Antes de ver su rostro en la prensa hace ya varios años, alguien me había contado parte de su historia. Cuando su nombre saltó al estrellato en la gala premier del musical Odebrecht, confirmé la certidumbre del relato, pero contemplé a otro hombre: un millonario de buen talante, resuelto y lúcido.
Quien contempla su apariencia y desconoce su vida, no dudaría en presumir que es un diseñador de moda, un empresario de espectáculos o un magnate de los casinos. Hace unos días rescaté la imagen presente de su pasado gracias a una foto que recogía su escuálida figura; esta vez no lucía un traje Hugo Boss, apenas llevaba chancletas y pantalones cortos en la cárcel del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva. Fue inevitable pensar en su origen, una marca que nunca desmiente nuestra verdadera identidad.
Ángel Rondón es el modelo del empresario exitoso en sociedades indulgentes, frágiles y apocadas. Nació con ese designio como por una señal iluminada: hábil, sinuoso, empático y de buena conversación; fraguado hostilmente, pero con una actitud de hierro para superar las inclemencias. Probó polvo del suelo, pero respiró aire de las alturas, ¡y de qué manera! Hoy no está en la lista Forbes dominicana, pero es el hombre que más hondamente conoce los sótanos del poder. Y lo logró a su soberana manera, armado de un apetito voraz y sin miramientos, porque para él no hay nada en la tierra que no se pueda negociar. Eso es lo más natural cuando el trabajo de uno consiste en ponerle precio a la voluntad ajena; en comprar decisiones. En ese desempeño, Ángel es un demonio. Pocos políticos, empresarios y legisladores pueden presumir honestidad delante de él. Están “obligados” a ser sus amigos y a tragar en seco el veneno del silencio, por aquello de que la complicidad es más fuerte que el amor.
En la celda del Palacio y apiñados como sardinas, los detenidos de Odebrecht se ven desfallecidos y mustios; sin embargo, Ángel, entre pláticas animadas, mantiene su frescura y buen humor. Y quizás tenga motivos para sentirse sereno en un momento tan aciago para otros; de él depende la suerte de los demás (de los que están y de los que no) por una razón muy simple: él tiene el poder y la última palabra para inculpar. Hasta ahora ha mantenido una coartada inverosímil en defensa propia y de los demás: dice que solo recibió fondos de Odebrecht por honorarios como su representante o consultor. Según él, no sobornó a nadie.
Este argumento de defensa es ilusorio; dudo que un buen consejero legal lo mantenga hasta el final porque tampoco Rondón tiene medios para establecer que todas las transferencias fueron recibidas como honorarios, exceptuando algunos recibos suscritos a título de descargo por el pago de ciertos porcentajes recibidos de Odebrecht por montos aprobados en el Congreso como adendas cabildeadas por él. Tampoco un contrato genérico no vinculado a obras puede suplir esa prueba.
Sus relaciones con Odebrecht eran muy informales, tanto que no estaban amparadas en facturas debidamente acusadas ni procesadas donde se consignaran conceptos particulares ni expresos. Tampoco hubo un registro contable trasparentado que pudiera demostrar razonablemente la naturaleza o el objeto de cada pago, porque estaban destinados a retribuciones fraudulentas a través de cuentas operadas “por la izquierda” y trianguladas. Pero, además, alegar que no sobornó a nadie es perder la perspectiva de la realidad en un caso de esta dimensión y desconocer graciosamente las confesiones, delaciones, condenas y testimonios de todos los ejecutivos de Odebrecht, desde su presidente, Marcelo Odebrecht, hasta Marco Antonio Vasconcelos, exgerente de la empresa en el país, quienes lo han reconocido como único responsable de tramitar los sobornos. Sería la palabra de don Ángel en contra del mundo.
Decir, por omisión, que el único país donde Odebrecht no realizó pagos de sobornos fue en la República Dominicana, requiere una audacia demencial, a pesar de la confesión de la propia empresa sobornante. Si Rondón era el consultor local de Odebrecht, condición de la que se ha ufanado reiteradamente y que nadie ha controvertido, ¿quién o quiénes usurparon entonces sus delegaciones? Si asumiéramos que lo hizo Odebrecht por su cuenta y de forma directa, ¿estuvo Rondón ajeno a esas operaciones cuando su retribución como “consultor” estaba asociada no solo a esos sobornos sino al resultado de las gestiones cabilderas?
A Ángel Rondón solo lo salva un acuerdo de delación negociado con la Procuraduría a través del cual pueda inculpar a todos los que faltan y que le permita al Ministerio Público fortalecer las pruebas indiciarias y circunstanciales que hasta ahora sustentan las inculpaciones de los imputados. La mayoría recibió valores en efectivo y no hay pruebas documentales vinculantes que soporten pagos directos de las sociedades locales u offshore de Odebrecht o de Rondón a estos funcionarios, a excepción de algunos. Esta es una de las debilidades más sensibles del caso. De manera que Rondón tendrá tiempo para pensar si encubre o se salva; en ese escenario la Procuraduría no debiera desestimar una negociación de la pena para evitar que esta limitación probatoria le dificulte demostrar de forma fehaciente la responsabilidad penal por el cargo de soborno a la mayoría de los procesados. Obvio, a menos que Rondón saque de su maletín… (una carta oculta)