Conmemoramos en estos días el 156 aniversario de la Restauración de la Independencia y fundación de la República Dominicana. Un acontecimiento de nuestra historia de capital importancia y que nos define social, económica, política y culturalmente.

Nuestra historia ha sido un proceso tortuoso y difícil. Pero nuestras luchas han forjado nuestro temple como dominicanos. Al igual que los grupos que se desarrollaban a partir de las relaciones comerciales mediante la venta de materias primas, se reforzó en las islas del Caribe y otras partes del continente el sentimiento nacionalista del criollo, adoptando una identidad cultural y nacional que difería de su origen primigenio. Esta construcción cultural y nacional es la que se defiende en la Guerra de Restauración.

El paso del tiempo ha demostrado que, como una barca en medio de una terrible tormenta, nuestra nacionalidad y restauración se mece continuamente en lucha permanente por aquellos objetivos que se plantearon los restauradores cibaeños y de La Línea Noroeste: tranquilidad y paz para una vida productiva y digna.

Nuestro territorio, como lugar estratégico, nos ha impuesto una tarea difícil en el mantenimiento de una estabilidad para el desarrollo de esa vida bajo un determinado orden democrático. Iniciando por los conflictos internos entre la hispanofilia, el eurocentrismo y la negación de nuestra negritud y raíces culturales africanas. Porque todo lo que debíamos y debemos siempre restaurar no es solo la estabilidad de las relaciones económicas, internas o externas. Tomar en cuenta los valores simbólicos que vertebran los fundamentos de nuestra cultura, completamente intangibles pero objetivamente concretos, también forma parte de aquello que movilizó a nuestros héroes restauradores para vencer aquella insigne guerra.

Esos valores culturales se mantienen hoy en día en nuestra sociedad. La mejor prueba de ello lo fue la Guerra Patria de Abril de 1965. Y a pesar de que fuimos vencidos, nuestra resistencia continúa. La encrucijada política que tenemos hoy en día por no encontrar una opción factible para un gobierno realmente democrático y preocupado por los valores de la participación de toda la población en la creación de riquezas que permitan una vida digna es la mejor prueba de ello.

Pero no me ha sorprendido para nada, como en otras oportunidades, encontrar coincidencia de mi opinión en declaraciones de analíticos de determinados aspectos de nuestra dinámica. En este caso, las declaraciones son del experto en tecnología Gilles Maury, citado en publicación del Diario Libre de 16 de agosto de 2019, donde afirma, según la publicación, que “hay muchas entidades que no saben cómo iniciar el proceso debido a que están organizadas en un esquema que viene desde hace 150 años”. Esto significa que nuestras industrias se resisten  a modificar estructuras establecidas desde hace 150 años, porque su engranaje social, político y económico así les aporta dividendos.

Por eso es que nuestra restauración debe ser permanente. Ya sea que nos hayan hecho creer que somos independientes, o que sea más cómodo considerar que vivimos en una nación soberana. La cosa es mucho más compleja de lo que puedo decir, pero los ámbitos de nuestra lucha restauradora se amplían cada vez más, a medida que se complejizan los retos de la tecnología, de la alienación, de la dependencia económica y cultural, de la alegría que nos produce el consumismo de esta amplia libertad que ahoga en basura nuestro medio ambiente. Los valores culturales que movilizaron a nuestros héroes restauradores lo valen, continuemos restaurando nuestra restauración. Trabajemos por ello.