El modernismo literario está considerado como uno de los grandes período de la palabra artística en lengua española. La serie de innovaciones introducidas tanto en la prosa como en el verso modernista, constituyen el primer aporte de consideración hecho a la literatura universal por creadores hispanoamericanos.
Aún cuando no existe criterio uniforme acerca de cuáles son los límites cronológicos del Modernismo, no es impreciso situar sus comienzos en la década 1880-1890; su plenitud en los años que van de 1890 a 1910; y su decadencia entre 1910 y 1920.
Félix Rubén García Sarmiento (Rubén Darío), nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, en Matagalpa, el 18 de enero de 1867, murió en León el 6 de febrero de 1916, fue un poeta nicaragüense, iniciador y máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es posiblemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.
Fue el poeta nicaraguense Rubén Darío quien creó el movimiento. En 1890 calificó de modernistas a un grupo no muy numeroso de intelectuales jóvenes hispanoamericanos que habían asumido, cada uno por su cuenta, una actitud crítica de rechazo frente a la literatura que venía produciendo el Romanticismo en lengua castellana.
Esta actitud de rechazo se complementaba con el deseo de modernizar la prosa y el verso, y de incorporarlos al espíritu de progreso que hacia fines del siglo diecinueve, envolvía todas las manifestaciones de la inteligencia.
Rubén Darío y los iniciadores del Modernismo, poetas y escritores, como José Martí, Julián del Casal, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva, José Santos Chocano, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Julio Herrera y Ressig, comenzaron por rebelarse contra una tradición literaria que les parece academicista, retórica e insincera.
Están convencidos de que es necesario transformar la literatura para ponerla en sintonía con lo moderno, con el espíritu de progreso que cunde por todas partes.
En materia de poesía, los modernistas no desean continuar repitiendo formas estróficas y temas que por demasiado socorridos, habían terminado de perder todas las posibilidades.
Para la renovación que intentaban, es lógico pensar que estos jóvenes escritores buscasen apoyo en las literaturas extranjeras, iniciando una gran apertura hacia fuentes artísticas procedentes de otros países e idiomas. Surge así, como una necesidad vital, el espíritu cosmopolita de una generación resuelta a salirse, con Rubén Darío a la cabeza, de una tradición hispánica agotada.
De acuerdo al análisis de nuestro Max Henríquez Ureña, en su libro Breve Historia del Modernismo del año 1954, “la reacción modernista no iba, pues, contra el romanticismo en su esencia misma, sino contra sus excesos y, sobre todo, contra la vulgaridad de la forma y la repetición de lugares comunes e imágenes manidas, ya acuñadas en formas de clisés”.
El modernismo rompió con los cánones del retoricismo seudoclásico, que mantenía anquilosado el verso dentro de un reducido número de metros y combinaciones.
En muchos casos cobraron nueva vida medidas y estrofas que ya habían sido cultivadas por los clásicos españoles.
Reforma verbal, el modernismo fue una sintaxis, una prosodia, un vocabulario, como dice Octavio Paz. Los poetas modernistas enriquecieron el idioma con acarreos del francés y del inglés; abusaron de arcaísmos y neologismos; y fueron los primeros en emplear el lenguaje de la conversación.
Se ha ignorado con frecuencia que en los poemas modernistas aparece un gran número de americanismos e indigenismos.
Su cosmopolismo no excluía ni las conquistas de la novela naturalista francesa ni las formas lingüísticas americanas. Una parte del léxico modernista, señala Octavio Paz, ha envejecido como han envejecido los muebles y los objetos del art nouveau ; el resto ha entrado en la corriente del habla.
“No atacaron la sintaxis del castellano; más bien le devolvieron naturalidad y evitaron las inversiones latinizantes y el énfasis. Fueron exagerados, no hinchados; muchas veces fueron cursis, nunca tiesos.
La reforma afectó sobre todo a la prosodia, pues el modernismo fue una prodigiosa exploración de las posibilidades rítmicas de nuestra lengua”(Paz).
Rubén Darío fue el puente entre los iniciadores y la segunda generación modernista; por sus viajes y su actividad generosa, el enlace entre tantos poetas y grupos dispersos en dos continentes; animador capitán de la batalla, fue también su espectador y su crítico: su conciencia; y la evolución de su poesía, desde Azul (1888) hasta Poema de otoño (1910), corresponde a la del movimiento: con él principia y con él acaba.