El curriculum de la educación preuniversitaria asume el enfoque de competencias, un mandato de la Política 3 del Plan Decenal de Educación 2008-2018, cuya “asunción plantea retos importantes para la educación nacional” (Ministerio de Educación, 2016). Sin embargo, es un hecho incontrovertible que en el sistema de educación y capacitación del país, prevalecen los modelos de evaluación más orientados a calificar que a analizar lo que los estudiantes saben y hacen, a comprender sus dificultades y cómo superarlas.

En otras palabras, la evaluación de los estudiantes aún no se ha utilizado, preferentemente, para ayudarlos a mejorar sus aprendizajes, para ser más autónomos y responsables, a pesar de que desde la reforma educativa del Primer Plan Decenal de Educación 1992-2002, se tiene un sistema de evaluación con algunos progresos, pues la fundamentación está en línea con las recomendaciones de las investigaciones, ya que se plantea aplicarla desde la funcionalidad diagnóstica, formativa y sumativa en los procesos de enseñanza y aprendizaje.

La evaluación es uno de los elementos que debe evolucionar para ajustarse a toda nueva forma de entender y desarrollar la docencia en todos los niveles educativos, pues muchos autores afirman que la evaluación condiciona el qué y cómo aprenden los estudiantes, pues ella es el arma más poderosa que tienen los profesores para influir en el modo en el que los estudiantes responden a las asignaturas y se comportan como alumnos.

El curriculum dominicano se estructura en función de competencias fundamentales, específicas y laborales profesionales. De ahí que la asunción de este enfoque, supone cambios en cómo abordar los procesos de enseñanza y aprendizaje, que deben centrarse más en el aprendizaje de destrezas y habilidades, que en la simple transmisión de conocimientos que se pretende superar. Supone, también, que maestros y profesores cambien la forma de planificar, enseñar y evaluar.

En relación a esta última, el documento Bases de la Revisión y Actualización Curricular expresa que la evaluación persigue identificar lo que los estudiantes han logrado y lo que les falta por lograr. Y entre las estrategias para evaluar el desarrollo de las competencias incluye las rúbricas.

Aunque no se sabe muy bien a qué obedece el término rúbrica, que muchos identifican inicialmente con firmar o suscribir, se utiliza desde la década de 1960, preferentemente en la evaluación del desempeño de tareas laborales, pues no tiene sentido evaluar la capacidad de hacer una mesa, escribiendo una prueba de carpintería. Sin embargo, la literatura pedagógica da cuenta de que en la  educación general, el uso de rúbricas surgió en los Estados Unidos alrededor de la década de 1970 para abordar cómo evaluar la escritura.

Para algunos autores, las rúbricas de evaluación son una de las herramientas alternativas a las técnicas convencionales de cuestionarios o exámenes. Y Alsina (2013) considera que las escalas Likert, Thurstone o Guttman, en cierto sentido son precursoras de las actuales rúbricas, pues tienen en común ofrecer explicaciones claras y discriminantes de cada grado o puntuación de una escala numérica o de atributos.

La principal dificultad para evaluar las competencias radica en que a menudo es difícil, o incluso imposible, observar si un estudiante está desarrollando o si ya tiene una competencia particular, porque no es directamente observable o no es fácil de observar. Sin embargo, se afirma que la rúbrica es un potente instrumento para evaluar cualquier tipo de tarea, aunque hay que destacar su valor para evaluar aquellas tareas propias de la vida real. En ese sentido, es un instrumento idóneo para evaluar competencias, pues permite dividir las tareas complejas que las conforman en tareas más simples.  También permite compartir los criterios que se aplicarán para evaluar los progresos; reducir la subjetividad de la evaluación y facilitar que distintos docentes de una misma asignatura compartan los criterios de evaluación. Asimismo, permite al estudiante monitorear su propia actividad, autoevaluándose y favoreciendo la responsabilidad ante sus aprendizajes. Además, se puede aplicar en todos los niveles y ámbitos educativos, desde la utilización solo de símbolos en etapas de prelectura hasta la evaluación de una tesis doctoral o de un proyecto de innovación.

