Quien diga que no hemos avanzado en términos de libertad de expresión, es porque no tiene una cuenta en redes sociales. Allí, especialmente en Twitter y Facebook, las opiniones ruedan a la orden del día y como todos tenemos una, el choque de juicios es tan intenso como constante y agotador.
En esta semana las opiniones desplazaron a la indignación constante en la que nos hemos convertido como pueblo. Sin duda alguna, la cancelación de la visa estadounidense a Roberto Rosario, presidente de la Junta Central Electoral, desplazó todos los temas de la palestra y todavía a la fecha sigue ocupando titulares, opiniones y espacios. Cada quien desde su punto de vista y en un ejercicio puro de democracia ha dejado saber el bando que ocupa. Los hay quienes hasta han celebrado la medida contra el jefe del órgano comicial; otros que han defendido y justificado a la parte estadounidense dentro de la soberanía que le corresponde a cada país; muchos han salido en defensa casi apasionada de Rosario y algunos han llevado los excesos al límite y se han ido hasta lo personal contra el titular.
Desde hace unos años a la fecha, las redes sociales han sido acogidas como los nuevos pasquines de estos tiempos y la frase aquella que reza sobre la capacidad de aguante del papel, ahora se ajusta sin dificultad a que las redes sociales aguantan todo. Allí rueda toda clase de bolas, los rumores se vuelven ley, a la gente la viven matando en vida, se dan tantas informaciones sin sustentar fuente ni veracidad y se juega con el honor de la gente como comerse un pan. Allí se vive constantemente entre campañas y campañitas.
Una cosa es usted estar en desacuerdo con alguien, ese es el derecho que a todos nos corresponde. Otra muy distinta es cuestionar el honor y la dignidad de alguien, acusar abiertamente de actos desleales y hasta elevar los insultos a algo tan sublime como lo que representa la familia en la vida de cada quien, sin medir consecuencias humanas ni legales y sin ponerle un freno a la boca o al pensamiento expresado en aquellos caracteres.
Dentro de ese mismo derecho que nos asiste, he leído a mucha gente expresar atrocidades sobre Rosario en una muestra evidente de que se han dejado ganar el pulso por las emociones. Han dejado a un lado el razonamiento ante un caso como éste que requiere detenerse a ver otras cosas, que van más allá del ataque personal a Rosario, como las causas, procedimiento y las repercusiones diplomáticas que trae consigo una medida de esta índole.
Resulta imposible no juzgar el hecho, tratándose de un funcionario a quien le tocó manejar uno de los procesos electorales más impugnados y revueltos de estos últimos tiempos. Sin embargo, si a alguien corresponde juzgar las acciones y descargar deudas pendientes con el presidente del órgano comicial, no es a la Embajada de Estados Unidos aquí, sino a todos los dominicanos.
Así como las naciones tienen la potestad de decidir a quién abre sus puertas y a quién no, a los dominicanos como país soberano también nos toca velar porque una visa no se convierta en un instrumento de presión o de chantaje. Y a nosotros, como espectadores, bajarle a los ataques, dejar de indignarnos tanto si no vamos a tomar las calles, dejar de señalar un poco, elevar los niveles de tolerancia y respeto, subirle a las acciones y cuidar cada palabra que sale de nosotros por aquello de que “Lo que dice Juan de Pedro…dice más de Juan que de Pedro”.