Ayer me enrosqué como un ciudadano caracol. Me envolví en mi casa. Cerré ventanas, corrí cortinas, puse música, cerré los ojos. No computadoras. No radios. No Internet. Mucho menos ver las máscaras de la televisión. Olvidé absolutamente esta demovaina. No pensé ni un instante en la salvación de la patria. Borré de mi mente el país y sus tribulaciones y me imaginé en una dimensión inimaginable del tiempo y del espacio. Entonces, me embriagué en la voz de Lucecita Benítez y me dejé arrastrar por la dulzura de Astrud Gilberto. Sentí, en verdad, la ciudadana felicidad de un caracol. Hoy simplemente huyo.