Una rúbrica es un instrumento cuya finalidad principal es compartir los criterios de realización de las tareas de aprendizaje y de evaluación con  estudiantes y docentes. Se define como un protocolo de evaluación que identifica las competencias y subcompetencias que pretende abarcar una actividad docente. Cada una de ellas se asocia a una serie de criterios sometidos a una gradación que permite comprobar su nivel de desarrollo. Se trata de una técnica de evaluación muy útil cuando evaluar es muy complejo. Su principal ventaja es que existe retroalimentación, tanto para docentes como para alumnos, sobre el desarrollo específico de cada criterio, lo que permite obtener información importante sobre las debilidades o fortalezas de cada alumno.

Según lo que se pretenda evaluar, los especialistas identifican dos tipos de rúbricas: analíticas y holísticas. Las  analíticas desglosan una actividad en varios indicadores y describen los criterios observables para cada nivel de ejecución, valorados de deficiente a excelente. Son muy útiles cuando se trata de hacer un análisis detallado de cada subcompetencias asociadas a la actividad y detectar los puntos fuertes y débiles de los estudiantes. Son más adecuadas cuando se espera del alumno una respuesta más o menos concreta. Permiten un alto grado de retroalimentación docente-alumno, a la hora de establecer los criterios individuales de puntuación de las actividades. Actualmente son el tipo de rúbrica que más se emplean, al evaluar el desempeño de los estudiantes, porque el docente valora separadamente las diferentes partes del proceso y la calificación final es la suma de las individuales. Las rúbricas analíticas son preferibles a las holísticas, reconocen diversos autores.

Las rúbricas holísticas o globales consideran la tarea como un todo, es decir, no separan las partes de una tarea y las deficiencias puntuales no afectan la calidad de la actividad. Se trata de una evaluación sumativa más que formativa y requiere menos tiempo de dedicación. La información que aporta también es menos detallada. Describen únicamente los criterios observables para cada nivel de ejecución. Requieren un análisis en conjunto del proceso o del resultado, sin juzgar cada componente de forma separada por parte del docente.

Los componentes de una rúbrica son los criterios que describen la conducta esperada o requerida para completar la tarea. Los indicadores que describen el grado de competencia que categoriza la ejecución de los estudiantes, con base en los criterios establecidos y la escala que indica los valores para cuantificar la ejecución de los estudiantes para, de este modo, obtener una medición más precisa y objetiva.

El proceso para elaborar una rúbrica se cumple en varios pasos: 1) Determinar los objetivos del aprendizaje; 2) Identificar los elementos o aspectos a valorar;           3) Definir descriptores, escalas de calificación y criterios; 4) Determinar el peso de cada criterio; y 5) Revisar la rúbrica diseñada y reflexionar sobre su impacto educativo. Ver ejemplos de rúbica analítica y holística.

Se reconocen como ventajas de las rúbicas que: 1) Identifican claramente objetivos docentes, metas y pasos a seguir; 2)  Señalan los criterios a medir para documentar el desempeño del estudiante; 3) Cuantifican los niveles de logro a alcanzar; 4) Brindan retroalimentación luego de identificar áreas de oportunidad y fortalezas; 5) Disminuyen la subjetividad de la evaluación; y 6) Permiten la autoevaluación y coevaluación. Las desventajas son que requieren mucho tiempo para su elaboración y es necesaria la capacitación docente para su diseño y uso.

Se recomienda que antes de elaborar una rúbrica, los docentes se familiaricen con algunos modelos y elijan el que mejor se adapte a lo que evaluarán. Y se presenta a los estudiantes al principio de la asignatura, en el mismo momento de plantearles las competencias que se espera que adquieran y las tareas que llevarán a esas competencias.

El proceso de elaboración de rúbricas obliga a los docentes a reflexionar profundamente sobre cómo quieren enseñar y cómo van a evaluar. Por eso, las rúbricas pueden llegar a ser un potente motor de cambio metodológico.