Una resonante victoria de las diversas expresiones de la izquierda italiana en las elecciones municipales recién finalizadas, hace pensar que la Italia antifascista, libertaria y democrática recupera su dignidad y sale del pozo en que la lanzó un bufón desconsiderado e inmoral, rodeado del sector de la clase política y empresarial más corrompido de ese país.

Un penalista que se presentó en la lista de una coalición de izquierda,  ha sido elegido contundentemente alcalde de Milán, feudo de Berlusconi, marcando la firme voluntad de la sociedad milanesa e italiana de terminar con el gobierno corrupto que este encabeza. La coalición gana en todas las ciudades del país donde se celebraron elecciones, particularmente en las del norte, augurando el pronto final de la aventura de derecha del magnate de los medios de comunicación y de la xenófoba y secesionista Liga del Norte.

Luigi Di Magistri vence en Napoli con casi un 63%,  impulsado por la coalición Italia de los Valores, una victoria particularmente significativa porque el hecho de que una coalición con semejante nombre gane unas elecciones en una ciudad de tanta criminalidad, corrupción  e impunidad como Napoli constituye signo de esperanza para ese país.

La mayoría de los candidatos electos fueron previamente elegidos en un democrático proceso de primarias, en el que participaron diversas componentes del espectro de izquierda y centro izquierda italiano, de ahí la aparición de figuras nuevas con un discurso renovador y con propuestas que se inscriben en los nuevos tiempos que vive el país.

Pero, el resurgimiento de la esperanza que en estos momentos vive la sociedad italiana no es fruto de la casualidad o de un súbito cambio de humor del electorado, ha sido fruto de la lucha contra Berlusconi y sus aliados que en los últimos años han mantenido un segmento importante de estudiantes, de los recién graduados que no logran un empleo, de desempleados, de jóvenes y de un sector importante de los trabajadores que, contrario a lo que han hecho muchos de sus pares en otros países europeos,  no han renunciado a sus valores democráticos.

Es el resurgimiento de la tradición del espíritu unitario de la izquierda italiana, forjado en las luchas obreras y campesinas de inicio del siglo pasado, de la acción generosa de trabajadores, acompañados por intelectuales de la talla de Gramsci, Einaudi, marxista el primero y liberal el segundo, entre otros, del compromiso de cineastas del calibre de Visconti, Passolini, Bertolucci etc., de los movimientos como Acción Católica de Trabajadores Italianos, y la Central General de Trabajadores, de  orientación comunista.

A esa tradición se refieren los recién electos alcaldes de Milán, la ciudad más importante de la rica Lombardía y de Nápoles, la más importante del sur, cuando el primero dice que, hará de su ciudad un espacio de confraternidad, de tolerancia de la diversidad cultural, étnica y política que allí se ha producido en las últimas décadas y cuando el segundo dice que se apresta a impulsan los valores de respecto a las leyes y a la inclusión social. Lo importante es que esas declaraciones lo que hacen es recoger el sentimiento de cambio reclamado en las calles por estudiantes, inmigrantes, trabajadores e intelectuales.

Lo sucedido en esta última semana en Italia, lo que sucede en los países árabes y la ola de protestas que sacude muchos países europeos, evidencia que a pesar del triunfo de la derecha en España y de su avance en países de gran tradición de tolerancia política y cultural como los escandinavos, no se ha apagado el ideal de una sociedad basada en los valores de la libertad, igualdad y fraternidad que condujeron a la toma de la Bastilla y que hoy se expresa en Europa con la toma del lugar donde nació la democracia: las calles.