Al evocar los nombres de los personajes que inspiran este opúsculo, necesariamente no tiene por qué interpretarse que la evocación trata de un recuerdo de una cosa a otra por su relación o su parecido. Tampoco quisiera que se me juzgue de imitador de Cayo Suetonio Tranquilo, quien recogió la vida de los cesares en su obra Vita Caesarum.
El asunto es más sencillo ya que simplemente trato de parangonar las vidas publicas dos personajes dominicanos, el primero, Roberto Rosario Márquez, nacido en cama de guata en un rincón apartado de la Republica Dominicana, llamado las Matas de Farfán, perteneciente a la provincia de San Juan, el granero del sur.
Un municipio de etiología rural y lineamiento social de carácter tropical, rodeado a la vez, de pueblitos sureños de baja vida social y económica., el cual queda rodeado por Comendador, El Llano y San Juan, Bánica y Pedro Santana, así como, Pedro Santana, etc., si se quiere de baja expectativa de desarrollo. En fin, en el llamado sur profundo. Un lugar, donde los habitantes, tienen menos oportunidad de descollar.
Sin embargo, de ese pueblito viene el Dr. Roberto Rosario Márquez, que a decir de su propio testimonio, fue formado por su madre, de quien él dice le trazó la coordenada de su vida y su disciplina. Como ven, un modesto hombre sin estirpe de príncipe, pero, que su recia personalidad, sin vacilaciones y sin muchas poses, entre otros cargos de trascendencia, le mereció ocupar la presidencia de la Junta Central en dos periodos.
Su gestión, se pueden considerar que fue coronada de éxitos, siendo el mismo eclipsado, debido a quizás, por la dosis de megalomanía, que el propio poder, había desarrollado en su estilo de liderazgo. Esa gestión, que incluso, llegó ser una de las instituciones mejor valorada en el país.
Sin embargo, su corona de éxitos, quizás como el que más en la historia de la JCE desde su fundación, quedó eclipsada por el dejo de testarudez que le imprimió a sus decisiones, al imponer por encima de la voluntad del sistema de partidos, sus posición-asumió la pose de polemista extremo-, quedando atrapado en una jugada o del destino o de algún sabotaje, en la obra Premium de su gestión, la del escrutinio electrónico de las elecciones del 2016, llevándose de paro, el mérito de que su nombre se escribiera con hilo de oro en la historia. Todo lo cual, se le achaca a una represalia a su temperamento cesariano que últimamente había exhibido, o sea, atrapado en el síndrome de la personalidad autoritaria que embarga a los líderes cuando se emborrachan de poder.
Sin embargo, cabe decir, que para Roberto el sí, era el sí, y el no, el no, ambas cosas como presidente, las defendía con vehemencia, y era su mejor prenda dado el hecho que estaba liberado de la diplomacia aristocrática de las apariencias o poses.
Por otro lado, tenemos el actual presidente, Julio Cesar Castaños Guzmán, nacido en cuna privilegiada de clase alta, con estirpe de la aristocracia social y económica del país, que junto a su recia intelectualidad, lo etiqueta como uno de los ciudadanos dominicanos con más vuelo académico y de una dilatada carrera de jurista que desde el seno familiar hereda un sitial de abogado de alta alcurnia, adornado de una reciedumbre social y moral de alta dimensión. Con nombre sonoro, pero, de menos carácter que Roberto Rosario, a juzgar por el rumor público. En este sentido, cabe recordar que el Dr. Castaños Guzmán, no quedó bien valorado en su gestión de presidente de la Junta Central Electoral, 2006-2010.
La razón que se le endilga es que su personalidad está adornada con exceso de diplomacia. Y con ella, que la usa a la perfección cuando quiere lograr una meta, le ha ido bajando autoridad respecto a las cosas que plantea como promesa, la cual, acostumbra a dejarla en el tintero.
Parece que respecto al Dr. Castaños Guzmán, no se pudo liberar de la percepción del pasado, y dejó una huella de que tenía algunas carencias en su carácter, según la opinión pública.
No obstante, la vida le brinda una oportunidad fuera de serie al actual presidente de la JCE, lo hace como el rey que entra triunfal sin tirar un solo perdigón. Sin haber aplicado, como aspirante de miembro de la JCE, el Senado, producto del mal sabor que dejó la desgracia que atrapó a Roberto Rosario, que de muy bueno, pasó a verdugo producto de un atrape político, escoge por lo moño a Castaños Espaillat, rompiendo todo el habitual protocolo de procedimientos de selección de los miembros de dicho órgano.
Esta llegada, tipo el salvador, parece que impactaron su vida, y adopta un temperamento de hombre de hierro, adornado de un carácter fuerte que a veces toma ribete cesariano. Y asume un ego empeñándose en mostrar que llegó el hombre duro de la Junta Central Electoral a casarse con la gloria. Sin embargo, una jugada del destino, de alta calificación por la sociedad debilidad de gerencia, le atrapa la gran y fatídica desgracia del fallo de las elecciones automatizadas en pleno proceso electoral, cuestión que le destruye la escalera al cielo, y por el contrario, de Cesar pasó a esclavo de la dudas y la incertidumbre, y más, después que está levantando su imperio caido, queda atrapado en esta pandemia, que acompañado con el síndrome de los temores de las fallidas elecciones automatizadas que le marcó su gestión, está la de montar las elecciones en pleno pico alto de la pandemia del Coronavirus. Parece que el destino amenaza con destronar su imperio, que solo se sostiene si las elecciones venideras salen, bien, como todos esperamos.