Tenemos que vencer la complicidad del silencio. Tenemos que evitar que otros hablen por nosotros. Tenemos que evitar que nos roben las palabras. Debemos ejercer el derecho a la palabra. Debemos rescatar el espacio político que ha sido invadido y arrebatado por  del Estado y las fuerzas económicas nacionales e internacionales.

Tenemos que rescatar el derecho a la palabra para reconstruir en el país una democracia en ruinas  mediante el retorno al debate político y la exigencia de responsabilidad a los que mediante mecanismos supuestamente democráticos la ponen en peligro y la propagan  con tretas  inmorales. De los que intencionalmente han construido una democracia corrupta.

Los ciudadanos deben hablar.  En voz alta. Comunitariamente. Para que la democracia no sea privada de voz y para evitar que se convierta en jerga alucinante de gobernantes y políticos convertidos en ventrílocuos y payasos con sonrisas salpicadas de ironía.

Hay que desobedecer a los que enseñaron  al pueblo a callarse. Hay que levantar la voz del decoro frente a los silencian al pueblo mediante el miedo, las promesas vacías y el soborno. Hay que levantar la voz contra los que  le han robado la palabra al pueblo mediante la corrupción del silencio. Hay que hablar como comunidad empeñada en “conocer y defender la verdad que hace libre”.

Reivindiquemos la libertad de expresión que permite el ascenso de las necesidades y las demandas ciudadanas hacia la vida pública. Reaccionemos contra los medios de comunicación que acallan las rebeldías y las denuncias de las comunidades. Reaccionemos contra los medios que privan de voz a la democracia.

La democracia es privada de voz si los medios, en lugar de estar al servicio de la opinión pública, en lugar de pertenecer al mundo de la prensa y, por lo tanto al espacio público, salen de él para convertirse en empresas económicas cuya política está gobernada por el dinero y la defensa del Estado.

Cuando los mismos medios se niegan a responder los porqué del pueblo o  inventan respuestas que enmascaran la falta de respeto a los cuestionan el poder, denuncian la corrupción y parcialidad de la justicia. Es privada de voz cuando los medios por paga o por complicidad  amenazan con ahogar el diálogo,  la disidencia, la protesta y el reclamo.

Se dice que el pueblo no habla  cuando está asustado. Cuando está sometido a situaciones que le generan miedo. Cuando está ocupado en su supervivencia. Cuando está sometido a desastres sociales que destruyen sus esperanzas y las certidumbres, porque el impacto psicológico de estos desastres  desorienta, desarma e incapacitar. Es entonces cuando se hace necesaria la rebelión del discurso y la palabra.

El pueblo debe hablar. Debe aprender a decir “no” a las dádivas subsidiadas con los recursos públicos que le son arrebatados y le son devueltos con son falsas solidaridades salpicadas de ironía. Dádivas humillantes en vez de servicios decorosos y de calidad, Dádivas con el propósito de acallar injusticias. Dádivas que hacen sentir al pueblo que depende de la cortesía de los poderosos para seguir viviendo o subsistiendo o sufriendo “sin quejarse”.

La consabida expresión según la cual “el que calla otorga” bien puede ajustarse, por extensión, a aquellas sociedades que, bajo regímenes democráticos, toleran sin inmutarse los abusos del gobierno, la degradación de sus instituciones o la venalidad de algunos funcionarios.

Los ciudadanos, las comunidades, los colectivos deben hablar porque, al decir del saber popular “el que calla otorga”. Deben hablar para denunciar las injusticias y su descontento cuando reciben servicios de mala calidad o maltratos humillantes de las autoridades y los servidores públicos o son testigos de falta de transparencia. Deben hablar para no permitir a los políticos y gobernantes el “insulto del silencio”  cuando no dan la cara. Deben hablar para denunciar los abusos del poder, la degradación de sus instituciones y la venalidad muchos funcionarios.

Hablemos para resistirnos a los discursos fáciles y populistas de voceros del Estado y de otros poderes. Discursos que constituyen son un recurso para dictadores y autoritarismos que dicen "es que la democracia no funciona". Pero no es así.  Es la demagogia y la manipulación para utilizar perversamente la bandera de la democracia para justificar y legitimar sus actos cuestionables.

Rompamos la complicidad del silencio. Hablemos, denunciemos, reclamemos. Después reaccionemos, actuemos, resistamos. Hay que salir a la plaza pública a combatir con la palabra y la verdad. Dirán que las palabras no cambian gobiernos pero los advierte de la inmoralidad que los lleva a su desgracia, su impopularidad, su derrota. Y de su malquerencia y de la negación del voto.

Aceptemos que el que calla otorga. Sin embargo, la experiencia enseña que esta silenciosa complicidad termina, tarde o temprano, por cobrarse su precio. ¡Rompamos la complicidad del silencio!