticas que se observan mucho en los casos de violencia intrafamiliar. Por otra parte, en una sociedad acostumbrada a la violencia endémica el umbral de que lo que llamamos violencia no es el mismo para todos.

Salud mental para el pueblo, cultura de paz y educación en ciudadanía deberían ser temas de campaña y de políticas públicas. Se debe forjar un ciudadano consciente y solidario y no un ciudadano que no presta ayuda a mujeres y niños en situación de peligro. Para lograrlo hay que trabajar en los callejones y las barriadas fomentado una cultura de paz y de buena vecindad. ¡No es suficiente trabajar con la niñez!

Poco a poco, después de 14 años de labor tesonera y con el reforzamiento de su equipo de psicología, la Fundación Abriendo Camino se está transformando en un espacio seguro para los vecinos de Villas Agrícolas que, de manera todavía tímida, vienen a denunciar situaciones de abuso.

Gracias a los testimonios, se ha logrado sacar a niños y niñas de situaciones de vulnerabilidad extrema para colocarlos en una ONG fuera de la ciudad. Buscando siempre soluciones en el interés del menor, una niña ha sido aceptada en el INAIPI vecino. Un adolescente haitiano indocumentado y sometido a la violencia de la calle y de su hermano está en un albergue de paso de CONANI, en espera de poder regularizar su situación.

Muchos otros casos se están trabajando, siempre en el interés del menor y de las familias involucradas y de manera mancomunada con otras organizaciones. Son granitos de arena en el desierto pero que demuestran que con otras ONGs que trabajan en el mismo sentido se puede no solo mejorar la situación de los menores sino ayudar y apoyar a hombres y mujeres que necesitan ser oídos y tomados en cuenta.

Ahora bien, la respuesta a todas estas situaciones de violencia estará, durante el próximo cuatrienio, en manos de las autoridades que vamos a elegir el próximo 15 de mayo. Por eso es importante, por un lado, castigar a través del voto a quienes no han mejorado hasta ahora nuestros índices de desarrollo humano. Y por el otro, apoyar a los candidatos capacitados para las tareas que pretenden ejercer, de trayectoria intachable y cuyos programas expresen una real voluntad de cambio para los sectores más vulnerables de la sociedad.