La visión que se escribe desde la voz y el cuerpo en la página, se caracteriza por una tensión de los sentidos motivada por la relación claridad-transparencia-opacidad. Pero el temblor, los rostros, la mirada, los signos, símbolos e imágenes del sueño-realidad, cobran una dimensión auroral y mistérica:
“La noche disuelve su ebriedad en nuestra sangre…
Bailemos en este círculo
que nos apresa y nos vence
Esta batalla es a muerte
El ojo del abismo nos acecha
Caer es hermoso y pleno…”
(Vid. Op. cit. p. 93)
Pronto seré un sueño más
fluyendo en el misterio
(p. 93)
Contengo en mis mareas
Me cierro
Vierto las sombras
los fantasmas
en medio del océano
Toda una simbólica reveladora de agua, mareas, surcos y misterios, caídas, círculos y abismos, constituyen el espacio de una visión que como en Hildegarda Von Bingen, Teresa la Santa o la ya desaparecida Alexandra Pizarnik, sugiere y participa de un encuentro-desprendimiento surgente del enigma y la incertidumbre del ser en libertad y vuelo.
Sally Rodríguez ha entrado, con La llama insomne a la estación numinosa del poema-voz y el poema-cuerpo en el tiempo-espacio de Animal Sagrado asumido como nivel y grado.
La voz incide entonces a través de transparencias y cardinales aseguradas en la travesía visible:
“Seducida de abismos
He permanecido”.
(p. 89)
“Sagrado es el segundo
en que salto
en la oscura mirada
que me atrapa
(p. 91)
Oh líquida sustancia
Túnel hacia el abrazo de fuego que me abrasa
(p. 94)
Pero la llama estremecedora y mística interioriza el tiempo y el centro de la tierra-cuerpo:
La llama
surge de tierra y cuerpo…
La llama que es centro
fulgurante
me arroja
en tabores antiguos
al ojo alucinado
al insomnio
a la nada
(Ibíd.)
Así las cosas, la cavidad cósmica entendida como abismo se apoya en la palabra y se pronuncia en el orden surgente, seminal y entitativo:
“…desde el vientre que tiembla
en los abismos
Desatar los vientos de una voz…”
(p. 97)
El otro vertimiento, la línea seminal más abierta y esencializada, se reconoce en el grito, el espasmo y la disolución:
“Eyacular
la luz más vívida
y rodar
Oh grito cósmico
disuélveme ya”
(p. 97)
Sin embargo, la poeta siente las “eternidades rotas” como una permanencia estimada por tiempos complementarios y abiertos. Desde aquel oleaje de vida y muerte se afirma un eje de pasión y transgresión. La voz “se dice” y se transforma, penetra como deidad invisible:
“Una mano me toma por el cuello…
Entonces me hago transparente
frente a los días
que me cruzan”
(p. 98)
Y entonces la cardinal incide en la posesión y el ahogo, en el deseo y el goce del que espera y de aquello que domina:
“Me dejo poseer
reclinada
en vientos
en perfume delirante
que me domina
y me ahoga” (Ibídem.)
“Eternidades rotas” no es solo una metáfora o una metonimia, sino también una paradoja, una figura cuya contradicción se convierte en aquello que acoge enigma y claridad, borde significativo y desborde de sentido. Así, en otro tiempo de la interpretación, la visión se extiende como escucha, como sierpe que transmite el mensaje de un universo de vida y muerte.
En efecto, la entrada a la noche se lleva a cabo a través de una mediación entre lo conocido y lo desconocido. Eros propicia la iniciación, la cercanía, el deseo y el goce de un cuerpo hundido en el pozo de la existencia y el amor. El inicio mismo es una entrada, y así lo podemos intuir en “Entremos en la noche”.
“Entremos en la noche
que nos acoge y nos encierra”
(Ver p. 99)
Y más adelante, en “Trillos del tacto”, la entrada sigue siendo parte de la iniciación amorosa y unitaria en el sentir del mundo-poema.